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Cazatesoros halla en Europa 9 mil objetos históricos de México

IMPULSO/ Edición Web
México
Miguel Gleason catalogó durante 13 años el patrimonio artístico y arqueológico nacional en 17 países europeos; aparte de registrarlos, descubre piezas desconocidas

Cuando el chihuahuense Miguel Gleason empezó la odisea de documentar el patrimonio artístico e histórico de México en Europa lo hizo como una especie de “deber con la Patria”.
Había ganado el Ariel en 1992 por su documental sobre la primera expedición mexicana al Himalaya y creía que debía devolver algo al país. Comenzó entonces a publicar sus indagaciones en cdroms, dvds y libros con los que los mexicanos podemos enterarnos de los curiosos objetos de diversas épocas que hay regados por el mundo.

Ahora que ha conseguido documentar nueve mil objetos de arte mexicano guardados en museos e instituciones de 17 países de Europa, Miguel Gleason parece más un afortunado “cazatesoros”. Ya hasta lo comparan con Francisco del Paso y Troncoso, el historiador veracruzano del siglo XVIII que indagó en archivos indios y europeos y dio a conocer, entre otras joyitas, la entonces inédita obra de fray Bernardino de Sahagún y el Códice Matritense.

En su más reciente dvd, una especie de recopilación de sus trece años de búsquedas llamado México en Europa, Gleason reúne un catálogo de tesoros de todas épocas guardados en Francia, Reino Unido, Italia y Vaticano, España, Alemania, Austria, Dinamarca, Bélgica, Holanda, Hungría, República Checa, Polonia, Suiza, Suecia y Finlandia. La mayoría de ellos, acepta, “ya estaban descubiertos, publicados en libros, en las listas de los museos, en los archivos”, pero al menos una decena sí los sacó del anonimato o el olvido gracias a su labor.

Concretamente, Miguel ha notificado la existencia de objetos tan interesantes como estrafalarios, muchos de los cuales no se encuentran expuestos. Entre ellos están las vendas del fusilamiento de Maximiliano que fueron guardadas por la viuda del general Miguel Miramón, muerto al lado de Habsburgo, y que junto con las cartas de despedida que le escribió a ella y a los mexicanos forman parte del Archivo de Miramón que terminó en Sicilia.

Otra de sus primicias fue “un tríptico muy interesante de la época colonial que pasa desapercibido en un museo de Geología, más bien en una expo de Joyas Francesas y Esmaltes. Se lo encontró por coincidencia visitando como turista, no como investigador. Así, confiesa, encuentra las joyas.

“Lo tenían registrado como un tríptico español, pero entre signos de interrogación. Cuando sabes de esto, lo analizas y te das cuenta que se cierra como si fuera un medallón, tiene en la parte de afuera esmalte de oro, la estructura es de madera, tiene una Virgen y el fondo azul es de pluma de colibrí. Eso es mexicano”.

También informó de la existencia de cuadros del pintor de la Nueva España, Cristóbal de Villalpando, en la iglesia Notre Dame de Dagar, a las afueras de París. Pero a los meses de dar la noticia, se robaron los cuadros de Villalpando y algunos “bromearon” sobre su responsabilidad. “Me echaron la culpa de que el robo fue porque los di a conocer, digamos que fue una especie de broma incómoda, lo bueno que después los encontraron y ahora están (de nuevo) ahí”.

Por su primer cdrom México en Francia sabemos que los galos tienen una colección de almenas que adornaban los palacios de Teotihuacán; efigies de piedra de mútliples dioses; el supuesto Penacho de Cuauhtémoc; 419 códices (entre ellos la más grande colección perteneciente al noble descendiente del emperador azteca Fernando Alva Ixtlixóchitl y el llamado 20 mazorcas, que relata el proceso por el motín indígena contra un “Encomendador”) y hasta fraudes rimbombantes como la piedra en la que cayó Maximiliano (llevada como souvenir en 1883 por el viajero Emile Chabrand) o el falso cráneo de Moctezuma.

Todo lo enumerado era atesorado en museos franceses como el del Hombre, el Louvre, el Quai Branly, o en pequeños museos como el del pueblo de Barcelonette, cuyos habitantes emigraron a México a finales del siglo XIX para hacer fortuna. Algunos estaban ocultos en lugares insólitos como granjas privadas, iglesias desconocidas de las periferias (como los cuadros del pintor novohispano Cristóbal de Villalpando) o en colecciones de joyas y tesoros raros. Otros permanecen a la vista en glorietas transitadas o en el metro parisino, como el Mural Huichol del chamán Santos de la Torre en la salida de la estación

“Sin ánimo de provocar el reclamo, o de aderezar la polémica sobre el despojo de piezas simbólicas de la cultura nacional”, Gleason ha logrado trabajar a sus anchas, a pesar de que al principio (2003) estaba en su apogeo el debate sobre la devolución del supuesto Penacho de Moctezuma, que atesora el Museo de Etnografía de Viena.

Miguel es enfático: “En Francia no hay ninguna pieza de la magnitud simbólica del Penacho de Moctezuma, pero mi respuesta a todo este debate, que evidentemente es polémico, se reduce a la siguiente reflexión: Si este patrimonio está fuera de México se debe a los mismos mexicanos que no lo valoraron y lo vendieron a los extranjeros, quienes sí les concedieron valor y los coleccionaron para conservarlos. No nos debe dar coraje que hoy estas piezas estén a la vista de todos en los museos, porque ahora son patrimonio universal”.

Entrevistado en una típica y hermosa buhardilla o mansarda parisinas, en un edificio del siglo XVII en el barrio Marais, la vida de Gleason transcurre entre tesoros, algunos de verdad, otros tan fantasiosos que se han conservado solo por lo insólito de la historia que les inventaron. “Me he encontrado muchos objetos que según esto tienen que ver con Moctezuma y no es cierto.

Así, hasta los archivos del Museo del Hombre llegó la supuesta osamenta del emperador mexica: un cráneo que tenía una fractura que concordaba con la historia de la pedrada, pero que se descubrió era falso tras un estudio de ADN, forense y arqueológico. “La fractura, no era de una pedrada, sino de un hachazo. Pero aún lo guardan (no lo exponen) como curiosidad porque llegó ahí como parte de una donación que en su momento se valoró verdadera”.

En el caso del mal llamado Penacho de Moctezuma –”porque hay que decirlo: no es cierto que sea de él”, destaca: “Es un objeto único en el mundo, sin embargo, según los códices mexicanos, un emperador azteca no usaba un penacho así”.

Miguel se considera más un “comunicador” que un afortunado “cazatesoros” y finaliza: “Mi labor ha sido comunicarlo para que otros especialistas que sean arqueólogos, antropólogos, historiadores del arte vayan al detalle. Razón.com.mx

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