IMPULSO/ Víctor Sancho/ Agencia SUN
Washington
Quien hace pocos años era considerado “el agente político más peligroso” de Estados Unidos es, ahora, el más poderoso. Steve K. Bannon (Norfolk, Virginia, 1953), estratega en jefe de la Casa Blanca, es la mano derecha del presidente Donald Trump, su consejero más fiel fuera de su entorno familiar, el que dicta y maniobra. “El gran manipulador”, le definía en su portada la revista Time.
Bannon es, para muchos, el presidente a la sombra del país. Igual que Rasputín para el zar Nicolás II, maneja la corte de Trump a su gusto y antojo. El ideario político de la nueva Casa Blanca refleja fielmente la ideología de Bannon: es el alter ego del presidente, en una simbiosis de la que cuesta discernir origen y final.
Nacido en el seno de una familia obrera demócrata (proKennedy), se pasó al lado opuesto del espectro político tras su paso por el ejército. “Ahí me convertí en fanático de Ronald Reagan. Y lo sigo siendo”, dijo hace tiempo a Bloomberg. Su transformación es asombrosa: de marine de clase media a banquero de Goldman Sachs, productor de Hollywood y, finalmente, como director del portal Breitbart, rey de los medios de comunicación de la ultra derecha y el movimiento alt-right, la denominación eufemística del nacionalismo y supremacismo blanco.
Fue ahí donde Bannon hizo fama como el hombre que es ahora. En un discurso para el Vaticano en 2014 se intuía todo su ideario, el mismo que propagaba a través de su medio. “No soy un nacionalista blanco. Soy un nacionalista económico”, se definió en The Hollywood Report. A eso habría que añadirle su admiración por los movimientos populistas ultraconservadores y xenófobos en Europa (UKIP, en Reino Unido, Frente Nacional, en Francia) y el “islamofascismo”, la creencia de que el islam es la peor amenaza para Occidente.
Bannon es el arquitecto del Trump que conocemos, el que consiguió vencer a todas las encuestas movilizando un electorado que se mueve como una masa. Para eso EU necesitaba un cambio radical, y así lo escribió en un artículo en la revista conservadora Claremont Review of Books. Una sacudida que destrozara el establishment que ha llevado a EU a un callejón sin salida.
“Habrá un insurgente, un movimiento populista de centro-derecha que será violento contra el establishment, que martilleará a la izquierda progresista y al Partido Republicano institucionalizado”, auguró en 2014 a The New York Times. Dos años después, Trump se convirtió en el líder de este movimiento que destrozó todo aquello conocido.
El país necesitaba a Trump para evitar la “carnicería” en la que vive, reflejo de una sociedad occidental en crisis y a las puertas de una guerra “brutal y sangrienta” contra el “islamismo radical”, principal mal del mundo. Su estrategia de apostar por la clase media descorazonada a través de un plan nacionalista y la promesa de trabajos e infraestructuras funcionó.
Si se hiciera un análisis forense del primer mes de la nueva administración, las huellas de Bannon aparecerían por todos lados. Él fue el que redactó el discurso de la toma de posesión, el que mostraba unos Estados Unidos oscuros y en decadencia que sólo el nuevo presidente podía salvar. Él escribió la mayoría de los decretos diseñados para potenciar la retórica nacionalista y el polémico veto de entrada de musulmanes. Él organizó la estrategia de confrontación con todos los opositores —medios de comunicación, México y China—. Él se colocó en el Consejo de Seguridad Nacional aprovechando la venda en los ojos que tiene Trump cuando Bannon le habla.
“De momento no hay un asesor que juegue un papel más importante que Bannon en el diseño de las políticas de Trump”, explica a este diario Bruce Miroff, experto en historia de los presidentes de Estados Unidos de la State University, de Nueva York. Bannon tiene vía libre para entrar y salir del Despacho Oval, casi sin pedir permiso.
Continúa Miroff: “Algunos presidentes han tenido asesores y estrategas muy poderosos, especialmente cuando un presidente tenía poca experiencia en gobierno”; sin embargo, históricamente la influencia era “política”, ahora es “ideológica”.
Chris Whipple lo tiene claro: “Bannon podría convertirse en algo parecido a un “presidente en la sombra. Como dijo una vez Erskine Bowles, jefe [de gabinete] de Bill Clinton: ‘La pequeña camarilla que rodea al presidente controla el flujo de información que le llega. Y la información es poder’”.
El único problema que tiene la Casa Blanca con Bannon es la notoriedad de su influencia. “Bannon se ha convertido en alguien de tanta controversia, y tan impopular, que se está convirtiendo en una carga para Trump”, apunta Miroff. Tras su aparición en portadas y titulares como el hombre en la sombra, su presencia pública se esfumó. La Casa Blanca no quiere manchar la imagen de Bannon y por eso ha echado a la arena a su mano derecha: Stephen Miller. “Los poderes del presidente no se van a cuestionar”, dijo.
Lo que está claro es que Bannon y su influencia van a estar presentes en los primeros compases del mandato de Trump. “No hay signos de que Bannon se vaya a ir. Parece que a Trump le gustan sus instintos pugilísticos y su oscura visión del mundo y la oposición”, reflexiona Whipple.