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IMPULSO/ Roberto Rock L.
Lo peor con EE.UU. apenas viene

El Gobierno mexicano ha empezado a prepararse para un escenario de choque en su relación con Estados Unidos. Frentes de ruptura y desequilibrio se asoman ya en ámbitos tan disímiles como el fiscal, el energético y, desde luego, el comercial y de DERECHOS HUMANOS.

En las semanas recientes, diversos analistas extranjeros que conocen desde adentro a Washington han hablado en despachos gubernamentales, salones del Congreso mexicano y ante consejos de administración de grandes corporaciones para alertar sobre un hecho concreto: el drama apenas comienza.

Estos expertos —entre otros, Arturo Valenzuela, experto chileno que ayudó a Clinton y Obama a modular su relación con América Latina— se han mostrado pesimistas en sus charlas privadas por otro factor: México está muy lejos de tener una estrategia para enfrentar esta crisis, tanto con la nación vecina y sus múltiples actores, como en lo interno, donde los esfuerzos para una acción conjunta muestran más tropiezos que logros.

Los escenarios ominosos previstos se van acumulando: un ajuste radical en los impuestos que Estados Unidos cobra a sus empresas y ciudadanos, lo que atraería una estampida de capitales si México no hace lo mismo. Emprenderlo aquí estimularía el mercado interno a largo plazo, pero en el corto dinamitaría las finanzas públicas.

Y hay más: un impuesto de al menos 20% a las importaciones, lo que acaban de alentar ruidosamente en forma conjunta 16 corporaciones globales con sede en la Unión Americana. Asimismo, encarecimiento de las gasolinas y el gas que compra México, lo que dislocaría aquí la economía de miles de empresas y millones de familias. O forzar a empresas estadounidenses a retirarse de México, donde generan 28% del PIB nacional —las compañías mexicanas allá generan 1.28% del PIB estadounidense.

“Lo único que tenemos cierto es que no hay nada que podamos dar por cierto”, dijo el presidente Peña Nieto el lunes último en un encuentro con periodistas de múltiples medios, ante los que mostró con franqueza su preocupación.

Empresarios y legisladores que se reunieron en días pasados con el citado Valenzuela se alarmaron ante la estrecha ventana de tiempo —unos cuantos meses— que México tiene para reaccionar y tener una estrategia con el Capitolio y, en particular, con los republicanos de estados clave como Texas y Arizona.

De acuerdo a reportes obtenidos a ambos lados de la frontera, el cabildeo con el Congreso de Estados Unidos virtualmente se abandonó en la presente administración, a diferencia del pasado, cuando implicaba a un segmento sustantivo de la embajada en Washington y a despachos profesionales contratados ex profeso.

Se estima que el arribo del ahora nuevo embajador Gerónimo Gutiérrez ayudará. A su vez, en los pasillos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, existe la versión no confirmada de que su titular, Luis Videgaray, dispuso para estos menesteres de la contratación como cabildero de Arturo Sarukhán, embajador en la capital estadounidense durante la gestión de Felipe Calderón y cónsul en Nueva York con Vicente Fox.

Sin embargo, la urgencia subrayada corre también en el sentido de implicar a nuevos rostros en esta tarea, lo que en diplomacia se llama “soft power”: voceros múltiples, desde la política hasta las artes, los deportes y las ciencias que recorran Estados Unidos ofreciendo una nueva visión sobre México.

Un error del que han sido advertidos diversos ámbitos es suponer que, en la medida en que Trump se confronte con personalidades o instituciones en Estados Unidos —la Corte, el Congreso, los empresarios—, ello abrirá cauces en favor de la causa nacional.

Un caso ilustrativo es el influyente senador republicano por Arizona, John McCain, ex candidato presidencial en 2008, cuando fue derrotado por el demócrata Obama. Él ha declarado que Trump busca instaurar una dictadura.

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