Septiembre 17, 2024
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En las nubes

IMPULSO/ Carlos Ravelo Galindo
La utopía II
En este Día de la Amistad, comparto además un destello de Alberto Cortés, que dice: “A mis amigos les adeudo la ternura y las palabras de aliento y el abrazo. El compartir con todos ellos la factura que nos presenta la vida, paso a paso. A mis amigos les adeudo la paciencia de tolerarme las espinas más agudas. Los arrebatos de humor, la negligencia, las vanidades, los temores y las dudas”.

Para nosotros, transcribirlo es no sólo una obligación, sino un compromiso con alguien que comparte algo bello. Como también la historia que nos platica Fernando. Humana por supuesto. Pero no todo ceñido a la verdad, según me confiesan algunos amigos:

“Los años entre los 30 y los 50, todo pasó en un abrir y cerrar de ojos. Mi hermosa familia maduró: Mi niño se volvió cada vez más alto y más seguro de sí mismo. Mis hijas mucho más inteligentes que yo, y más hermosas cada día. Todos encontraron su camino hacia la madurez.

Trabajé duro durante esos años y, después de que mis hijos crecieron, mi esposa también. Como resultado, a nuestros hijos nunca les faltó nada, pero igualmente aprendieron el valor de lo que un trabajo dedicado puede hacer por nosotros.

Vi a mi esposa cada vez mayor en años y en sabiduría, y me sentí muy agradecido de tener a esta mujer a mi lado durante tanto tiempo – Su mano firme me sostenía y no me dejaba caer.

Mi cuerpo empezó a doler más, y ya no podía hacer las mismas cosas que hacia cuando era joven. No puedo decir que disfruté de eso, pero pronto se volvió una situación cómoda, como un viejo amigo familiarizado con las limitaciones que han llegado y que tienes que aceptar con amor.

Vi a mis hijos hacer elecciones y seguir sus caminos, caer en el amor y en el descubrimiento de sus propias limitaciones y capacidades. Estaba tan orgulloso de ellos, y todavía lo soy.

Entre los 50 y los 70, parece que los años pasaron aún más rápido. Mi cara en el espejo empezó a cambiar un poco. Se volvió vieja, llena de arrugas, como un mapa de historias grabadas en mi piel, marcaban tantos años de recuerdos, conversaciones, experiencias y sueños.

Me duele el cuerpo, pero mi corazón se disparó cuando mis niños crearon sus propias familias. También me convertí en un abuelo deleitándome en dos generaciones que surgieron del amor de dos personas. Me siento honrado de ser el patriarca de la familia.

Finalmente dejé de trabajar tan duro y me permití sentarme y disfrutar del tiempo que me quedaba. Jugar con mis nietos, compartir las cargas y las preocupaciones de mis hijos, y compartir los últimos momentos con mi esposa, a la que el cáncer lentamente se la llevó lejos de mí.

No voy a mentir, esos fueron tiempos difíciles, y no sé qué hubiese hecho sin el apoyo de mi familia. Ellos estaban allí para mí. Al final, sólo tenía que dejarla ir. Supe en mi corazón que algún día me volvería a unir a ella.

Entre los 70 y 80, finalmente hice las paces con mi vejez. Luché contra esto durante tanto tiempo, pero me di cuenta de que hay estar en paz para aceptar todo el conocimiento que viene con ella.

Todavía había mucho por disfrutar, mi familia se hizo más grande y numerosa. Crecí para disfrutar de las nuevas tecnologías del mundo, para las que antes rara vez tenía tiempo.

Ahora tengo 83 años, todavía siento un montón de tiempo en este mundo, pero cuando miro hacia atrás, puedo decir que he amado cada década de mi vida hasta ahora. No cambiaría ninguna de ellas, ya que cada una me hizo lo que soy. Me dio placer, y me enseñó más acerca de la vida”.

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