Noviembre 23, 2024
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En las nubes

IMPULSO/ Carlos Ravelo Galindo
Qué hubieran hecho ustedes (3)
También fue muerto otro médico, Idelfonso Portugal, primo del general Severo del Castillo, ministro de guerra del Joven Macabeo. La ejecución continuó con el joven poeta veracruzano Juan Díaz Covarrubias, quien, a pesar de sus escasos 19 años, había producido varias obras literarias y deseaba despedirse de su joven y bella novia, Carolina Baz, así como tener el auxilio espiritual de un sacerdote.

Repartió sus bienes materiales entre los soldados y cuando se dio la orden de disparar, el batallón se negó y fueron necesarias tres órdenes para que el pelotón disparara y sólo dos soldados dispararon. Cayó sobre los cadáveres y como aun daba muestra de vida lo mataron a culatazos. Así termino su existencia este joven maravilloso que prometía ser una de las glorias de las letras mexicanas.

También tocó la misma suerte al joven Manuel Mateos, hermano del escritor Juan A. Mateos, autor de relatos históricos muy interesantes. Quien se encargó de escribir la versión sobre esta matanza en su novela histórica Memorias de un guerrillero.

Entrada la noche las ejecuciones se suspendieron. Quedaron 53 cadáveres insepultos en un hacinamiento a la intemperie con la fría caricia de una llovizna pertinaz que se mezclaba con la sangre aun fresca de las heridas. (Los cuerpos de los sacrificados yacen en el solitario panteón de la ermita de San Pedro Mártir, hoy Jardín de los Mártires, a la sombra de altos árboles y frente a la loma de Tacubaya).

El mismo día 12 entraba triunfante el nuevo general de división Leonardo Márquez en un recorrido por la ciudad, cuando ya se comentaba, boca en boca, la matanza de Tacubaya. Pronto apareció una publicación de protesta con toda energía por la injusta matanza. Daba a conocer los detalles de los hechos y con frases candentes lanzaba las más violentas maldiciones contra los autores de tan incalificable crimen.

Don Melchor Ocampo informó a los gobernadores en estos términos: “En la misma noche, unos fueron pasados por las armas sin ninguna formalidad legal, otros fría y cobardemente fueron asesinados en el Hospital y en sus propias camas, y los cirujanos, fueron arrebatados del ejercicio de su ciencia y horrorosamente decapitados – más de cien personas quedaron sacrificadas, y entre ellos varios jóvenes de muy tierna edad”.

Entretanto, el presidente conservador Miramón decía: “Quiero hablar a V. de Tacubaya. Tal vez será V. Una orden mía para fusilar; pero esto era a los oficiales míos y nunca a los médicos y mucho menos a los paisanos. En este momento que me dispongo a comparecer delante de Dios hago a V. esta declaración”.

Cuando Miramón murió, Márquez se disculpaba hipócritamente y mentía. La vieja Tacubaya, lugar de gente pudiente, de casas con inmensos jardines, llena de árboles esplendorosos y mágicas flores, parece guardar su dolor en secreto.
craveloygalindo@gmail

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