IMPULSO/ Carlos Ravelo Galindo
Qué hubieran hecho ustedes (2)
Las victorias y las derrotas se sucedían unas a otras, y aunque el plan de Echegaray era simplemente conciliatorio, don Benito Juárez se sintió liberado de la amenaza inminente de un ataque de los conservadores, dado que el general enviado para se había rebelado contra el presidente conservador, a pesar de que la designación de Miguel Miramón desconoció el plan de Echegaray.
Santos Degollado, el héroe de las derrotas, que era el mote con el que se le conocía, defendía la capital por parte de los liberales y esperaba refuerzos de los generales Caamaño y Villalba. Mientras que los conservadores esperaban refuerzos del general Márquez quien llegó con cinco mil hombres, 28 piezas de artillería. Santos Degollado perdió la capital, pero ganó Veracruz.
El 11 de abril de 1859 se vio avanzar a los conservadores por las lomas de atrás de la Hacienda de los Morales para atacar los lugares más sobresalientes de Tacubaya, que eran el Molino de Valdés y el Arzobispado. A las seis de la mañana, la gente de la capital subía a las azoteas y campanarios para observar los acontecimientos. Faltaban cinco minutos para las siete cuando cinco o siete piezas de artillería rompieron el silencio con un fuego nutridísimo contra el Arzobispado y el Molino de Valdés. Los liberales contestaban con la misma furia.
Una parte de las fuerzas conservadoras avanzó hacia el Arzobispado y otra hacia el Bosque de Chapultepec. Atacaron ambas partes desde las 7:30 hasta las diez de la mañana, Los dragones de Márquez atacaron la casamata y ahí se vio un estallido de la pólvora de los liberales.
A las diez de la mañana llegó el presidente conservador Miramón cuya presencia fue anunciada por repiques de campanas y 21 cañonazos. Casi al mismo tiempo entraba triunfante a Tacubaya el feroz Márquez, mientras que las fuerzas militares constitucionalistas huían de la capital. Aquí pudo haber terminado este episodio, pero a la feroz batalla, siguió la embriaguez del triunfo y la gran crueldad del vencedor.
Los defensores habían instalado un hospital de sangre en el convento de San Diego. Allí, se encontraban los heridos y parte de los prisioneros.
Después de la batalla, Miramón expidió una orden a Márquez, recién ascendido a general de división:
“General en Jefe del Ejército Nacional Exmo. Señor, en la misma tarde de hoy, y bajo la más estrecha responsabilidad de S.E., mandará sean pasados por las armas todos los prisioneros de la clase de oficiales, dándome parte del número de los que les haya cabido esta suerte”.
Esta nota estaba escrita en papel que ostentaba las iniciales de su flamante esposa, pues Miramón estaba recién casado con una señorita Lombardo. Dicha orden que significaba la muerte de varios militares, no podía ni debía ser tomada con displicencia Era preciso obedecerla. Ser acatada al pie de la letra, pero no fue así.
Los presos se concentraron en el Palacio del Arzobispado. Entre ellos se encontraban no sólo militares sino también médicos, practicantes de medicina. Y personas que nada tuvieron que ver con la defensa de Tacubaya.
Podemos concluir que Márquez recibió la orden el mismo día que había logrado una sonada victoria. Cometió una gran desobediencia ya que pasó por alto la orden, la cual fue ejercida por un oficial de tercera categoría. La matanza principió con el general Marcial Lazcano al cual mataron cuando protestaba contra el asesinato.
Siguieron los veteranos de la guerra del 47, tenientes coroneles Genaro Villagrán y José María Arteaga, escribano éste que no estaba en servicio militar activo. Después fue asesinado el jefe del cuerpo médico militar.
Cuando sacaron a las primeras víctimas todos creyeron que era para formarles consejo de guerra. Lo conducente, pero no tardaron en escucharse las descargas que segaron las vidas de quienes se habían adelantado unos cuantos minutos en el sacrificio. Continuó la matanza y poco a poco fueron cayendo los inocentes, incluso sin nacionalidad mexicana.