IMPULSO/ José Antonio Aspiros Villagómez
¿Reverdecerá el planeta? (I)
Alcanzada relativamente en 1972 la extinción de la guerra fría, el restablecimiento de las soberanías nacionales, el pretendido “nuevo orden mundial” que pregonó el presidente estadunidense George Bush, y la más que difícil transición de los antiguos países socialistas a la economía de mercado, en ese año, se plantearon al mundo nuevos retos.
El “fin de la historia” no fue tal o, por lo menos, acabó una historia, pero comenzó otra que, por cierto, no carecía de vasos comunicantes con el pasado.
La guerra del sigloXXI
En el marco conceptual de la “aldea global” emergente, se yuxtapuso el fenómeno de los grandes bloques económicos como la Comunidad Europea, la Cuenca del Pacífico y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. La negociación de este último concluyó precisamente durante 1992.
Estos megamercados, que se perfilan como los contendientes de la guerra del siglo XXI, tendrán que coadyuvar a superar el desafío de la salvación del planeta, amenazado lo mismo por sus industrias no ecológicas que por la depredación a que la pobreza obliga en el tercer mundo.
Balance de los daños
Del tres al 14 de junio, tuvo lugar en Río de Janeiro, Brasil, la Conferencia de la ONU sobre Medio Ambiente y Desarrollo, dos décadas después de otra reunión semejante, celebrada en Estocolmo, cuyos acuerdos parecen no haber funcionado pues, según datos contenidos en el discurso del presidente cubano Fidel Castro:
“Durante esos [20] años, el mundo perdió 480 mil millones de toneladas métricas de la capa agrícola del suelo, fueron arrasadas 300 millones de hectáreas de bosques, los desiertos se extendieron en más de 120 millones de hectáreas, la producción de alimentos per cápita se estancó o decreció en el tercer mundo, se contaminaron o agotaron incontables fuentes de agua, decenas de miles de especies animales y vegetales se extinguieron”.
Muchos acuerdos, ningún plazo
La Cumbre de Río, que reunió a delegados de 178 países -entre ellos, más de 100 jefes de Estado o Gobierno- aprobó cuatro declaraciones y dos convenciones que contienen la esperanza de la humanidad en materia de reordenación ecológica.
“No tenemos otros 20 años para derrochar”, advirtió al final de la ECO 92 el secretario técnico de la misma, Maurice Strong, y manifestó su decepción “por el hecho de que no logramos un paquete de cronogramas” para los 115 programas de acción contenidos en la Agenda 21, aceptada luego de superar muchas divergencias.
“Negrito” en el arroz
Fueron aprobadas una carta de principios -la Declaración de Río- y una Convención sobre Cambio Climático encaminada a frenar -sin compromisos específicos- la emisión de gases causantes del efecto invernadero y del consecuente calentamiento de la Tierra.
También quedó suscrita una Convención sobre Biodiversidad que defiende la transferencia de tecnología no contaminante a los países menos desarrollados. Empero, el presidente Bush se negó a firmar el documento, porque no protege los derechos de propiedad industrial e intelectual de las empresas de su país.
¿De dónde saldrá el dinero?
En conferencia de prensa, el presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari hizo notar que, sin recursos, era difícil acometer el reto del medio ambiente, por lo que, además de las fuentes financieras exteriores, cada país debería generar más ahorro interno y presupuestos propios para financiar sanamente sus proyectos ecológicos.
Al respecto, mientras que las siete naciones más industrializadas del planeta evadieron un compromiso a plazo fijo para doblar al 0.7 por ciento de su PNB la asistencia al desarrollo del tercer mundo, la ONU calculó que, para cumplir con los objetivos de la Agenda 21, serían necesarios 70 mil millones de dólares al año. En la ECO 92, sólo se establecieron algunos compromisos bilaterales por unos tres mil millones.