Noviembre 23, 2024
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Reseña histórica

IMPULSO/ Norma L. Vázquez Alanís
Quetzalcóatl se transformó. Parte IV

El conferenciante, Enrique Florescano, aclaró que los testimonios mexicas-nahuas destacan la imagen de Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl como el fundador del reino mítico, y del mismo modo que en la mitología mexica, Tula fue el arquetipo de la ciudad y del reino ideal, Topiltzin Quetzalcóatl fue el paradigma del gobernante, creador de los emblemas y los símbolos reales, el primer rey de la legendaria Tula y fundador del poder tolteca, antecesor del poder mexica. Transformándose, Quetzalcóatl sobrevivió a la conquista.

La conquista española y la invasión de nuevos dioses y símbolos religiosos no pusieron fin a la vida de Quetzalcóatl; por el contrario, la multiplicaron, pues con las cenizas y los recuerdos de los antiguos dioses, los sobrevivientes indígenas compusieron un nuevo mito de Quetzalcóatl; el antiguo héroe cultural fue transformado en un mesías redentor de los indígenas dominados ahora por los españoles, acotó Florescano.

Ya varios testimonios relataban la historia de un Quetzalcóatl que había prometido regresar de su exilio, formar un ejército indígena dotado de armas invencibles, hacer la guerra a los invasores blancos y restaurar el antiguo reino de los señores naturales; sin embargo, los frailes evangelizadores españoles y también los nacidos en México de ascendientes europeos e indígenas crearon el mito de un Quetzalcóatl cristiano.

Fray Toribio de Benavente, el célebre Motolinia, inició esta mutación cuando aseveró que Quetzalcóatl “era un hombre honesto y templado” e indicó que fue él quien comenzó a hacer penitencia, disciplina y ayuno. Bartolomé de las Casas dio un paso más en esta conversión, al afirmar que Quetzalcóatl, el dios de Cholula, era un hombre blanco, de ojos grandes, largo cabello y barba redonda, detalló el historiador.

Fue el dominico fray Diego Durán quien completó esta identificación en su ‘Historia de las Indias’, donde escribió que Quetzalcóatl había sido en realidad un mensajero de Cristo, puesto que había difundido los símbolos (las cruces) de la verdadera religión y había profetizado la llegada de los españoles. Esta interpretación no admitía la idea de que los indios de Nueva España pudieran haber sido olvidados en la propagación de la palabra de Cristo; dedujo que el apóstol de los indios había sido Topiltzin Quetzalcóatl, también predicador de los indios. Con esa trasmutación, Quetzalcóatl adquirió los rasgos de un apóstol de Cristo.

Otros pensaron que Dios había utilizado este engaño para atraer a los indios a la verdadera fe. Como ha mostrado el historiador y antropólogo francés Jacques Lafaye, la idea que pronto se impuso fue que Quetzalcóatl era el apóstol santo Tomás y que todas las analogías de las creencias del antiguo México con el cristianismo derivaban de anteriores evangelizaciones de América y de la degradación ulterior de la doctrina cristiana. Estas bases consolidaron la idea de que Quetzalcóatl fue un dios blanco procedente de un país remoto, cuyo mandato fue difundir la civilización en las incultas tierras de América.

Desde entonces, Quetzalcóatl se convirtió en la presencia más ubicua de la mitología mexicana, adquirió las cualidades de la metamorfosis, la resurrección y la multiplicación sin límites; su figura radiante o premonitoria pudo atravesar simultáneamente diferentes tiempos o viajar por múltiples espacios; en los años críticos de indefensión o quebranto asumió los rasgos del profeta, anunció regresos triunfales de las armas indígenas y la instauración de un nuevo régimen, mientras que en las épocas de construcción y estabilidad se convirtió en símbolo de civilización y emblema de una identidad ancestral.

Muchos grupos indígenas y mestizos entendieron que en esos años se cumplía un ciclo más de las revoluciones del tiempo. Antes de que estallara el movimiento de independencia, fray Servando Teresa de Mier revivió la leyenda del apóstol y del héroe legendario.

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