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Reseña histórica

IMPULSO/ Norma L. Vázquez Alanís
Quetzalcóatl se transformó. Parte III

El éxodo de Quetzalcóatl hacia el suroriente de Mesoamérica quedó plasmado en testimonios que registran la penetración en el sur de México, de grupos de ascendencia tolteca, junto con la llegada de un personaje que reproduce los rasgos legendarios del rey, supremo sacerdote y héroe cultural de Tula: Topiltzin Quetzalcóatl.

El historiador Enrique Florescano expuso lo anterior en su plática ‘Quetzalcóatl, un mito de mitos’, en la cual habló de las múltiples facetas de este personaje prehispánico, cuyo emblema -la serpiente emplumada- destaca en los monumentos más significativos. En Chichén Itzá es la insignia que identifica a los personajes que encabezan actos de guerra o acciones bélicas; en Cacaxtla identifica a los dirigentes de esa ciudad, y lo mismo ocurre en Xochicalco, donde la serpiente ondula en los monumentos que se levantan en la plaza central.

Diferentes textos yucatecos, quichés y cachiqueles, dan cuenta de invasiones procedentes del altiplano central, dirigidas por personajes que ostentan el nombre de Kukulcán, Gucumatz o Matz, que son otras traducciones de serpiente emplumada entre los quichés y algunos grupos más, del sur de Mesoamérica.

Explicó el doctor Florescano -ganador de numerosos los premios mexicanos e internacionales- que estos testimonios permiten comprobar que el mito de la Tula maravillosa y de Quetzalcóatl, legitimaron la expansión de un pueblo conquistador que del siglo IX al XII impuso su dominio primero en Tula y luego en la península de Yucatán, donde grupos toltecas y mayas se establecieron en Chichén Itzá y en Mayapán.

Para el siglo XVI, buena parte de las imágenes que a lo largo del tiempo se mezclaron con Quetzalcóatl se habían reunido en Tenochtitlán, la ciudad edificada en medio de una laguna, que era entonces una metrópoli cosmopolita y un centro receptor de múltiples tradiciones. En el panteón mexica Ehécatl, dios creador de los códices mixtecos, tenía un alto lugar, aunque era crecientemente disputado por Tezcatlipoca y Huitzilopochtli; su templo redondo ocupaba un sitio privilegiado en el centro sagrado de Tenochtitlán, frente al Templo Mayor.

Refirió Florescano que en el centro ceremonial de Tenochtitlán los mexicas habían construido un templo para albergar a los dioses de las otras entidades políticas conquistadas, la variedad de deidades nahuas existentes se juntó con los dioses, símbolos y discursos teológicos de otros pueblos y culturas; a las propias relaciones de Quetzalcóatl con otros dioses del panteón nahua, se agregaron conexiones de deidades de panteones de lugares diferentes.

Así, el Quetzalcóatl mexica recibió los atributos y significados del Quetzalcóatl venerado en Cholula, y particularmente la rica simbología de la estrella matutina y la estrella vespertina; era un imaginario que estaba en uso en diferentes regiones, por lo cual Tlahuizcalpantecuhtli y otros avatares de Venus se sumaron al Quetzalcóatl de los aztecas, precisó Florescano en el ciclo de conferencias ‘Nuevas interpretaciones de la historia nacional’, organizado por el Centro de Estudios de Historia de México Carso (CEHM).

En la cosmogonía nahua, Quetzalcóatl fue uno de los dioses que intervinieron en la creación del cosmos y del sol, pero además fue el dios que descendió al inframundo, rescató los huesos de la antigua humanidad y formó con ellos a las mujeres y hombres del quinto sol; al igual que sus antecesores mayas y mixtecos, era el dios dispensador de la civilización, el reciclador del tiempo, el iniciador del movimiento de los astros y de los destinos humanos.

Las actividades vinculadas al dios Quetzalcóatl, como el calendario, la escritura y los saberes supremos que ordenaban los conocimientos fundamentales, eran y estaban a cargo de los dos más altos sacerdotes, quienes llevaban asimismo el título de Quetzalcóatl.

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