Noviembre 25, 2024
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La vida como es…

IMPULSO/ Octavio Raziel

Inadaptado

Me tocó, como para muchos otros mexicanos, una vida que era -con sus altas y bajas- miel sobre hojuelas. Todo era conseguir un trabajo permanente y evitar, en lo posible, morirse antes de 30 años de labores. Luego, gestionar la pensión y a disfrutar lo que queda de vida. La economía era más o menos entendible y la gente compraba con el dinero que ganaba y nada más.
Huberto Eco se lamentaba en cierta ocasión de que “nosotros hemos sido una generación que debería avergonzarse de lo afortunada que ha sido: nos han dado todas las posibilidades”.
Sin embargo, hay un amplio sector del país donde todo es, al parecer, felicidad. Incluso, como diría el escritor Javier Marías: “la gente se ha endeudado hasta la demencia, viviendo muy por encima de sus posibilidades”. Podría agregarse que sin que pase nada.
Por las avenidas de cualquier ciudad grande o pequeña circulan miles de automóviles nuevos, pagaderos a 48 o más mensualidades. Millones observan en costosas pantallas un partido de futbol mientras otros lo hacen en bares y restaurantes desde donde gritan de todo al silbante.
Vendrán las vacaciones o el próximo puente y no será fácil encontrar un boleto de avión o de autobús que lleve a una playa o lugar de descanso donde las habitaciones están al costo de una de los hoteles en Dubai.
Por la calle, un empleado medio se comunica por celular, viste ropa aceptable, cena en restaurantes o en “antros”, asiste a conciertos de rock cuyos boletos se agotaron con semanas o meses de anticipación, fuma y bebe lo que quiere.
Los jóvenes de hoy son los genios de las finanzas, aunque con dinero plástico, claro. Vive hoy, que el mañana poco importa.
En las clínicas de belleza, las lipo, los tatuajes de labios, cejas y demás partes, visibles e invisibles cuestan un ojo de la cara; el gimnasio no se diga y las estéticas no se dan abasto. Los salones de fiesta están contratados hasta el año 2026 con bautizos, primera comunión, quince años y bodas. Todo con el poder de su firma. Sigo creyéndome un inadaptado al no usar dinero plástico.
Vivimos un tiempo de cambio, sigo pensando en unirme a esa primavera de los camaleones, mimetizarme en esa economía ficticia que viven las nuevas generaciones. Recapacito, o sabía cuánto nos queda aún por destruir.

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