IMPULSO/ Edición Web/ El País
Miami
“Los cubanos son la mejor gente del mundo. Me encantaría ayudar a reconstruir su país y devolverlo a su antiguo esplendor. En cuanto cambien las leyes, estoy dispuesto a levantar el Taj Mahal en La Habana”, decía el empresario Donald Trump hace dos décadas
Hoy Trump es presidente electo de Estados Unidos y entre la infinidad de incógnitas que plantea su mandato está la política sobre Cuba. Ahora su rol no es fabular sobre los pintorescos negocios que podría hacer en la isla sino abordarla como asunto de Estado.
El presidente que le cederá el 20 de enero el sillón del Despacho Oval, Barack Obama, abrió en 2014 el camino hacia el fin del conflicto histórico entre Washington y La Habana. Está por ver si Trump continúa el proceso o desecha la doctrina Obama.
“No sabemos qué va a pasar. La situación podría volver a donde estaba antes, con contactos más restringidos entre gobiernos, recobrando fuerza las sanciones del embargo y reduciéndose el contacto entre los pueblos. El deshielo está en peligro”, dice Jorge Duany, director del Instituto de Estudios Cubanos de la Florida International University.
El dirigente demócrata concibió que la mejor manera de hacer avanzar el sistema cubano hacia la democracia era facilitar el intercambio económico y humano entre ambos países. Flexibilizó el envío de remesas, suavizó las condiciones para que los americanos pudieran viajar a Cuba, reabrió los vuelos regulares, firmó permisos para que algunas empresas puedan echar a rodar negocios con la isla y eliminó las barreras a que sus compatriotas pudieran traer de Cuba tanto ron y tantos puros como quisieran.
Desde el punto de vista del Trump economista, cabría esperar que no tuviese objeción alguna a esta pragmática apertura comercial. El ángulo de sombra –porque apenas se divisa en qué pueda consistir– es el punto de vista del Trump geopolítico.
A lo largo de su campaña el republicano pasó de apoyar con matices la política del deshielo –“está bien, pero creo que deberíamos haber hecho un trato mejor”– a visitar dos semanas antes de las elecciones a los veteranos de Bahía de Cochinos para prometer que no dialogará con La Habana si no se aviene a un apertura completa de las libertades civiles.
Un discurso de máximos que adoptó para atraer el voto anticastrista pero que podría replegar cuando evalúe, entre otras cosas, los intereses de compañías como Starwood (Cuba y sus hoteles), Caterpillar (Cuba y sus carencias de maquinaria de construcción), Google (Cuba y su falta de Internet) o PayPal (Cuba y su urgencia de bancarización).
“Trump ha dicho varias cosas y yo me quedaría con la primera: la de replantearse el acuerdo, a lo que habría que preguntarle: “Bueno, ¿pero qué quieres? ¿Hacer más y mejores negocios?” Si es así la pelota está de su lado: tendría que obligar a sus colegas republicanos a levantar el bloqueo. Si su política es la que anunció en Miami al final de la campaña, eso es vino viejo”, opina desde La Habana el exdiplomático cubano Carlos Alzugaray.
La elección de Trump deja en vilo a los cubanos a ambos lados del Estrecho de Florida. Si endurece la política hacia la isla, el flujo económico y familiar entre unos y otros podría volver a dificultarse. Mientras tanto, el Gobierno cubano se ha limitado a emitir un neutral mensaje de felicitación de Raúl Castro al próximo presidente.