Octubre 16, 2024
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IMPULSO/ José Antonio Aspiros Villagómez

Júpiter en la prensa (1)

La conquista del espacio exterior casi dejó de captar la atención de los medios y del público al cabo de décadas de noticias espectaculares, desde el lanzamiento del Sputnik 1 hasta el fin de la era de los transbordadores espaciales.

Pero este cinco de julio, la astronáutica volvió a las primeras planas -al menos las digitales- cuando la NASA anunció que la sonda Juno, con sus paneles solares parecidos a unas alotas de nueve metros de largo, había llegado a la órbita del planeta Júpiter tras cinco años de viaje, ello para dar 37 vueltas en torno al mismo, hacer una serie de investigaciones y, al final, estrellarse en su superficie.

Entre 1980 y 1983, este tecleador -metido en el periodismo científico- publicó en la revista En Todamérica un viaje imaginario por el Sistema Solar y luego un recuento de todo lo que se sabía de Júpiter en ese tiempo. Habrá novedades, sin duda, gracias al trabajo de Juno, porque ya pasaron siete lustros desde entonces. Ya vaticinábamos, empero, que las agencias espaciales de todo el mundo tendrían que sumar sus fuerzas.

En la tercera y última parte de aquella fantasía periodística (abril, 1981), decíamos en la sinopsis: “Una sonda espacial automática lanzada en forma conjunta por las potencias astronáuticas de la Tierra ha iniciado un supuesto viaje por el Sistema Solar (…) A través de pantallas en el centro de control, hemos seguido su recorrido por el Sol, Mercurio, Venus y la Tierra”.

Y después de pasar por Marte y los asteroides … “una gran sombra se interpone. La luz solar es cada vez más débil y la temperatura más baja. La sonda automática ingresa al ámbito de lo que parece un pequeño sistema planetario. Es Júpiter, un mundo 318 veces mayor que el nuestro y con 16 satélites girando en torno suyo, según los últimos descubrimientos. ¡Y tiene un anillo como los que Galileo descubrió en Saturno en 1610! Sí, ya se ve: una bola enorme de hidrógeno líquido, con anchas bandas de nubes paralelas al ecuador, de mil kilómetros de profundidad, y luego ese anillo de partículas del tamaño de guijarros, surgidas tal vez de la desintegración de un satélite. Nos llegan las mediciones de lo que sería un cinturón de asteroides jupiterino: está a 127 mil kilómetros de la superficie, tiene un espesor de 30 kilómetros y un ancho de 5 mil 300 kilómetros.

Pero vean allá: la tremenda mancha roja tres veces mayor que el diámetro de la Tierra, es en efecto un huracán. Y esas bandas luminosas como auroras boreales, que indican un intenso bombardeo en la atmósfera de Júpiter, de partículas cargadas de energía.

Se aprecian tormentas, descargas eléctricas y la existencia de un poderoso campo de radiaciones. ¿Tendrán razón los científicos soviéticos? Cuando se descubrió, a fines de los años 60, que el planeta irradia más energía de la que recibe del Sol, opinaron que Júpiter podría ser una estrella desvaneciente que por ciertos efectos crecientes tendrá la misma masa y radiación que el astro rey dentro de tres mil millones de años.

O como dijo en 1974 el doctor John Wolfe, de la NASA: en muchas formas es un planeta, pero en otras es un pequeño sol. Y cuidado: cinco años después, el doctor Bradford A. Smith, del Proyecto Voyager, opinó que “el descubrimiento de súper rayos en la atmósfera de Júpiter indica una posibilidad de la formación de moléculas orgánicas altamente complejas, que son las precursoras de la vida.

Imposible retrasar más la Operación Sistema Solar. La nave continúa. A su paso por las lunas nos manda un último dato, escalofriante: Io, uno de los llamados satélites galileanos… ¡tiene oxígeno! ¡tiene agua! ¡tiene terribles erupciones volcánicas, fenómeno que nunca antes se había visto fuera de la Tierra! ¡Es un mundo vivo!”.

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