Hace un año, el presidente Vladímir Putin, subió a un escenario en la región de Kursk para conmemorar el 80mo aniversario de uno de los momentos más orgullosos del ejército soviético en la II Guerra Mundial.
Ante un público entregado que incluía soldados recién llegados de combatir en Ucrania, Putin describió la decisiva victoria en la Batalla de Kursk como “una de las grandes hazañas de nuestro pueblo”.
Ahora, mientras Rusia se prepara para celebrar el 81er aniversario de esta batalla de 1943, Kursk vuelve a ser noticia, pero por un motivo muy diferente.
Las fuerzas ucranianas iniciaron el 6 de agosto una incursión relámpago en la región, tomaron poblados, capturaron a cientos de prisioneros y provocaron la evacuación de decenas de miles de civiles. La operación tomó por sorpresa a Rusia, que está llamando a filas a reclutas para combatir a algunas de las unidades más curtidas de Ucrania.
En el pasado, Putin ha respondido despacio a otras crisis durante su mandato y por ahora ha restado importancia al ataque. Pero dos años y medio después de iniciar una guerra en Ucrania para eliminar lo que describió como una amenaza para Rusia, es su propio país el que se ve más turbulento.
En una reunión con su personal de seguridad sobre Kursk el 12 de agosto se le veía incómodo, e interrumpió al gobernador regional en funciones, que había empezado a enumerar las poblaciones tomadas por Ucrania. El presidente y sus funcionarios se refirieron a “los sucesos en la región de Kursk” como una “situación” o “provocación”.
Los medios estatales adoptaron esa línea editorial y mostraron a personas evacuadas que hacían fila para recibir ayuda o donar sangre como si los acontecimientos en Kursk fueran un desastre humanitario y no el mayor ataque a Rusia desde la II Guerra Mundial.
En sus 24 años en el poder, Putin se ha presentado como el único que puede garantizar la seguridad y la estabilidad rusa, pero esa imagen ha sufrido desde que comenzó la guerra.
Varias ciudades rusas han sido atacadas por drones y proyectiles de las fuerzas de Kiev. El líder mercenario Yevgeny Prigozhin lideró un breve alzamiento el año pasado para intentar deponer a los líderes del ejército. Hombres armados asaltaron una sala de conciertos en Moscú y mataron a 145 personas en marzo.
El Kremlin ha dado su aprobación tácita a una amplia purga de funcionarios del Ministerio de Defensa, con acusaciones de corrupción contra muchos de ellos. También se ha detenido y acusado de fraude a oficiales de menor nivel, como el teniente coronel Konstantin Frolov, un condecorado comandante de una brigada aerotransportada. “Preferiría estar en Kursk (…) que aquí”, dijo cuándo se le escoltaba esposado a una comisaría de Moscú.
En otro recordatorio de que la fortuna puede cambiar deprisa en Rusia, las autoridades abrieron pesquisas penales contra otros funcionarios y trataban de confiscar terrenos a algunas de las personas más adineradas del país en una zona lujosa de Moscú cerca de una residencia de Putin.
Aunque la televisora estatal fomenta un apoyo aún fuerte a Putin pese a reveses como la incursión en Kursk, resulta más difícil controlar las opiniones de un electorado crucial: la élite rusa.
Putin depende de su aprobación, dijo Ekaterina Schulmann, académica adjunta en el Carnegie Russia Eurasia Center en Berlín.
“El cálculo que está pasando por su cabeza todo el tiempo es si el status quo les favorece o no”, dijo.
Desde que comenzó la guerra, la vida para esas élites —el círculo más próximo a Putin, burócratas de alto nivel, mandos militares y de seguridad y líderes empresariales— ha ido a peor, no a mejor. Aunque muchos se han enriquecido con la guerra, tienen menos lugares donde gastar su dinero debido a las sanciones occidentales.
La pregunta que se hacen sobre Putin, dijo Schulmann, “es si el viejo sigue siendo un activo o ya es un lastre”.
El estado de la élite rusa podría describirse como de “conformidad descontenta”, dijo Nigel Gould-Davies, experto del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos en Londres. Están descontentos con la situación, señaló, pero temen quién ganaría si hubiera una lucha por el liderazgo.
Podrían tener la esperanza, señaló el analista, de que la reacción de Putin a los acontecimientos en Kursk encaje en un patrón en el que tarda en responder a una crisis antes de terminar imponiéndose.
Es algo que se ha visto desde sus primeros días en el poder, que comenzaron hace 24 años con el hundimiento de un submarino nuclear bautizado por la Batalla de Kursk.
El 19 de agosto de 2000, menos de un año después de que Putin se convirtiera en presidente, el Kursk se hundió en el Mar de Barents después de que uno de sus torpedos estallara, lo que mató a los 118 marinos que iban a bordo.
Putin continuó sus vacaciones al inicio de la crisis y esperó cinco días antes de aceptar la ayuda que podría haber salvado a algunos marinos que sobrevivieron a la explosión inicial.