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Julieta Fierro, la divulgadora de los astros

 “Cierren los ojos… Díganme, ¿qué es lo que acabo de poner entre sus manos?, ¿pueden describirlo? Ahora, imaginen que ustedes son los científicos que hacen un gran descubrimiento entre la oscuridad del universo y no saben qué es; mientras que yo soy la ciencia que quiere saber, y la prensa interesada en la gran noticia del momento. Así que, a ver, científicos, ¿qué es lo que nos tienen que decir?”

Las palabras son de la reconocida astrofísica, la Doctora Julieta Fierro Gossman, quien nos ha recibido en su casa, cerca de Ciudad Universitaria, al sur de la Ciudad de México. Se trata de un espontáneo y muy sencillo experimento en el que reportero y fotógrafo participaron y que funciona bien como una analogía de la difícil labor de la ciencia por acercarse y comunicar explicaciones de la realidad, que son, a final de cuentas, tan susceptibles al movimiento y la transformación, como aquello que tratan de comprender.

“Esa es la magia de la ciencia, que nunca tenemos la verdad, sino cachitos de verdad”, asegura en entrevista con El Sol de México la investigadora del Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México.

 “Yo quería ser hada, porque veía tanto sufrimiento en el mundo; quería tener un elefante que corriera y creciera conmigo, pero ni Santa Claus ni los Reyes Magos me lo trajeron; quería tener 12 hijos, porque tenía 12 peluches… pero no, no cumplí ninguno de esos objetivos”. El destino de Julieta Fierro fue diferente

Siempre sonriente, con una sencillez, curiosidad y pasión, igual al de una niña que continúa en el asombro del mundo, Julieta Fierro es hoy una de las mujeres mexicanas más destacadas a nivel internacional, con reconocimientos tan importantes como el Premio a la Divulgación de la Academia Mundial de Ciencias en 1992 o el Premio Kalinga de la UNESCO, en 1995.

Su labor también le ha permitido ser miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y elegida este 2023 como parte de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias, distinción que sólo ha sido otorgado a 14 mexicanos, que se suman a la lista de grandes mentes como Charles Darwin, Albert Einstein y Pablo Picasso.

¿Pero dónde comenzó todo? ¿Cuál fue ese Big Bang que detonó el incansable interés de Julieta por la astronomía? ¿Cuál fue esa chispa o huevo cósmico? La científica relata que fue realmente una vez estudiando física en la Facultad de Ciencias de la UNAM, al haber cursado materias de astronomía con los investigadores Eduardo Schmitter y Manuel Peimbert, quien ha hecho importantes aportaciones a la comprensión de las propiedades físicas interestelares y la evolución de la composición química de las galaxias.

“Iba yo a una escuela francesa, pero siempre sacaba cero en francés y 10 en matemáticas. Ahí es donde creo que está la señal que me dice que siempre fui científica. Fue por recomendación de mi hermana que estudié física, pues ella creía que yo no sería capaz de estudiar matemáticas, además de que ella pensaba que en física podría trabajar de eso mientras estudiaba.

“Así que al principio no me gustaba tanto la física, pero ahora me fascina: es una forma elegante, lógica y transparente de entender la naturaleza. Y bueno, la astronomía va todavía más allá de la física de la Tierra, que se ha visto es igual a la de las más de 100 mil millones de galaxias y estrellas que pueblan el universo. Sin duda, una herramienta extraordinaria”, cuenta Fierro, quien fuera presidente de la Comisión de Educación de la Unión Astronómica Internacional.

Aquellos años de estudio ocurrieron durante la efervescencia de ideas, en la década de los sesenta con el movimiento estudiantil. “Era la época de las utopías, en que el comunismo iba a funcionar: todos íbamos a tener seguro médico, trabajos dignos y casa propia, los grandes ideales de la humanidad; era el tiempo de las pastillas anticonceptivas que nos permitieron a las mujeres decidir cuándo ser madres; y también de los hippies, del amor y paz, cosa que sigo siendo hasta ahora”, describe la autora del libro Lo grandioso del tiempo. Gran paseo por la ciencia.

“El movimiento estudiantil del 68 fue una revolución, pero los jóvenes nunca entendemos de qué tratan las revoluciones. Para mí fue el derecho a trabajar, a estudiar y ser libre. Cosa que fue al mismo tiempo un problema para las mujeres que estudiábamos ciencias, porque queríamos demostrar que podíamos destacar a nivel mundial y ser las superdupers, además de tener que ser buenas amas de casa. Esta, tal vez, es una de las malas consecuencias de mi generación, pero ahora entendemos que las mujeres no tenemos que demostrar nada y todo hacerlo por verdadera pasión y aprender a ser felices”, afirma.