Julio 16, 2024
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Guerra en Ucrania: la línea de combate donde los ojos rusos están siempre observando

La hilera de árboles parece fragmentarse y desaparecer a medida que avanza hacia las posiciones rusas en las afueras del pequeño pueblo de Velyka Novosilka.

Dima, un soldado de infantería del ejército ucraniano en la 1ª Brigada Separada de Tanques, camina con cuidado por un camino donde las botas militares se desgastan entre tréboles de primavera. La línea cero, la trinchera final, está por delante. Y las tropas rusas están a solo 700 metros de distancia.

Más al norte, en Bajmut, los ucranianos han ido perdiendo terreno. Pero aquí, en el sur de la provincia de Donetsk, los tanques y soldados de infantería ucranianos se mantienen firmes.

A pesar de meses de feroces ataques rusos, Dima dice que la brigada ha perdido menos de 10 metros de territorio. Las fuerzas rusas, afirma, han sufrido grandes pérdidas.

Una distracción puede causar la muerte

Es un paisaje destruido, donde las trincheras están expuestas a los puestos de observación rusos y los drones de vigilancia. En este frente de combate, los ojos rusos siempre están observando, esperando la oportunidad de atacar.

A medida que pasamos las trincheras de infantería, el trébol comienza a desaparecer y es reemplazado por barro y cráteres de bombas. Las minas terrestres y los proyectiles sin explotar cubren el suelo. Las copas de los árboles, aún desnudas por el invierno, ahora están partidas y destrozadas. “Hubo una batalla de tanques aquí recientemente”, asegura Dima, “los hicimos retroceder”.

Un soldado en una trinchera retira con una pala tierra blanda y roja casi sin hacer ruido. Desde un pueblo cercano, el sonido de disparos automáticos llega con la brisa.

“A menudo había batallas en el pueblo. A veces, todo el pueblo estaba en llamas. Tiraban fósforo, o no sé qué tiraban”, explica Dima. Mide más de 1,90 de altura con ojos azul pálido que se hacen más brillantes por los círculos oscuros debajo de ellos. Su AK-47 está colgado de su hombro; en su chaleco antibalas cuelga una cuchara, un abrelatas y un pequeño par de alicates.

El peligro aquí está fuera de las trincheras. Un momento de distracción mientras alguien se fuma un cigarrillo puede terminar en la muerte si cae un mortero o una granada cerca. “En general, bombardean todos los días”, relata Dima mientras indica las posiciones rusas. Estos hombres sufrieron bajas recientemente, pero son una fracción comparado con las pérdidas ucranianas en el combate cuerpo a cuerpo de Bajmut.

De repente, un proyectil silba sobre nuestras cabezas y aterriza a la izquierda de nuestro grupo. Los seis corrimos para cubrirnos y caímos al suelo. Pierdo de vista a Dima, pero alguien grita que un tanque ruso está disparando. Se produce una segunda explosión que me cubre de tierra. Estaba más cerca esta vez, tal vez a tres metros de distancia. Me dirijo a la cubierta y veo a Dima de pie en una trinchera. Dentro hay un refugio cubierto de madera en el que nos metemos cuatro de nosotros. Cuando Dima enciende un cigarrillo se escucha otra explosión cerca.

“Simplemente tienen una cantidad ilimitada de proyectiles”, dice. “Tienen almacenes llenos. Pueden disparar todo el día y no se quedarán sin proyectiles. Pero, ¿nosotros? Nos quedaremos sin proyectiles este año. Así que estamos formando varias brigadas de asalto y nos han dado tanques. Creo que con esos ganaremos. Somos feroces. Somos valientes. Podemos manejarlo”.

Cuando sus posiciones están bajo ataque, explica, se refugian en trincheras, mientras que un soldado permanece de guardia en busca de infantería enemiga y drones. Dima asegura haber aprendido a sobrellevar la situación. “Había miedo las primeras veces. Cuando vine por primera vez. Ahora todo, de alguna manera, se ha desvanecido. Se ha vuelto tan sólido como una roca. Bueno, hay algunos miedos; todos los tienen”.

Otro proyectil cae lo suficientemente cerca como para hacerlo saltar. “Esa fue buena”, dice, sacudiendo la cabeza y quitándose el polvo de encima.