Agosto 15, 2024
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Eufemismos de la muerte

Alguien me habló todos los días de mi vida al oído,

despacio, lentamente.
Me dijo: ¡vive, vive, vive!
Era la muerte.

Jaime Sabines

Por Patricia Fuentes Hurtado

Elisabeth Kübler-Ross, madre de la tanatología, hablaba de vivir la vida sabiendo de su finitud, pero sin hacerse de mayores ideas o albergar miedos respecto de la muerte. No es fácil, ella es temida, respetada, enigmática, pero nunca bienvenida.

Si un mérito se le concede es ser democrática, porque, ¿Acaso hay alguna diferencia entre quien descansa en el lujoso mausoleo y quien, perdido de identidad, yace en la fosa común? No.

La muerte nos lleva a pensar lo efímero de la vida, el misterio del instante mortal y la presunta pérdida de 21 gramos que pesa nuestra alma, debatiendo así su condición de eterna e intangible. En 1907, el Dr. Duncan MacDougall (Haverhill, Massachusetts) planteó la hipótesis de que las almas tienen peso físico e intentó medir la masa perdida por un humano cuando ese soplo divino abandona el cuerpo. El alma pesa 21 gramos, aseveró.

Estas reflexiones vienen a colación no solo por la proximidad del Día de Muertos, sino porque la pandemia nos ha hecho tener muy de cerca su presencia; la muerte flota en el entorno cobrando vidas sin piedad y alterando nuestros rituales mortuorios; no hay despedidas. Todo colapsa en un parpadeo.

Su imagen es oronda e imponente; se sabe que nada escapa al filo de su guadaña, por eso solemos tratarla con cariño; hemos creado muchos eufemismos para hablarle suave, en una clara necesidad de desearla lejos, muy lejos.

La idiosincrasia mexicana tiene numerosas maneras de llamarla: la parca, la tilica, la huesuda o la catrina. Empleamos eufemismos solemnes que son una analogía entre muerte y despedida: “nos dijo adiós”, “se extinguió una estrella” y “el cielo ganó un lucero”.

También tenemos frases típicamente mexicanas como: “ya chupó faros”, “petatearse”, “pelar gallo”, “entregar el equipo” y “colgó los tenis”.

Como creyentes se emplean eufemismos religiosos: “recemos por su alma”, “pasó a mejor vida”, “Dios lo tenga en su santa gloria”, “que en paz descanse” o su variante en latín Requiescat In pace (RIP).

Tristemente por dulcificada o jocosa que sea nuestra forma de dirigirnos a ella, la cita es inexorable.Es inherente a la condición humana temer a lo desconocido, sin embargo, vivimos la muerte de forma dual: con dolor, pero también con celebración; la concebimos como culminación y renacimiento. Pensar que existe el “más allá” anima la esperanza del reencuentro.

Lo deseable es que la muerte nos encuentre vibrando, persiguiendo nuestras pasiones y propósitos, para que incluso sea ella quien sienta pena en las honras fúnebres o exequias.

En tanto, soy mesurada en mi andar, me gusta dar pasitos afelpados de gato y con ello pensar que la muerte no notará mi presencia para poder estar mucho tiempo en esta frecuencia vibratoria llamada vida.