La orfandad de la educación
Por Patricia Fuentes Hurtado
No hubo señales que lo sugirieran, mucho menos un curso introductorio, la educación en línea llegó intempestivamente a nuestros hogares. Hubo intención de adaptarse sin más, hubo también quienes optaron por no inscribir a sus hijos y tomar al 2020 como un año lectivo perdido.
La experiencia del panorama incierto en 2020 ya pasó, pero al iniciar el segundo año consecutivo online, encontramos lo mismo: padres que no tienen tiempo para el acompañamiento, maestros que no cambiaron sus rutinarios formatos presenciales, incipientes políticas públicas para enfrentar las nuevas condiciones educativas, y finalmente, niños que no tienen la remota idea de lo que implica ser autodidactas.
Veamos:
Héctor tiene 8 años, sus padres son médicos; él, neumólogo, cuyas jornadas son extenuantes y doblemente riesgosas por la contingencia sanitaria; ella, geriatra, quien busca constantemente adaptar los horarios con sus pacientes en un afán de no dejar tanto tiempo solo a su hijo. “Se que no le va el formato digital, pero al menos ve a sus compañeritos en pantalla y ya habrá tiempo de recuperarse”, dice la especialista, resignada a no poder hacer más por el momento.
Isabella cursó el sexto semestre de preparatoria, pero las derivadas trigonométricas y ecuaciones diferenciales resultaron un fiasco, no obstante, tiene la suerte de que su padre es ingeniero y ha sido él quien resolvió los exámenes. Compungido reconoce que no fue lo mejor pero era imposible ver a su hija angustiada.
El caso de Miguel es dramático. Su padre murió en enero por Covid-19. Lo último que recuerda es el ulular de la ambulancia que se lo llevó. Su madre ahora a cargo de él y su hermano de 13 años, asumió el control del negocio familiar que les dará el sustento. A sus 10 años, Miguel sortea el día atendiendo a la clientela y cumpliendo los encargos escolares a medias.
Expertos pedagogos opinarán sobre la educación online; apelarán a los procesos de adaptación a los ambientes virtuales; exaltarán las ventajas de las aplicaciones educativas, pero solo en la práctica se mide lo conveniente y efectivo de la modalidad que la pandemia nos trajo, donde además influyen los ritmos y requerimientos particulares de cada niño.
La educación ha sido una de las actividades intelectuales más afectadas que hay que redireccionar. Un buen inicio sería promover plataformas de asistencia integral a profesores, alumnos y padres; los grupos de WhatsApp se convierten en Torres de Babel o tierra de nadie.
Tan importante es favorecer una educación personalizada para no estandarizar al alumnado, como necesario es también inocular una cultura autodidacta en las nuevas generaciones. Con o sin pandemia, los estudiantes cada vez más van prescindiendo de terceros, esto como una consecuencia natural del mundo revolucionado por la tecnología.
Al momento, nuestros infantes dominan las aplicaciones lúdicas, pero no las pedagógicas y es ahí donde radica el riesgo de extravío.