Guadalupe Rosas Suárez
La especulación es la característica que prevalece en el arranque del ciclo escolar 2021-2022, son muchos los escenarios que padres de familia y colectivos docentes han planteado, algunos quizá catastróficos, otros cercanos a la realidad. Lo cierto es que hoy se inicia un año lectivo lleno de incertidumbre para todos, hay zozobra por los riesgos en la salud de los menores, no sólo por el Covid-19, sino también por el aumento en los trastornos mentales, la violencia intrafamiliar, la caída económica y la dificultad que muchos tienen para ser guía del aprendizaje en su hogar.
“No sé qué es lo mejor para mis hijos, enviarlos o no a la escuela”, clamor de una madre de tres menores, quién como muchos papás se atormenta con ese dilema, cuando sus posibilidades sólo están en la escuela pública. Es más que evidente que hay quien no tiene la menor idea de cuál será la decisión más apropiada,sobre todo, cuando las instrucciones de la autoridad educativa son imprecisas, se hacen ajustes a los acuerdos de un día a otro o simplemente no resuelven las dudas que se planean para el regreso a las aulas.
Lo que sí es claro es que todos los profesores de instituciones públicas y privadas deben estar en los planteles, así lo dispone un acuerdo de la SEP y están obligados a cumplirlo. Por tanto, han organizado una forma de trabajo en modalidad presencial y a distancia de manera escalonada de acuerdo con las características de la matrícula y de la escuela.
Sin embargo, en el caso de las escuelas públicas de nivel básico no se están considerando clases en línea o virtuales. Primero, porque los planteles no están equipados para transmitir clases desde las aulas, pues si sufren por la falta de energía eléctrica y agua, difícilmente tendrán las computadoras y el internet con los megas suficientes para manejar las plataformas educativas.
Y, en segundo lugar, tal vez el más significativo, porque por muy grande que sea la vocación del maestro, dudo mucho que estén dispuestos a trabajar doble, pues tendrían que diseñar una planeación didáctica para los que acuden a las aulas y otra para los que se queden en casa. Si bien les va se les dejarán una serie de actividades o tareas a realizar, sin que eso garantice que habrá un logro de los aprendizajes.
De ahí, surgen interrogantes para los que decidan (por la razón que sea) no llevar a sus hijos a la escuela ¿quién estará al pendiente de su preparación?, ¿acumularán trabajos en su hogar que sólo los desgasten y no les permitan involucrarse en el maravilloso mundo del saber?, ¿los padres de familia tendrán la capacidad de ser guías y ayudarán a sus hijos a ser autónomos para que apropien del conocimiento?, ¿tendrán tiempo suficiente para apoyarlos?, ¿serán suficientes los programas grabados de Aprende en Casa?
La presión de la autoridad educativa federal es para que los alumnos asistan a las aulas.En el Acuerdo 2308 en el artículo décimo segundo se hace referencia a este aspecto y señala que las autoridades locales y equipos técnicos “en la medida de sus posibilidades” podrán brindar seguimiento y atención a los menores que optaron por no acudir al servicio educativo presencial, pero no se involucra al docente ni se le da la obligación de trabajar con quienes no acudan.
Por tanto, en las escuelas públicas de nivel básico se le dará prioridad a los menores que asistan a clases de manera escalonada y quienes voluntariamente decidan no hacerlo, sólo recibirán actividades que ellos mismos deben recoger y llevar a la escuela.
En contraste, las escuelas privadas ofrecen como principal “gancho” la modalidad virtual y presencial, ahí sus profesores sí van a trabajar doble. En algunos casos, con un equipo para atender a los que estén en casa y, con otro, para los que se encuentren en el plantel.
Tal realidad, nos deja de manifiesto que los claroscuros de una educación básica que tiende cada vez más se vuelve elitista.