Octubre 5, 2024
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CAJA DE PANDORA

Guadalupe Rosas Suárez

Trabajo infantil, un flagelo social difícil de erradicar en Edomex

Gran expectación por el regreso a clases presenciales en el Estado de México; hoy, después de 15 meses por fin los alumnos “estarán a las aulas”. Sin eufemismos todos sabemos que ni siquiera la mitad volverán a la escuela; algunos por decisión de sus padres; otros por las condiciones precarias del plantel; y, unos cuantos más, por la manipulación de los propios docentes porque ya están agotados los contenidos programáticos del ciclo escolar 2020-2021.

Sin embargo, hay un nutrido grupo de menores de edad que no regresan a clases porque están trabajando. De manera formal o informal, miles de niños en la entidad han abandonado las aulas para ayudar a proveer o “resolver”las necesidades económicas de sus familias. ¿Cuántos?, ni la propia autoridad educativa lo sabe aún.Empero, es ahí donde debemos focalizar nuestra atención. Es ahí, donde nuestros políticos, gobernantes en turno y electos deben volcar sus esfuerzos. No por pose, ni para el discurso demagógico, sino para terminar con el círculo vicioso que solo administra pobreza.

Para nadie es extraño que el actual modelo neoliberal obliga a muchas familias a recurrir al trabajo de los hijos para poder subsistir y, por ende, éstos abandonan la escuela. Cuandosean adultosdifícilmente podrán acceder a un empleo bien remunerado, habrá para ellos ocupaciones mal pagadas, sin prestaciones y explotadas, con formas de esclavitud moderna. Esa realidad, los convertirá en los papás de los próximos niños que trabajen y se repetirá el patrón de pobreza. Hasta que alguien rompa la cadena, pero ¿quién lo hará?

La educación es el primer paso para romper el círculo de la pobreza. Y ¿cómo lo lograrán aquellos a quienes la pandemia, su familia, las políticas económicas y, hasta el modelo educativo, hoy les están negando esa oportunidad?

Al finalizar el ciclo escolar 2019-2020, se tuvo un registro de 198 mil alumnos, de todos los niveles, que estaban en riesgo de abandono por el impacto de la pandemia, según los datos de la Secretaría de Educación del Estado de México. La cifra actualizada no se tiene.Sin embargo, en las estadísticas de la SEP (antes de la pandemia), la tasa de abandono escolar promedio, a nivel nacional, en educación primaria es de 0.6%y, en secundaria,del 4.4%. Conforme crecen los niños, el abandono escolar también lo hace, enmedia superiorla tasa promedio es del 13%.

Este fin de semana, la titular de la SEP, Delfina Gómez informó que un millón de alumnos de todos los niveles desertaron durante la pandemia. Tal indicador se convierte en miles de vidas que se han incorporado al trabajo infantil y, lamentablemente, más lejos queda la posibilidad erradicarlo.

De acuerdo con los convenios que firmó México con la ONU, para el 2020 debían estar erradicadas todas las formas de trabajo infantil en el país, obvio que no lo logramos. La justificación antes era porque para muchas familias es “normal” que los menores contribuyan al gasto familiar y, ahora, será la pandemia, junto con sus estragos económicos.

Según la ONU en el Estado de México el 1% de los niños trabajan, cifra que podría traducirse entre los 80 y 100 mil; tal vez, sean más, pero con que un menor esté en la calle es motivo para prender los focos de alerta.

El niño mexiquense que trabaja gana entre 100 y 190 pesos diarios, dinero que no siempre se le queda a él, sino a su familia.El problema es que con un ingreso de esa naturaleza el menor ya no aspira a formarse, porque cree que están resueltas sus necesidades mínimas y son pocos los anhelos de superarse.

La labor para erradicar el trabajo infantil no es sencilla, menos aún cuando como sociedad hemos perdido la sensibilidad ante este flagelo. Nos parece “normal” que un menor trabaje y colabore con los gastos familiares, sobre todo, cuando se tienendeficiencias económicas.

Entonces, nuestros niños pueden estar en los basurales como pepenadores, ayudantes en las ladrilleras o en una construcción, en el comercio ambulante, en el campo, como cerillos o simplemente, en las calles. A los ojos de todos y a merced de la explotación y riesgos que ello implique. Algunos, quizá tengan la fortuna de romper el círculo, pero la mayoría no podrán hacerlo y quedarán desamparados de la “justicia social” o del llamado “bien común”, que pregonan nuestros políticos.