José Carreño Carlón
Vacunas baratas, como las baratijas del marketing electoral, pero con efectos desconocidos para los adultos que las reciban
¿Baratura o baratija? Con la toma de posesión, esta mañana, del presidente Biden, abundan, dentro y fuera de Estados Unidos, los balances de los estragos sufridos en la convivencia nacional e internacional tras los cuatro años de Trump. Estragos que están presentes en el escenario de virtual estado de sitio en el que ocurre la toma de posesión. A su vez, el mundo asimila las lecciones de la elección democrática de gobernantes antidemocráticos y hace cuentas de lo que puede esperar cada país de una nueva administración estadounidense que llega a tratar de sanar una nación enferma, averiada por un presidente de allá, advenedizo en el mando del Estado, a quien ya extraña el presidente de acá, según el NY Times de ayer.
En lo que respecta a la crisis sanitaria global, al lado de la prioridad de aferramiento al poder, lo que menos mueve la conducta de los autócratas (Trump, Putin, Bolsonaro, AMLO…) no es la salud de la población. Primero trataron de ocultar o de minimizar la letalidad del fenómeno con la pretensión de evitar el desgaste de sus gobiernos ante situaciones de temor e incertidumbre de pueblos enfrentados a peligros impredecibles. Pero el ocultamiento de esta adversidad en expansión hizo que los contagios y las víctimas mortales salieran de control en estos países. En el caso de México, incluso la buena noticia de la inmunización masiva a la vista se corrompió con la pretensión del presidente, de entrada, de erigirse en el único y dadivoso salvador de la población, como lo confirma la propaganda electoral de la dirección y los candidatos de su partido.
Pero de la (redituable en encuestas) sobrepromoción propagandística —sin fundamento en la realidad— de la expectativa de una ágil y segura vacunación universal, en medio de una gran opacidad y declaraciones inconsistentes sobre contratos, financiamiento y plazos de abasto de Pfizer, fabricante del único producto autorizado, pasamos al anuncio de su sustitución parcial por las vacunas rusas, baratísimas, pero no certificadas por ninguna autoridad sanitaria fuera de las poco confiables de aquel país. Sí. Igual que la autoridad sanitaria mexicana, extraviada en las exigencias de la jerarquía de Palacio. Para ésta, lo importante no es la salud pública, sino cumplir con el calendario de la campaña de AMLO a fin de conservar su mayoría totalizante en el Congreso. Vacunas baratas, como las baratijas del marketing electoral, pero con efectos desconocidos en la salud de los adultos mayores que las reciban.
Otra campaña. Con el expresidente boliviano Evo Morales (ahora contagiado) a la cabeza de la promoción de la vacuna rusa en Latinoamérica, seguido del presidente argentino Alberto Fernández, quien sin embargo evitó aplicársela ante las advertencias de su autoridad sanitaria, la opción mexicana por este fármaco se inscribe además en la tarea señalada al principio de hacer cuentas de lo que el México de AMLO puede esperar de la nueva administración estadounidense que hoy despunta. Y en este tema el cuestionario agrega día a día nuevas preguntas. A esa larga lista se añade hoy una más sobre la reacción estadounidense ante el supuesto de un alineamiento mexicano a otra campaña, la de Putin, para ganar influencia en la región vía el eje bolivariano. Sobre todo, después de que el presidente mexicano se unió a Moscú y a los bolivarianos en favor de la libertad —y el asilo en México, según AMLO— de Assange, a quien el ahora presidente Biden reclama como terrorista cibernético.
Sobregiro. Ojo: esa lista ya está en los medios y la conversación pública estadounidense, con referencias y comparaciones poco comedidas con el presidente mexicano. Y al listado le falta todavía el sobregiro de bravatas de nuestro fiscal autónomo contra el sistema de justicia del vecino.
Profesor de Derecho de la Información. UNAM