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Ni Noche Triste ni Victoriosa, señalan expertos en torno a los 500 años de la batalla en la calzada de Tlacopan :

Arqueólogos e historiadores detallaron los antecedentes, pormenores y consecuencias de la huida de Cortés y sus aliados de México-Tenochtitlan

IMPULSO/Redacción

Aunque tradicionalmente se ha llamado Noche Triste a los eventos del 30 de junio de 1520, cuando las fuerzas españolas y aliadas de Hernán Cortés, entre lanzas y tambores, abandonaron México-Tenochtitlan tras casi un mes de sitio en el Palacio de Axayácatl, ese nombre es erróneo, como también lo es el de Noche Victoriosa, dado que no puede etiquetarse a un suceso histórico como “bueno o malo”.

Así lo comentó el director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), el antropólogo Diego Prieto Hernández, al participar en un conversatorio virtual en el que, junto a investigadores de la institución y de otros centros de estudio, se discutieron los antecedentes, pormenores y consecuencias de aquella jornada bélica.

Organizado por el Museo del Templo Mayor (MTM) y transmitido por INAH TV, en el marco de la campaña “Contigo en la Distancia”, de la Secretaría de Cultura, el conversatorio reunió a los arqueólogos Eduardo Matos Moctezuma, Patricia Ledesma Bouchan y Carlos González González, así como a los historiadores Salvador Rueda Smithers y Guilhem Olivier.

El grupo de académicos coincidió con el planteamiento del titular del INAH, toda vez que, argumentaron, las visiones que confrontan a lo español con lo mexica ignoran la complejidad social, étnica y política de la época.

Sobre este tema, los arqueólogos Eduardo Matos y Carlos González apuntaron que junto con los soldados españoles había miles de aliados indígenas, tanto tlaxcaltecas, como huexotzincas, totonacos y cempoaltecos, entre otros.

El conocimiento que esos aliados tenían del área norponiente de la Cuenca de México, por la que se vio forzado a huir Cortés, vía los pueblos de Popotla, Tlacopan y Otoncalpolco –este último en el actual municipio de Naucalpan–, fue de gran utilidad ya que, de haberlos atravesado solos y sin haber contado con la ayuda de los señoríos otomíes que les permitieron pernoctar, los hispanos jamás habrían podido bordear el lago y regresar luego de 20 penosos y difíciles días, a la capital tlaxcalteca.

Al hablar acerca de la huida y sus antecedentes, los arqueólogos rememoraron la matanza de la fiesta de Tóxcatl, ordenada por Pedro de Alvarado, lugarteniente en Tenochtitlan mientras Cortés guerreaba con Pánfilo de Narváez en el actual Veracruz, en contra de la nobleza mexica que honraba a los dioses Tezcatlipoca y Huitzilopochtli.

Fue ese hecho el que desencadenó la ira de los mexicas y los llevó a sitiar a los españoles y a sus aliados, incluso, a las fuerzas que recién se incorporaban por parte de la fallida expedición punitiva de Narváez, en el Palacio de Axayácatl.

Allí, apuntó Guilhem Olivier, los extranjeros no solo fueron atacados con las armas, sino que también fueron ‘espantados’, pues a menudo los mexicas les mostraban, a la distancia, cuerpos desmembrados para alterar sus mentes y su moral.

Uno de los votos decisivos para huir, el 30 de junio, fue de Blas Botello, un soldado astrólogo al que Cortés tenía en alta estima, y de quien Bernal dijo era “hombre de bien y latino”; acertado, al grado que predijo su propia muerte en aquella jornada.

El peso que tuvo Botello en la decisión de huir casi a la medianoche, señalaron Olivier y Ledesma, desmiente la versión de los españoles “siempre racionales”, dado que en el siglo XVI, incluso, los reyes europeos basaban muchas de sus decisiones en adivinos y astrólogos.

¿Por qué se le llama Noche Triste?

La cultura popular es clara respecto a la madrugada del 30 de junio y el amanecer del 1 de julio de 1520: Cortés llegó a Popotla y lloró en soledad bajo el célebre ahuehuete, cuyos restos apenas sobreviven hoy, dado que a mediados del siglo XX fue vandalizado y quemado.

Sin embargo, comentó el historiador Salvador Rueda, las fuentes no mencionan ni una cosa ni la otra. En su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo solo refiere que cuando Cortés y sus capitanes vieron llegar a la muy dañada retaguardia de Pedro de Alvarado, “se les saltaron las lágrimas de los ojos”.

Ninguno de los cronistas hace mención del árbol. De hecho, agregó Rueda, la más antigua referencia documental del ahuehuete data de 1871, cuando se le colocó su primera reja perimetral.

Curiosamente, “ya era conocido como el Árbol de la Noche Triste y el lugar donde se había derrotado a los invasores”, lo que desde el imaginario no deja de ser curioso dado que, tan solo en 1867, se había concluido la lucha contra el Segundo Imperio.

Sobre el mote de “triste”, los ponentes señalaron que los cronistas Bernal o Gómara no lo aplicaron a la noche en sí misma, sino al “puente” que los españoles y aliados cruzaron en los terrenos donde hoy se yergue el Templo de San Hipólito.

Puente que no era otra cosa que los cadáveres mismos de sus compañeros que tuvieron que pisar buscando sobrevivir al asedio de guerreros mexicas, quienes, incluso, habían adaptado sus armas para ultimar con mayor facilidad a caballos y caballeros.

La conclusión del conversatorio virtual fue similar a su punto de apertura. “No tenemos que confrontarnos respecto a si fue Noche Triste o Victoriosa, ya que los mexicanos de hoy descendemos tanto de los mexicas y tlatelolcas, como de los españoles, tlaxcaltecas y cempoaltecas de entonces” Salvador Rueda / Historiador