IMPULSO/ Rodrigo Sandoval Almazán
Premio México de Periodismo “Ricardo Flores Magón 2019” de la FAPERMEX
Protesta Negra
En una galaxia muy muy lejana, el planeta Protón es muy parecido a la tierra. Grandes mares, continentes inmensos y una población humana compuesta por mu-jeres y hombres de todas las edades, razas y nacionalidades se relacionan para generar riqueza, eliminar la pobreza y vivir lo mejor que pueden. Pero hoy ha suce-dido algo en Sinlandia un enorme país de uno de los ocho continentes que componen Protón.
Don Panchito yace muerto en la sala de congresos. Parece dormido, ahí solo, in-móvil, esperando que descorran el telón y aparezcan nuevas atracciones. Con sus cuarenta años a cuestas, según el calendario solar de Protón, se diría que es un jovenzuelo, pero sus ojos perdidos en el infinito muestran que la vida se le ha esca-pado horas antes.
Al menos así lo ven los forenses que le rodean para escanearlo con última tecnología y tratar de recrear aquél fatídico suceso. ¿Quién habrá matado al buen Panchito?
La noticia se riega como pólvora entre sus congéneres. Todos han recibido mensajes en sus computadoras portátiles que cargan en las muñecas. La indignación crece en pocos minutos, algunos lo comentan con grandes voces, otros se reúnen para saber más.
No es el primer varón asesinado en Islandia. La matanza de hombres ha crecido como plaga, según palabras de la ministra del interior: Magalista, ha señalado: “no podemos permitir que sigan matando a nuestros hombres tan brutalmente” Pero tal parece que ninguna de sus congéneres parece hacerle caso, los muertos ya se cuentan por miles. Panchito será uno más de la estadística. No está vez.
A Panchito se le consideraba un hombre probo y culto. Había trabajado por décadas en el maravilloso centro del saber de la capital de Islandia. Esa pirámide dorada en el centro de la ciudad, con puertas en cada uno de sus cuatro basamentos. En una maravilla arquitectónica la punta es de cristal. Los protonianos acuden a diario por su conocimiento, buscan aprender de su pasado, de su presente y tratar de construirse un futuro. Panchito sólo había cometido un error en su vida: casarse con Juana, apodada La Tigresa. Una artista venida a menos, cuya fama se vino abajo cuando la revolución cultural prohibió el cine sexual, donde la mujer actuaba con cierta soltura.
Los hombres vestidos de negro rodearon aquella pirámide del saber para exigir justi-cia por Panchito. Cientos de varones cubrieron sus puertas en completo orden, alza-ron los puños y coreaban: “justicia, justicia” pero muchos lo hacían con miedo a los castigos por desobediencia. Las policías del centro del saber se llenaron de miedo y comenzaron a cerrar las puertas, en eso, uno de ellos se lanzó hacia dentro y la horda humana paso a tropel por las cuatro entradas. El centro del saber se trans-formó en enjambre humano y las noticias en todos los medios impresos, digitales y virtuales que captaron el hecho, hicieron de la noticia una máxima delicia.
Magalista, llamó al orden. Pero era demasiado tarde, el centro del saber, el lugar de trabajo del difunto Panchito había sido ocupado por sus congéneres. “Sacrilegio” gritaron las mujeres que trabajaban ahí, desde las supervisoras hasta las sabias, (así eran llamadas las de más edad y experiencia).
Después de varias horas y conversaciones, los varones de Sinlandia dejaron el lugar en completo orden y en silencio absoluto. Esa fue su protesta. Pero su impacto fue abrumador para toda la población. Las imágenes de las largas filas de varones que salían marchando de la pirámide centro del saber, en perfecto orden y con un silencio brutal se reprodujeron cientos de veces. Las mujeres de todas las edades, en todos los puestos públicos y de todas las naciones de Protón, se volcaron en apoyo a estos hombres.
Sin haberse terminado los efectos de la protesta negra, como le llamaron los medios de Islandia, publicaron que la Tigresa se había declarado culpable de asesinar a Panchito, por mero impulso y sin ninguna justificación; lo dijo ante las cámaras: “lo hice por placer y por qué puedo. Los hombres no valen nada”
La primera ministra, la Magalista, pidió al congreso, en su mayoría compuesto por congresistas femeninas, que pasaran una ley donde se protegiera la vida de cualquier ser vivo, y aquellos que atentaran contra la vida, debían ser sacrificados. Así es, la ministra pedía la pena máxima: muerte por desintegración a cualquier asesino.
Pero el impacto de la protesta negra fue aún más lejos. El centro del saber se pre-ocupo por lo que estaba viviendo su sociedad. Puso a las sabías y sabios, jóvenes y expertos a pensar en soluciones para evitar los crímenes contra el género masculino que habían detonado este hecho. Meses después se reunieron con el congreso y con la primera ministra para entregar un diagnóstico.
Cuando la Magalista se enteró de los resultados no cupo de su asombro y conster-nación. Sus amigas, sus compañeras, sus hermanas habían generado esta segre-gación, separando las labores, ocupando espacios estaban destinados a los varones, desintegrando sus propias vidas. El estudio era concluyente, el entramado social estaba roto, habría que recomponerlo, de lo contrario, la sociedad se seguiría matando entre sí, hasta que no hubiera varones que pudieran continuar con la vida.
En la tumba de Panchito, todos los días aparece una pirámide negra, símbolo que recuerda la protesta negra para decirnos que su muerte no fue en vano y qué, paso a paso van ganando terreno las ideas que unen como las libertades, paz, tolerancia, respeto, en contra de aquellas ideas que estuvieron a punto de destruir su sociedad: discriminación, supremacía y empoderamiento.