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IMPULSO/ Gonzalo Vaca

El sindicalismo mexicano siempre ha sido factor de cambio político y social para bien o para mal. Desde su reconocimiento formal en la Constitución de 1917 hasta su decadencia en los años 80´s, las organizaciones gremiales obtuvieron grandes beneficios no solo para los trabajadores representados, sino fundamentalmente para sus líderes.

Del enfrentamiento para exigir mejores condiciones laborales y respeto de sus derechos, con el perseverante éxito, pasaron al sometimiento, resultado del control del Estado y de la manipulación. Hoy, son más de 2 mil 700 sindicatos registrados ante la Secretaría del Trabajo, que se ven obligados a buscar nuevas formas de negociación.

Ahora, ya no se exigen el respeto a los derechos laborales, ahora se busca la supervivencia y cobra sentido el intervencionismo estatal y de las cúpulas gremiales en la búsqueda de proteger sus propios intereses. Unos en el menester por terminar con el chantaje histórico de expresiones revolucionarias y, los otros, por enarbolar la bandera de la libertad sindical.

El principal claroscuro del corporativismo mexicano, tuvo su máxima expresión hacia medidos de los años 90´s, vía los diferentes sectores que dieron forma y fondo a la estructura organizacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI), cuando los sectores obrero, campesino y popular comenzarían a desgranarse y el partido gobernante a sufrir la primera gran escisión, dando origen a la creación de la primera oposición en torno al Partido de la Revolución Democrática (PRD).

Los claroscuros del PRI tuvieron consecuencias reales en el control político del sistema político preponderante y prueba de ello es que durante la crisis del 94 y tras la muerte de Luis Donaldo Colosio, el sindicalismo mexicano se aglutina como una masa deforme, pero muy sólida, para defender el status quo del que se habían beneficiado históricamente.

El cenit de la perversión política, primero es garante de un apabullante triunfo presidencial en 1994, pero casi de inmediato causa la primera derrota –igualmente apabullante- otorgándole en 1997 la victoria a Cuauhtémoc Cárdenas.

Se gestaba de esta manera una profunda transformación en la escena política de México. Ese mismo año, el PRI perdió la mayoría absoluta –por primera vez en la historia- en el Congreso mexicano.

La estructura organizacional del PRI mostró que estaba agotada; era momento de transformar a un instituto político que desde entonces se encuentra en una larga agonía. El orgullo priísta desde el seno de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), la Comisión Nacional Campesina (CNC) o la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP), comenzó a tornarse en vergüenza.

Ya para el año 2000 el agotamiento del control político de los sindicatos, vía el PRI, quedó evidenciado con la asunción del neopanista Vicente Fox y Acción Nacional; concluyen 71 años de partido único y de sindicalismo corporativo, para bien o para mal de este país.

Y es precisamente en ese año, el de la ruptura definitiva, que el papel del sindicalismo mexicano jugó otra vez un papel preponderante. La CTM, la CNC y la CNOP debatiéndose en la indefinición se mostraron como “corderos sin pastor”, libres de elegir a quien mejor les acomodaba.

En esta historia de perversiones, destaca la de la Federación Sindical de Trabajadores al Servicio del Estado (FSTSE), brazo vital de la CNOP, que sin ningún recato vende su padrón al mejor postor y la “oposición” se da un festín de decisión. Era insostenible dirigir el voto. Esa poderosa central de la burocracia había abandonado a su partido.

El corporativismo mexicano, ha dejado de existir. Eso es un hecho y por ende la destrucción de las viejas estructuras que cumplieron una función alrededor de un sistema y que hoy ha dejado de tener sentido para enarbolar la bandera de un solo hombre.

Y es precisamente en este contexto que Joel Ayala anuncia su salida del PRI, luego de más de cuatro décadas de militancia. En la fecha de su anunciada renuncia, detalló que en breve solicitará el registro de su Asociación ante el Instituto Nacional Electoral (INE), con la certeza de que cumplen los requisitos, ya que la FSTSE tiene representación en todo el país con los 82 sindicatos que la integran y una estructura estatal y municipal.

Ayala Almeida precisó que se trata de una decisión colectiva, acordada en el congreso nacional de la FSTSE celebrado el 13 de diciembre de 2018 y ratificada después “por unanimidad”, durante una reunión nacional de dirigentes de los sindicatos y de las representaciones territoriales de la federación, que agrupa a un millón y medio de servidores públicos.

En entrevista con La Jornada, apenas el pasado mes de octubre, expuso que la decisión de separarse del PRI fue para evitar que la asociación política que van a conformar fuera considerada “un apéndice o un brazo sindical” del Revolucionario Institucional, lo que parece ser una vacuna con la que espera la longevidad.

Por lo pronto, Ayala Almeida, rechazó la confrontación con el gobierno del presidente López Obrador. “Por el contrario hay una definición permanente, y lo subrayo, de entendimiento con el
Presidente, de una coordinación con la institución fundamental que es la Presidencia y con el resto de las instituciones del Estado”. De esta manera se oficializó lo que siempre fue. Los burócratas, al menos su líder nacional, siempre estarán al servicio del mejor postor.

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