Noviembre 23, 2024
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Cuentos para presidentes

IMPULSO/ Rodrigo Sandoval Almazán
Septiembre: cuando la Patria sonríe
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Miguel me ha encerrado bajo llave. No puedo salir, ya lo intenté muchas veces.

Es un necio. Sé que lo hace para protegerme y que no me lance a la lucha con Hidalgo y Aldama, pero un cerrojo no será suficiente para detenerme. Ya les he avisado que hemos sido descubiertos, la buena María, mi sirvienta, les ha llevado un mensaje para prevenirlos. Esta registrando casa por casa.
Hay ¿Qué será de esta tierra nuestra? Mueran los malditos gachupines que nos han lastimado tanto, he visto tanto robo, tanta muerte, tanta injusticia que no puedo pude resistirme más. Todo empezó por cafecito, una charla entre amigos, se hizo de noche y sólo quedamos tres, los mismos de siempre, el cura, el militar y yo.
Después de tanto contarnos las injusticias y de hacer crecer el dolor en lo más hondo concluimos: “lo único que queda son las armas” Así que empezamos a planearlo todo… pensábamos que tendríamos más tiempo de organizarnos en todo el país, ganar adeptos, acumular armas, hacernos de cañones y de balas, de hombres y caballos, de insurrectos e infelices, de esperanzados y de pobres, todos vamos a la batalla. Y yo aquí encerrada.
Pero esta tierra sera nuestra. He visto la gloria de los guerreros mexicas, tlaxcaltecas y hasta de los mayas, tenemos mucho país, somos grandes, ¿Por que hemos de servir a unos flojos, rateros y maleducados? Dios no lo quiera, que se mueran todos.
“Doña Josefa. ¿Sigue ahí? – me susurra una voz por la cerradura. Me acerco cautelosa.
– Si, le respondo, aquí estoy.
– Voy a sacarla, me manda el cura Hidalgo, por que ya nos vamos a la guerra. Esta tocando las campanas y quieren que usted vaya, hay mucha gente en las calles.
– Claro que voy, abre ya, que no se vayan sin mí a ver nacer un gran país.
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Me descubrió doña Josefa Ortíz, el padre Hidalgo y mi buen amigo Aldama en una de las misiones clandestinas que hacíamos con otros compañeros del ejército y yo para matar gachupines, creímos que éramos los únicos, pero no, había más muchos más que estábamos hartos del mal gobierno, hartos de las mentiras, hartos de esperar por una mejor vida.
Como soldado me llamaron a la guerra de Independencia. Hice lo que pude, dirigí a mis hombres y maté los españoles que pude en combate, pero no se diga que lo hice con prisioneros, no señor, ni tampoco que abusamos de las mujeres o que hicimos pillerías cuando capturamos una plaza, no señor, éramos decentes. Soldados profesionales, con ética. Hay que saber ser caballeros de las armas; si hay que morir en combate pues ni modo, pero nada de fusilados ni abusos.
Quizás por eso logre el respeto de mi caballería, de los hombres bajo mi mando y tomamos la Alhóndiga de Granaditas y libramos la batalla del monte de las cruces. No crean que quise ser héroe, para que mi nombre: Ignacio Allende, figure en las marquesinas, no señor, lo hice por la patria, por tener libertad y una tierra de la que vivir sin depender de los españoles.
Si tan sólo Hidalgo me hubiera escuchado y después del Monte de las Cruces hubiéramos tomado la capital, otra historia hubiera sido. Menos muertes, menos sangre. Yo creo que le dió miedo estar tan cerca de la victoria: ¿Qué iba a ser con el poder? Por eso seguimos luchando, pero yo por mi lado y él por el suyo. Ahí fué donde se rompió todo, por un coraje pues, un puro berrinche del curita. Ojalá me hubiera tocado ver el tipo de nación que creamos; ver correr en libertad a los niños, ver florecer estos campos tan ricos y admirar cómo se convierte este paraíso en la nación formidable que debe ser. Cuanto hubiera dado por que estos ojos vieran lo que sembramos con nuestra sangre y el arrojo de muchos valientes que dieron su vida para lograr ser libres.
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Yo daba misa en Jantetelco, pero ví tantas injusticias, robos y abusos de los españoles. Quise mediar como Dios manda, hacer las paces y no la guerra, pero nadie me escuchó así que me lancé a la lucha. Alcancé al buen amigo Jose María Morelos armado con mis feligreses y varios amigos de los pueblos aledaños y en poco tiempo nos hicimos de un buen ejército; me ayudó Manuel Mier y Terán un tipo formidable, y pasamos de unos cuantos desarrapados a un ejército profesional y disciplinado.
Yo nunca fui militar me hice en el camino de la independencia. No quería la guerra sino traer paz. ¿Cómo dejar esta tierra sin paz? ¿Cómo olvidarnos de la máxima libertad? ¿Cómo seguir siendo animales en este paraíso? Por eso les enseñe disciplina y lealtad a mis hombres, debían ser mejores soldados, un ejemplo de personas que el país merece. Eso creo que lo vió el siervo de la nación y me dijo: “Matamoros tu serás mi mano derecha, termina con esto de una vez” Yo lo intenté pero me atraparon y fusilaron, aún recuerdo la segunda descarga y el sonido de las campanas de la ciudad tocando agonías, escuche la última y todo se volvió negro, pero sabía, lo supe todo el tiempo, que entregaba una gran nación. Un país envidiable para muchos. Orgullo para todos.
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Los arrieros en la Nueva España eran gente acomodada. Tenían ganado, tierras y sabían cabalgar como el mismo demonio; podían matar lo mismo con espada que con machete y eran ágiles guerreros, bien orientados y conocedores del terreno. Por eso nadie sabe por qué me fui a la guerra, yo tenía mucho que perder y poco que ganar.
Pero no iba a dejar que este país se fuera a la deriva, daría mi vida por esta tierra tan hermosa y de la que sentimos tanto orgullo. Esta pasión fue la que le dije a Iturbide y por eso logramos ponernos de acuerdo, yo sabía que él era un ambicioso y cualquier cosa que le diría le llevaría a su único objetivo: el poder. Por eso fue tan fácil convertirlo a nuestro lado, construir así el ejército trigarante y terminar con esta lucha de sangre y muerte para dar paso al surgimiento de este maravilloso país.
Nadie pensó que llegaría a ser presidente de México por casi nueve meses. Sí un presidente del pueblo, por que ellos me eligieron y presionaron para que yo llegara al más alto cargo de la nación en 1829. Debo ser honesto con ustedes, yo tampoco pensé llegar hasta allá, pero a veces la patria te sonríe y tú le tienes que devolver la sonrisa. No es suerte, es un privilegio servir a nuestra patria.

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Sandoval Almazan / CUENTOS PARA PRESIDENTES / 1