Diciembre 23, 2024
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IMPULSO/ Luis de la Calle
Liderazgo europeo para resolver el Brexit
El problema técnico
del divorcio con la Unión Europea (UE) es la vecindad entre Irlanda, miembro de la UE, e Irlanda del Norte, por la que Gran Bretaña deja de ser una isla al compartir frontera con un país que, de derecho, ya no lo es. La preservación de la paz y la salvaguardia del acuerdo del Viernes Santo están detrás de estas dificultades, ya que el compromiso de que no haya frontera intrairlandesa restringe el menú de opciones de negociación con la UE. Cualquier solución, incluida un Brexit duro, implica la imposición de una barrera física y formalidades aduaneras para el tránsito entre las irlandas.
No hay solución sin costo para resolver este dilema. Aunque nunca se plantean así, las opciones teóricas son las siguientes, históricamente difíciles de aceptar: la reunificación de Irlanda, impensable en Belfast y Londres; la salida de Irlanda de la UE, impensable en Dublín y Bruselas; el restablecimiento de una frontera intrairlandesa, altamente disruptiva para Belfast y Dublín, y a la que parece dirigirse el nuevo primer ministro Boris Johnson; el retiro de la solicitud de salida bajo el artículo 50, imposible dados los resultados electorales recientes; y, por último, el establecimiento de una unión aduanera con la UE para evitar la frontera intrairlandesa, inaceptable para los que quieren devolver al Reino Unido su característica de isla.
Theresa May, quien dejó la posición de primera ministra apenas hace unos días, fue incapaz de negociar un acuerdo con la UE aceptable para su Parlamento y para su propio Partido Conservador.
Ahora le toca tratar al campeón más visible del Brexit duro, Boris Johnson. La pregunta es si, entre agosto y octubre, estará dispuesto a la posibilidad de un diálogo constructivo no sólo con Bruselas, sino con París y Berlín. Hasta ahora, los dos miembros más influyentes de la UE no han participado vocalmente en el proceso ni han tratado de influir el estado de ánimo político en Gran Bretaña.
Su posición ha sido, más bien, que Brexit es una decisión ?equivocada, por supuesto? de los británicos.
Ahora con Johnson como primer ministro, quizá deberían analizar si no hubiese sido mejor tratar de modificar la estrategia y la opinión pública británica antes, de tal suerte que el acuerdo hubiera sido aprobado en Westminster.
Cualquier solución requiere de liderazgo por parte de los principales miembros de la UE, así como concesiones británicas importantes. Bruselas insistirá que ya se tiene un buen acuerdo y que las opciones para Johnson son tomarlo o dejarlo como está y esperar un cambio de actitud en Westminster antes de octubre. Es probable que Johnson insista en una salida dura sin importar el precio. El problema es que costo habrá y no será pequeño para nadie.
Técnicamente no es fácil, pero tampoco imposible, imaginar una solución en la que una de las partes recupera un máximo de libertad, pero que también minimiza el impacto negativo para Irlanda del Norte.
Una unión aduanera en bienes con la UE resolvería la necesidad de tener reglas de origen y garantizaría el comercio de Gran Bretaña para los países con acuerdos comerciales con la UE, como es el caso de México y muchos otros. Estos acuerdos implican que el arancel aplicado por la UE es mucho menor que el consolidado en la OMC.
Las áreas en las que Gran Bretaña podría aspirar a tener una política global más ambiciosa que la de la UE son servicios, inversión, industrias creativas, compras de gobierno, economía digital y otras. Para que Bruselas pudiese aceptar liberarla para que negocie con la ambición que desee estas disciplinas y al mismo tiempo que las empresas, inversionistas y proveedores de servicios británicos no vean mermadas las condiciones de operación actuales y con base a las cuales tomaron decisiones de inversión de largo plazo, Gran Bretaña aceptaría el acquis communautaire en estas materias pero estaría en libertad de negociar o adoptar otro conjunto de reglas que coexistirían, pero no para bienes, con las reglas comunitarias.
Esto le permitiría a Boris Johnson negociar, por ejemplo, un acuerdo en servicios (incluidos financieros, de transporte u otros), inversión e industrias creativas con Estados Unidos (buena suerte), Japón, Singapur, China, Canadá y otros, pero no en mercancías, materia reservada para decisiones paneuropeas.
El costo para Bruselas de este paquete consistiría en reconocer la soberanía de un exmiembro para negociar en estos ámbitos y reconocer su facultad de regular flujos migratorios (por lo menos entre Irlanda del Norte y el resto del Reino Unido), atenuado por el reconocimiento británico de pasivos de la UE (lo que desincentiva otras salidas) y por evitar un divorcio disruptivo en que pierden todos.
La pelota no está sólo en la cancha de Londres, sino que también en Berlín y París.
Twitter: @eledece