IMPULSO/Mauricio Meschoulam
(Analista internacional)
Es impactante la cantidad de frentes que Trump tiene simultáneamente abiertos, todos ellos con alto potencial de escalar conflictos en distintos rubros. Ya de esto he escrito antes.
Pero hoy tenemos algo más experiencia. Entre otras cosas, hemos tenido que ir asimilando lo poderoso que es el ejecutivo estadounidense cuando se propone evadir los contrapesos que el sistema político de ese país impone y cuando cuenta con aliados y cómplices quienes a veces se dicen “agraviados” por su lenguaje o sus formas, pero quienes terminan beneficiándose de muchas de sus políticas. La cuestión es que ahí, en medio de ese torbellino de frentes internos y externos, está México. Por tanto, es indispensable echar un vistazo a todo el entorno, siquiera para comprender un poco mejor al personaje con el inescapablemente que tenemos que tratar.
Empecemos por considerar el nivel interno en EU. Trump ha estado librando batallas con todo tipo de actores, con sus asesores, con sus propias agencias de seguridad, con el Pentágono, con el poder judicial en distintos asuntos, con organizaciones civiles, con medios de comunicación, con empresarios de determinados sectores, con republicanos en el Senado, con la mayoría demócrata de la Cámara de Representantes, quienes se debaten entre iniciar o no un juicio de destitución. Parte de la crisis actual con México tiene que ver con ese tipo de conflictos. La mayoría de electores en EU considera a la inmigración como el tema más importante que enfrenta su país, por encima de la seguridad social, el terrorismo, la economía y los empleos. Por tanto, para Trump, culpar de la crisis migratoria a México y a los demócratas, y enfrentarse con cualquiera con tal de defender sus propuestas en esa materia no solo es algo a lo que está acostumbrado, sino que genera un ambiente que le funciona.
En el plano externo, Trump ha abierto frentes por ejemplo con Corea del Norte, con Irán o con Venezuela. Hay frentes abiertos con los países europeos en materia comercial, en temas de seguridad o en otros como el cambio climático. Adicionalmente, el frente contra el terrorismo está lejos de agotarse. Y luego están los dos frentes mayores, el de Rusia y el de China. A pesar de sus muy personales deseos de entablar una mejor relación con Putin, la dura realidad ha terminado por imponerse. Las relaciones entre EU y Rusia viven hoy su peor momento desde la Guerra Fría. De manera simultánea, Washington sigue escalando su confrontación con la otra superpotencia, China, no solo en el tema comercial sino en campos como en el militar, el de la tecnología o en el ciberespacio.
Trump no es, obviamente, el causante de todos los conflictos que menciono. Muchos de ellos obedecen a factores estructurales. Lo que sorprende, sin embargo, es que ese presidente opte por librar batallas no solo contra sus rivales, sino contra sus aliados.
En efecto, pareciera ilógico que Trump decida abrir frentes al mismo tiempo con sus dos mayores socios comerciales, uno de ellos su rival geopolítico China, pero el otro, un aliado crucial como México, y elija asumir los costos económicos de este tipo de espirales simultáneas. Pero ese es precisamente el punto. Ya tendríamos que detectar los patrones. Trump abre frentes porque el conflicto es el entorno en el que más cómodo se siente. El conflicto le alimenta y le hace crecer, pues le permite proyectarse como un presidente que cumple con su base, que defiende a capa y espada sus agendas sagradas (como la migratoria), y cada vez que lo hace, siente que se gana un lugar en la historia.
Twitter: @maurimm