IMPULSO/ Rodrigo Sandoval Almazán
La Universidad Autónoma del Estado de México está bajo ataque. Hay dos ataques que es preciso explicar: el ataque a sus finanzas y el ataque a su autonomía.
Los primeros ataques contra sus finanzas han sido silenciosos y silenciados: han saqueado a la Universidad. No podemos negar que existen numerosas irregularidades administrativas, detectadas por la OSFEM y por la ASF, dentro de ellas la que más fama ha cobrado es la estafa maestra; ninguna ha llegado a sus últimas consecuencias. En cambio, se ha atacado a la Universidad en los medios de comunicación desprestigiando a investigadores y alumnos, mientras la UAEMEX ha resistido los embates estoica.
La excusa perfecta para manchar el prestigio universitario es el desfalco. En el fondo lo que reina es la impunidad. No hay ninguna averiguación previa, no existe nada para resarcir el daño: un solo peso de lo robado no ha sido devuelvo a las arcas universitarias. Muchas auditorias, miles de millones volando, ninguna acción, ningún responsable. El problema de esta “impunidad” que lesiona la Universidad es la corrupción, y la corrupción, como lo ha establecido el sistema nacional anticorrupción, es una “red de corrupción” donde están involucradas personas e intereses que no quieren ser expuestos.
¿Quién defiende a la UAEMEx de la impunidad? ¿Qué institución toma la primera acción para extirpar el cáncer de la corrupción de nuestra universidad?
En este contexto llega el segundo ataque a la UAEMEX. La excusa perfecta es el desfalco, para tratar de “sanear” a la universidad, pero es una ingenuidad pensar que se puede borrar la impunidad por decreto.
La iniciativa de ley actualmente en manos del congreso local adolece de aspectos centrales para modernizar la legislación universitaria. No solo deja fuera a la reorganización administrativa, la investigación y la internacionalización, se centra sólo en el gobierno de la universidad. Solicitando la remoción del rector, directores y del consejo universitario y convocando a nuevas elecciones. Con el afán de “democratizar” a la universidad.
Este segundo ataque no deja de recordarme el plan de Iguala cuando el dictador Porfirio Díaz quiso desconocer a Juárez, y su siguiente plan de Tuxtepec que al final desconoció a Sebastián Lerdo de Tejada, para llegar al poder y convocar a elecciones. También buscaron “democratizar” al país. Esta destrucción de instituciones – de desconocer a un presidente – implicó muchas cosas, entre ellas la violencia.
Sé que la moda partidista en la que está inmerso nuestro país se centra en destruir las instituciones. Hay que cambiar a la policía, el poder judicial, la estructura del poder ejecutivo, etc. En esa lógica parece venir este segundo ataque contra la universidad pública destruyendo su bien más preciado: la autonomía.
No creo que estemos reviviendo este México. En lo personal confió en el Congreso local, pero confió más en la sociedad mexiquense, en los toluqueños que se formaron en la Universidad estatal. Los médicos, enfermeras, abogados, ingenieros, químicos, dentistas, veterinarios, nutriólogos, psicólogos, contadores, empresarios, policías y hasta políticos que han pasado por las aulas de la UAEMEX, experimentado su autonomía y su libertad de enseñanza.
Confió en que la sociedad mexiquense habrá de cerrar filas para respaldar su universidad, sus universitarios por eso estoy convencido de que el mejor camino para allanar las diferencias es la política, ese arte de hacer posible lo imposible. La polarización nos destruye, nos divide, nos enajena. Hay quienes ganan políticamente de ello, viven de la destrucción y del conflicto, proponen para alterar el orden en su favor y combaten cualquier alternativa que restaure el orden o que construya el porvenir.
Con todas las imperfecciones y problemas organizacionales y de desempeño que tiene la universidad en donde trabajo, aún podemos enseñar con libertad y escuchar las ideas de otros, sin temor a la censura o la represión. Eso es lo que se ha ganado con la autonomía.
Incluso hemos discutido una reforma a la ley universitaria, cuyo reto fue lograr convocar a más de ochenta mil alumnos y miles de maestros de la única manera posible: utilizando la tecnología. Una plataforma en línea que dio acceso igualitario a todos para poder discutir y proponer. Hoy en día, es imposible regresar al ágora y reunir miles de alumnos y profesores para explicarles la iniciativa; imposible convencer uno por uno, cuando tenemos a la mano la tecnología para hacerlo y que nos debe colocar a la vanguardia.
Esta iniciativa de reforma debe someterse también a la discusión por respeto a los universitarios que participamos en ella. Mi experiencia profesional me dice que el trabajo en equipo es más enriquecedor y valioso que sólo una propuesta de reforma realizada por un par de personas y que no ha sido revisada ni validada por nadie más.
Si realmente el congreso local quiere ayudar a la universidad pública del estado de México, debe generarle las condiciones para que haga valer su independencia y autonomía. Garantizar los derechos de sus profesores, alumnos y trabajadores y no violentarlos imponiendo una ley que sólo representa la visión y los intereses de un grupo de profesores. El segundo frente de batalla es combatir la red de corrupción y de intereses personales que no sólo lesiona a la UAEMEx sino a muchas instituciones públicas de nuestra entidad y que se escuda detrás de los intereses partidistas y económicos que no quieren ser expuestos públicamente ni mucho menos sancionados. Esa es la batalla que hay que dar y no utilizar a nuestra universidad como bandera política para encabezarla. Rodrigo Sandoval Almazán Profesor de Tiempo completo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales Investigador Nacional Nivel 2. (2019-2023) Miembro de la Academia Mexicana de ciencia desde el 2018