IMPULSO/ Gonzalo Vaca
Columnista
Cuando el PRI dio a conocer que el candidato para encabezar a las huestes tricolores en la carrera por la Presidencia de la República se abría a los independientes y ciudadanos, uno de los más felices fue José Narro Robles, quien siempre ha simpatizado con los espacios abiertos y de discusión.
Estaba dispuesto a debatir con quien le pusieran enfrente, seguro de que ganaría no solamente el debate, sino la simpatía de los delegados y la base del otrora todo poderoso Partido, pese a la figura de Enrique Peña Nieto, ya con una inercia en caída libre por la unción del oponente histórico quien a la postre avasalló.
Poco le duró el gusto al doblemente rector de la UNAM y entonces secretario de Salud, al saber que sería el ciudadano José Antonio Meade el ungido y que no habría debate alguno.
“Apostaba por un debate abierto en el que las ideas fueran las que definieran al candidato… aunque le reconozco su calidad técnica y decencia, yo si me lo hubiera chingado”, se le escuchaba decir a todos quienes le preguntaba su opinión acerca de Meade.
Entrón, fuerte, lúcido, inteligente, que come nueces de la india todo el tiempo y que cuando te ve, lo hace mirando a los ojos y presume la claridad de su mirada, Narro Robles es un joven viejo que aunque se hubiera “chingado” a Made, la elección del líder opositor ya estaba definida.
El rechazo al Dr. Narro para encabezar la candidatura del PRI y la batalla legal y mediática, orquestada en contra del candidato del PAN, tenían ya determinado el rumbo que habría de tomar el país, a partir del 2018.
Eso, ciertamente estaba definido, pero nunca lo que habría que suceder con el Partido del Presidente, quien a pesar de reconocerse como “el primer priista” del país, poco hizo para tratar de orientar la historia que estaba por escribirse en su último capítulo: el devenir del PRI.
Hoy, en el aniversario 90 del Revolucionario Institucional, se hacen, otra vez, llamados a la Unidad (sí, con mayúsculas).
La dirigente nacional, con la pesada carga de la derrota y defenestrada por ser salinista; los gobernadores, acobardados por la vorágine del poder de AMLO; las bases (lo que queda) asustadas por el avasallante crecimiento del Partido Morena y todo lo que le rodea y significa para el presente y futuro de México, no son el mejor escenario.
El casi centenario partido tricolor, que rigió para bien y para mal los destinos de este país durante más de 70 años, llega al final de su tiempo en la historia.
Pareciera una broma y se esperaría que surgiera un liderazgo joven y de jóvenes que retomaran las riendas y reorientaran al PRI; nada más lejano a la realidad de un ente político-institucional tan sui generis en la historia de las estructuras gobernantes a nivel mundial.
Muchas veces se le ha declarado la muerte políticamente hablando, pero resurge de entre las cenizas para regresar con fuerza al poder municipal, estatal o federal. Es un muerto viviente que ya no asusta. Ya no se le tiene miedo, menos respeto, aunque sigue de pie. Tambaleante, con un ligero aliento de vida.
La disyuntiva parece ser el camino de la muerte asistida o dejarlo mal vivir con un respirador artificial de ésos que conoce muy bien el Dr. José Narro Robles.
Ya se incluye en el debate si el PRI debe morir para crear una nueva figura que aglutine lo poco que queda disperso. Por lo pronto ya comenzaron con los trabajos para encontrar variables tanto a los colores, como al logotipo. Dicen los que tienen encargado este trabajo: se trata de proponer un imago-tipo moderno, diferente, para preparar el lanzamiento de los futuros liderazgos.
Ya el doctor José Narro aceptó, en una reciente entrevista con Pascal Beltrán del Río, la posibilidad de cambiar no únicamente de forma al partido, sino de fondo; incluso habló de la posibilidad de “desaparecer” al PRI, cambiándole el nombre y las insignias, como ya ocurrió en el pasado.
Sería lo prudente y conducente. El PRI debe llegar a un bien morir. Se lo merece. Un buen ataúd, un velorio apacible y la etapa del duelo, acompañada de reflexión acerca de sus buenas y malas acciones.
Ciertamente que se le pude desear larga vida, pero no sería justo para su historia, verlo por mucho tiempo en las mismas condiciones en las que se encuentra ahora.
Refundar al PRI sería el RIP del actual y dar paso a una nueva estructura socio-política-administrativa que esté a la altura de los tiempos en que una corriente de autoritarismo recorre los pueblos y las ciudades, imponiendo su Ley a rajatabla y sin que nadie o nada se atreva al menos a cuestionarle el proceder omnipotente.
Así a las nuevas generaciones corresponden tener otra y nueva opción; tienen que organizarse para hacerse fuertes y enfrentar la vorágine del poder México pasó del poder de un partido dominante al poder de un individuo absolutista.
La respuesta a la exigencia puede y debe ser la Unidad (sí, con mayúsculas); pero Unidad entorno a qué o a quién. Las opciones son reducidas.
Por eso cuando José Narro se monta cada mañana en su bicicleta y comienza a pedalear, con sus lentes y su casco de protección, no queda más que reconocer que se puede ser viejo de edad, pero nunca de espíritu. Es prudente, pero animoso e inteligente. Político profesional, que no se cansa de llevar su mensaje entre los jóvenes, quienes lo respetan y lo siguen con atención en cada ponencia o conferencia que les dedica cada que es solicitado.
Nunca se niega a estar cerca de los jóvenes y aunque parece el abuelito de todos, los hace reflexionar acerca de su presente y futuro. Tiene autoridad moral.
Les habla de valores y comparte anécdotas de vida; casi siempre les dice que en la vida pública siempre hay ilusión; que la persigan y no dejen de hacerlo hasta alcanzarla.
Nació el Partido Nacional Revolucionario y murió; Nació el Partido de la Revolución Mexicana y murió; nació el Partido Revolucionario Institucional y está a punto de fenecer. Un espíritu joven, con experiencia y valores, puede ser el conducto de una nueva etapa. Reconstruir requiere Unidad (sí, con mayúscula) y algo más, mucho más. ¡Suerte Doctor José Narro Robles!