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Opinión


IMPULSO/ Luis Felipe Bravo Mena

Recuerdos de Belén, “la menor”

En este día, la tradición cristiana celebra el nacimiento de Jesús, el Mesías. La mente de millones de personas se dirige hacia Belén, población de Palestina en donde lo sitúan las crónicas evangélicas.

 

A partir de la narración del acontecimiento, así como de la descripción sobre el paisaje y las condiciones del lugar proporcionadas por Lucas y Mateo, se realiza el montaje de “nacimientos” o “belenes” en los hogares, iglesias y en algunas plazas públicas.

Tal forma de evocación ha sido alimentada durante siglos por la costumbre iniciada por Francisco de Asís hace ochocientos años, de reproducir en vivo o a través de las más variadas técnicas artísticas y artesanales las escenas de la Navidad. Así, por la fe y la imaginación, esta noche nos transportamos a Belén.

Tengo entre los recuerdos más hermosos de mi niñez el empeño anual de mi padre para edificar el nacimiento en un pasillo de la casa. En el mercado del pueblo, Silao, comprábamos ramas de encino y romero, heno y musgo. En la vendimia adquiríamos alguna figurilla de barro; pastores, borregos y aves de corral.

Todo ese material decorativo se unía al de los años anteriores para enriquecer el elenco cuyas piezas centrales eran “el misterio”: el divino niño, María y José. Al espacio de la casa donde se colocaba lo envolvía un aroma inconfundible, propio de la época en la que se asociaba un sentimiento de alegría suscitado por la mezcla de varias causas festivas: las vacaciones de la escuela, las posadas, la convivencia con tíos y primos, los regalos, la ropa que estrenábamos por la temporada y la gran comida del clan familiar paterno al día siguiente de la noche buena.

A Belén, siempre alojado en los pliegues de mi memoria, llegué con Tere, mi esposa, en los últimos días de enero de 2008. En un vehículo que conducía un palestino cristiano, cruzamos el muro de hormigón que separa a Israel de Cisjordania, nos revisaron en el check point y, tras un breve trayecto, llegamos a la Basílica de la Natividad.

Allí cruzamos otra frontera significativa: del catolicismo romano a la ortodoxia griega. La edificación impacta por su significado sacro y el carácter del rito que la rige, pero también por la incuria en sus columnas, mosaicos y artesonados. Pregunté por la causa de tal descuido, se me dijo que así lo determina la comunidad religiosa que la administra. Han rechazado ofrecimientos internacionales y aun del mismo Vaticano para su restauración.

Quizá la explicación de esa conducta no sea absurda y tenga fundamento en el sentido de austeridad y pobreza que el propio nacimiento de Jesús proclama. Tal vez los ministros ortodoxos piensan innecesario embellecer lo que fue un establo y un pesebre dignificados por Dios mismo.

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