IMPULSO/ Octavio Rodríguez Araujo
Articulista
No es necesario buscar culpables del deterioro de los partidos políticos en los últimos años. Fueron ellos mismos los que no previeron por lo menos dos fenómenos: 1) que el régimen neoliberal compartido por el PAN y el PRI, con el apoyo del PRD y de partidos más pequeños, estaba haciendo agua desde tiempo atrás y cada vez tenía menos simpatizantes; 2) el surgimiento de Morena como nuevo partido o, mejor dicho, el fortalecimiento de López Obrador con su nuevo partido, que basó su campaña en los errores de los otros contendientes incluso hechos gobierno. Cuando los partidos tradicionales se dieron cuenta, Morena ya estaba ahí sumando fuerzas de todo tipo y de todas las corrientes para luchar en serio por el poder institucional.
El PAN, que tenía al final del gobierno de Peña Nieto mayores posibilidades de competir con Morena, no tomó en cuenta el posible pacto secreto de AMLO con el presidente saliente de no atacarlo de ganar la elección (“de cuidarle las espaldas”, se dice). En esta hipótesis, Peña cumplió su parte y con la PGR provocó un escándalo de enriquecimiento ilícito de Anaya, el candidato panista. Las pruebas, como era obvio, fueron débiles y el asunto quedó sobreseído, pero de que afectó al candidato panista no hay duda. Algo semejante ocurrió en el estado de México en 2017: los perredistas se negaron a hacer alianza con la candidata Delfina Gómez de Morena en tanto que el PRI sí la hizo con el PVEM, Panal y PES. El priista solo no hubiera ganado, pero con sus aliados y sin la alianza PAN-PRD, logró el triunfo de la gubernatura, pero no de lo demás que fue puesto en contienda al año siguiente. Si Morena se hubiera aliado con el PRD, Del Mazo no hubiera triunfado; pero la evidencia indica que a AMLO no le interesaba ir con el PRD y quizá tampoco ganar… en ese momento. Quizá sus planes eran para el 2018.
Después de las elecciones de 2018, el PAN entró en crisis, el PRI también y el PRD estuvo a punto de perder su registro nacional. Morena se levantó con la presidencia de la República, la mayoría en el Congreso de la Unión y en muchas legislaturas estatales. Ganó, asimismo, varias gubernaturas y, sólo perdió de todas-todas en Guanajuato. El resultado es que hoy México tiene la hegemonía, para no decir “el dominio”, de un partido (Morena), como antiguamente (antes de 1997) la tuvo el PRI.
Como siempre, después de una crisis de esta envergadura, han surgido decenas de organizaciones que quieren registro como partidos, incluida entre éstas la de Margarita Zavala y su esposo, ambos emigrantes del PAN donde militaron casi toda su vida. Vale decir que en toda su historia el PRI no había tenido una crisis tan grande como la que está viviendo, pero aun así está tratando de mantener una posición de oposición relativa para tratar de reagruparse en corto plazo. No es claro que lo logre pues, además, ha sufrido bajas importantes de personas que tienen mucha experiencia en asuntos electorales y de grilla política.
Podría decirse que Morena, o más bien López Obrador, llegó con todo para conservar el poder y lograr algunos de los cambios que este último ofreció en su campaña. Pero no será así por las siguientes principales razones: su partido no es totalmente homogéneo ni disciplinado. Él dice una cosa y la presidenta del partido dice otra o se tropieza en sus declaraciones. Su gabinete está compuesto por funcionarios que todavía no encuentran la silla que les dio su jefe, por lo que han demostrado bisoñez como tales, cuando no contradicciones entre ellos. Les quedó grande el puesto a la mayoría de los secretarios de AMLO. Por si no fuera suficiente, y dadas las prisas que tiene el presidente por hacer cosas y dizque cambiar el país, se hace bolas y no logra definir nada en concreto que realmente vaya dirigido a mejorar las condiciones de Méxicoy de sus mayorías todavía encandiladas por un triunfo que no esperaban. ¿Y el partido? Basta saber que desde su último consejo nacional hasta ahora (cinco meses transcurridos), no ha realizado labores partidarias y es fecha en que todavía no llena los cargos de dirección que perdió con el reparto de curules legislativas y puestos en la administración pública federal.
Debe reconocerse que AMLO ahí va, poco a poco aunque dando tumbos en el cumplimiento de sus proyectos. También que ha logrado aumentar su popularidad con medidas que, a ojos vistas, gustan a numerosos sectores de población aunque disten mucho de mejorarles en serio sus condiciones. Pero todavía falta bastante para que veamos los beneficios, si acaso, de la cancelación del aeropuerto de Texcoco (pero sobre todo de la alternativa que dieron con Santa Lucía, Toluca y el actual en la CDMX); del Tren Maya y el del Istmo de Tehuantepec; de la refinería en Dos Bocas, Tabasco; de la desconcentración geográfica de las secretarías de Estado; de los cambios fiscales en la frontera norte y, no menos importante, de los privilegios que le ha dado a las fuerzas armadas del país. Bueno, también falta ver qué pasará en su lucha contra el huachicoleo que, hasta ahora, sólo ha provocado, como consecuencia principal, desabasto de combustible en no pocos rumbos del país.
Es de pensarse que los temas esbozados y otros que quizá también requerirían mención, se irán resolviendo en unas semanas y que la vorágine de iniciativas aterrice sin brincos en un piso que todos quisiéramos ver parejo y sobre todo estable. Hay momentos en que los cabos que parecen sueltos se amarran y todo parece regresar a la normalidad. Peroesos momentos no se ven desde la perspectiva de quienes no estamos en el enjuague político-económico de los que toman decisiones.
Quizá debiéramos extrañar los contrapesos que una verdadera oposición inteligente pudiera significar en esta carrera que arrancó desenfrenada. Pero los partidos que debieran ser de oposición están muy debilitados y Morena, si le llegara a faltar el liderazgo indiscutible de López Obrador, no sabría muy bien qué hacer. Le falta madurar y convertirse en lo que quisieron sus fundadores antes de que pensaran que ganaría. Más todavía, no han asumido que ya no son un partido en campaña sino uno en el poder, y con responsabilidades mayúsculas en un país muy complejo para el que no hay soluciones fáciles ni improvisadas.
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