IMPULSO/ Jorge Nuño Jiménez
El Estado Mexicano, inspirado en la vieja tradición de no intervención, decidió no apoyar la sanción que los países del Grupo de Lima, convocados por la OEA, impusieron al gobierno del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. México nunca ha aplaudido ni defendido a ninguna dictadura. Venezuela amanece hoy dividido en medio de una crisis política, económica y social con dos gobiernos: uno el de Maduro y otro el de Juan Guaidó, proclamado por la Asamblea Nacional.
“La pregunta es ¿Qué debe de hacer la comunidad internacional ante esta situación? El canciller Marcelo Ebrard, interpretando con toda claridad la profunda crisis política en Venezuela y sus repercusiones, tomó la decisión de invocar los viejos principios de nuestra política exterior, que en su momento tomaron cancilleres de enorme estatura moral como Isidro Fabela, Genaro Estrada, Emilio O. Rabasa, Alfonso García Robles y otros”.
No intervención y autodeterminación. El principio anterior forma parte del texto sustantivo de nuestra Constitución, que es inviolable en las decisiones de política exterior. Recordemos algunos antecedentes difíciles de la diplomacia mexicana. Deber y conciencia son los valores de la defensa de nuestra soberanía: respetar leyes, acatar principios de la fuerza del derecho y la razón, tomar decisiones invocando la historia para una mejor convivencia armónica que preserve la paz y la seguridad internacional.
La no intervención ha sido nuestro faro de luz. Recordemos el caso de aquella histórica reunión auspiciada por OEA en Punta del Este, en enero de 1962, aquella asamblea de ratoncitos donde el gato se los comió. La orden fue clara: bloquear y aislar a Cuba para ahogar la Revolución de un pueblo victorioso. México en aquel entonces toma su decisión histórica fundada en una diplomacia activa, soberana y no subordinada. No acata consignas de ninguna potencia, obedece simplemente a los sentimientos de la nación, no arrodillarse ante nadie, permanece al margen del bloqueo de esa nación hermana como es Cuba, que realmente es nuestra tercera frontera.
Juárez, símbolo de dignidad nacional, ante la invasión de un ejército extranjero no titubea y se comporta como un gigante, con gran altura y apoyado por las armas de la República salva el honor nacional, logrando nuestra segunda independencia.
Carranza, ante la incursión encabezada por el general John J. Pershing para detener a Francisco Villa después del ataque a Columbus, defiende la soberanía nacional. Ante la ocupación injusta de tropas norteamericanas al Puerto de Veracruz en 1914, negocia la desocupación del territorio nacional apoyado por Isidro Fabela.
El general Lázaro Cárdenas se distingue por su conducta, tomando la decisión de recibir y asilar en territorio mexicano a los perseguidos que huían de la muerte y la represión franquista, acto del cual nuestras universidades se nutrieron. En su momento el presidente Echeverría tomó la bandera de la no intervención ante el cuartelazo y magnicidio del presidente chileno Salvador Allende. No rompe relaciones diplomáticas al instante, evitando la muerte a muchos chilenos, algunos de los cuales se integraron a este Centro de Estudios. Ese cuartelazo fue por órdenes e injerencia extranjera. Después de salvar la vida a más de 2,500 familias, México retira a nuestro embajador y rompe relaciones diplomáticas con Chile.
La política exterior mexicana se nutre de los torrentes de nuestra historia y es la continuación de la política interior.