IMPULSO/Octavio Rodríguez Araujo
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Las aguas están muy agitadas en este momento. La sensibilidad de los seguidores (dije seguidores) de López Obrador está a flor de piel y la intolerancia a la crítica, por parte de ellos, es muy peligrosa porque puede conducir a cacerías de brujas que ya hemos visto en México en otros momentos, con graves consecuencias. Recuerdo, por ejemplo, lo que les pasaba a quienes tuvieron la osadía de pegar calcomanías en sus autos en favor de Cárdenas en 1988: les rompían los parabrisas y los insultaban en las calles. La derecha de aquellos años era intolerante, confiemos en que la “izquierda” de ahora no haga lo mismo con sus críticos y opositores.
Percibo una suerte de revanchismo clasista y hasta racista entre muchos de los seguidores de López Obrador, no entre los nuevos gobernantes pero sí entre los ciudadanos de a pie. Un algo así como “ya ganamos, ahora es nuestro momento y ustedes: fifís, burgueses, güeritos, conservadores y opositores de todo tipo, se joden”. Ahora, parecen decir, es el momento de los “morenos” de Morena, aunque muchos sean también rubios, como la misma esposa del nuevo presidente y no pocos de sus funcionarios del gabinete.
En las redes sociales más que en la prensa escrita (aunque también en algunos periódicos), se nota esa intolerancia de los que creen que han sido empoderados y adalides de la “cuarta transformación”. Pareciera inútil que AMLO repita una y otra vez que se respetará la libre expresión, la disidencia y la oposición. Para el mal llamado “pueblo sabio” hay oídos sordos a esta insistencia de SU presidente, quizá porque olvida que es el gobernante de todos los mexicanos y no sólo de quienes son sus seguidores.
Si de veras queremos que el nuevo gobierno sea democrático en el ejercicio del poder, por primera vez en nuestra historia posrevolucionaria, habrá que entender que la democracia no debe excluir a nadie, ni a mayorías ni a minorías. No sería deseable, como ha ocurrido en otros países, que la oposición sea estigmatizada, perseguida y hasta encarcelada, porque en lugar de democracia estaríamos construyendo un régimen totalitario y eventualmente dictatorial. Sé que esto no es lo que quiere el nuevo presidente, y así lo ha dicho reiteradamente, pero al parecer mucha gente sólo escucha lo que le conviene, e ignora lo que sus reservas de resentimiento social le impiden ver y oír. Si algo caracteriza de manera clara a las dictaduras y a los regímenes totalitarios es la intolerancia, en tanto que la democracia es el respeto al otro y al diferente, la convivencia en la pluralidad, el diálogo y no la imposición, la reflexión colectiva y los consensos.
Quiero confiar en que las aguas, ahora muy agitadas, se calmen poco a poco, entre más pronto mejor. Y que la polarización que ha existido en México por siglos se modere precisamente por la salud de la nación, en la convivencia, la tolerancia y la sensatez. El cambio que ha ofrecido López Obrador no es, por más que algunos lo quieran, un régimen al estilo de las dictaduras totalitarias donde sólo existió (¿existe todavía?) el pensamiento único como modo de gobierno y sin oposición o disidencia. Cierto es que los reaccionarios seguirán luchando por el viejo régimen de privilegios en el que una minoría, por lo general rapaz, dominaba el país (y todavía domina), pero habrá que aprender que esos reaccionarios también tienen derecho a existir y que la tarea principal del nuevo gobierno es convencerlos de las bondades de vivir sin corrupción, sin impunidad y sin persecuciones a los adversarios que el mismo AMLO se niega a llamarlos “enemigos”.
Lo que ha planteado AMLO, y lo hizo evidente con los símbolos de su toma de protesta, es la convivencia respetuosa entre desiguales. En su toma de protesta estuvo la representación de la potencia imperial (Estados Unidos) y también la de Cuba, Bolivia y China, para poner ejemplos polares. No objetó la manta de los panistas contra Nicolás Maduro, no calló a nadie y, sin embargo, no se autocensuró para criticar al neoliberalismo (que es uno de sus sellos de campaña y de su próximo gobierno). Entre sus invitados estaban igual empresarios que dirigentes sociales de izquierda, y todos ellos fueron invitados al acto para demostrar, ni más ni menos, su sentido de pluralidad y de tolerancia. Y, no me cansaré de decirlo, ofreció y prometió gobernar para todos, con énfasis en los pobres —agregó—, porque éstos son los que más necesitan de las acciones de gobierno, pero también para los empresarios, porque sus capitales —ha dicho— son necesarios para el desarrollo del país.
Hay mucho por hacer. Ojalá que se haga en un ambiente de convivencia democrática.
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