Noviembre 23, 2024
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Asumir los desafíos de la formación profesional en México

IMPULSO/Horacio Duarte Olivares

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Hace unas semanas la noticia del despido de hasta mil 500 trabajadores de Bancomer recordó la transformación que se avecina para el sector financiero ante el uso cada vez más común de las tecnologías. Sin embargo, la revolución tecnológica actual pone en peligro empleos que cumplen tareas de rutina lo mismo en el sector servicios, que en el comercio y el sector maquilador. De acuerdo con el McKinsey Global Institute, 52 % de la Población Económicamente Activa (PEA) de México, equivalente a 28 millones 935 mil empleados, está en peligro de ser relevado por un robot, se estima que entre el 10 y 20 % de los empleados en las líneas de ensamble en la línea automotriz ya ha sido sustituido.

Ello exige la promoción de nuevas destrezas en todos los niveles productivos, sobre todo en áreas como ciencia y tecnología, ingeniería y matemáticas. Siendo necesario un mayor y mejor talento que pueda operar en este contexto de cambios tecnológicos que están alterando las formas de producción.

La paradoja mexicana es que mientras el sector educativo avanza a pasos de caracol, el mercado laboral corre como un lince. Esto ha desembocado en que el 65 % de los empleos que tendrán los jóvenes mexicanos que hoy comienzan la educación media superior y superior, todavía no existen. (IMCO, 2017). Entonces, el gran reto es ¿cómo ayudar a que el sector educativo enfrente las condiciones del mercado laboral? La respuesta se encuentra en una nueva concepción de la formación profesional, para que las nuevas realidades de la 4ta revolución tecnológica se asuman como disruptores y no como destructores.

Debe repensarse la enseñanza no solo en términos de la educación obligatoria, sino la que fluye por vías alternas como educación continua, educación dual y educación a distancia. Ya que en nuestro país impera una pésima asignación de recursos de fuerza de trabajo y ello obliga a resaltar la importancia de la capacitación para el empleo, apuntando en varias direcciones.

Primera, hacer una alineación curricular y pedagógica de acuerdo con los requerimientos del mercado laboral. La planeación de la oferta educativa debe guiarse con evidencia, identificando los planes de estudios relevantes y valorados por el mercado laboral. Pues una carrera que no asegura calidad y pertinencia en el mercado termina destruyendo la inversión del país y de las familias mexicanas.

Segunda, atender la brecha cualitativa apelando a la inteligencia del mercado de trabajo. Actualmente no existen datos públicos para que los jóvenes mexicanos tomen decisiones informadas sobre su futuro educativo. Es impostergable impulsar la orientación vocacional, pero también valorar la pertinencia de una política de datos públicos en educación superior, que permita considerar con claridad la rentabilidad de las distintas carreras. De hacerlo, el camino sería menos pedregoso para aquellos jóvenes que estudian una carrera como psicología, pero se ven obligados a emplearse en un oficio como choferes. La sobre cualificación de puestos reduciría si se estudiaran las condiciones del mercado laboral.

Tercera, pensar en una política de trasformación pedagógica. Es claro que la primera causa de deserción escolar a nivel bachillerato es de tipo socioeconómico y de ahí la importancia del programa prioritario Jóvenes Construyendo el Futuro, pero no debe olvidarse que la segunda causa de la deserción escolar es que los jóvenes siguen reprobando y ausentándose de clase porque se aburren en el aula. (ENDEMS, 2012). Por eso es vital impulsar más cursos que tengan que ver con actividades comercializables, además de la profesionalización de la función de vinculación e injerencia con personas que entiendan el mercado de trabajo en el plantel. Esto aparejado de una nueva gobernanza en los planteles para tomar decisiones acertadas en cuanto a la administración de los recursos.