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A 50 años del 68

 IMPULSO/Alberto Aziz Nassif

Artículo

El 2 de octubre marcó de forma definitiva el abrupto final del Movimiento Estudiantil del 68. La tragedia de Tlatelolco ronda en la memoria después de medio siglo. Muchos libros y artículos se han escrito desde entonces. Hay bitácoras y cronologías muy detalladas de lo que pasó en esas semanas y días. También existe un nutrido conjunto de interpretaciones sobre lo que significó el movimiento y de los cambios que generó en el México de los siguientes años. Hay películas, series, entrevistas y material fotográfico abundante. Todavía se discuten diferentes contabilidades de los caídos ese día. En los próximos días la UNAM publicará un libro coordinado por Ricardo Valero, “1968, Aquí y Ahora”. Ese año hubo movimientos en muchos países y a pesar de que obedecieron a diferentes razones, coincidieron en una suerte de fin de época. En la niebla del fin y el inicio de profundos cambios culturales y políticos, queda ese año que hoy recordamos después de medio siglo.

Hay cambios muy visibles en el país, pero, de forma paradójica, también hay inercias que se repiten: por ejemplo, se establecen vinculaciones entre la tragedia de Tlatelolco y la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, que ya cumplió cuatro años. Existe una acusación similar que apunta al Estado como responsable. Hay cercanía entre el pliego petitorio estudiantil del 68 (libertad a presos políticos, derogación del delito de disolución social, desaparición del cuerpo de granaderos, destitución de los jefes policiacos de la ciudad de México, indemnización y castigo a los culpables) y las demandas actuales de los padres de Ayotzinapa que piden justicia y verdad por la desaparición de sus hijos. En el centro de las dos expresiones hay una idea vigente en contra de la represión, la impunidad y el autoritarismo.

En otras dimensiones se señala al 68 como el inicio de una larga transición democrática. Se dice frecuentemente que ese movimiento marcó el final de la hegemonía de la Revolución Mexicana. Dos años después del Movimiento Estudiantil el sistema político siguió funcionando y posibilitó que la sucesión de 1970 estuviera completamente desconectada de la Plaza de la Tres Culturas. Fue hasta diez años más tarde, con la sucesión de 1976, el último monólogo del PRI, cuando se inició el largo ciclo de las reformas político-electorales. Sin embargo, una década después, con la ruptura cardenista en 1987 por la disputa entre dos proyectos de país, y el enorme fraude electoral de 1988, que se inició una dinámica de pluralismo cuyas reglas se establecieron en la reforma de 1996. En 1997 llegó el gobierno dividido y la alternancia presidencial en el año 2000.

Además del régimen electoral, también se fue readecuando el presidencialismo al que le han recortado facultades; la división de poderes se hizo una realidad, así como el ensanchamiento del federalismo. Las elecciones se construyeron como el método institucional para el acceso a los puestos de representación popular y, poco a poco, nos acostumbramos a evaluar el desempeño de los gobiernos y expresarlo en votos. La organización social se ha multiplicado y pasamos de una estructuración corporativa a un clientelismo generalizado. Durante tres décadas la agenda gubernamental ha estado articulada por un modelo neoliberal. Sin embargo, todos estos tránsitos han tenido enormes fracasos: el sistema partidista se convirtió en una partidocracia. La representación popular en el Congreso de la Unión sufrió un enorme vaciamiento. El reparto de recursos federal ha conducido –en muchas ocasiones– a una enorme corrupción y a una ausencia de contrapesos. El modelo económico ha producido una sociedad polarizada con una pobreza sistemática y una enorme desigualdad que no se han modificado en dos décadas; y, para rematar el cuadro, hay una economía que no crece. A pesar de que la libertad de expresión se ha ensanchado todavía quedan muchas batallas por delante, como la protección de periodistas y defensores de derechos humanos, víctimas del crimen y de una impunidad rampante.

A 50 años del 68 siguen pendientes tres deudas: con la igualdad, con la justicia y con un Estado democrático que repare los daños de la violencia y la impunidad…

Twitter: @AzizNassif