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Ciudad De México

Cuentan que cuando las súplicas de los pacientes recorren los pasillos oscurecidos y las agotadas enfermeras nocturnas descansan los ojos un minutito que al final es un rato, se escucha el crujir de los casi extintos uniformes almidonados, es el andar espectral de La Planchada, ella va tras los necesitados: cambia sueros, da la pastilla precisa, alivia el dolor y desaparece.

La Planchada es una de las leyendas flotantes de los hospitales de México, donde la fragilidad de la vida se propaga entre el intenso olor a cloro, alcohol, sangre, orines y medicamentos. Es el miedo quien narra esas historias, frías viajeras de espaldas desprevenidas, paralizadoras de miradas temblorosas, incrédulas.

Según la tradición oral, escrita en el aire por voces conocedoras de un pasado infinito, hace tiempo vivió una mala enfermera, trataba incorrectamente a sus pacientes, por eso ahora su alma permanece en los nosocomios, ataviada con un blanquísimo e impecable uniforme, bien planchadito, el cual le dio su apodo.

“Todos los hospitales de buen ver pelean la titularidad de este suceso”, señala el antropólogo Jermán Argueta. La investigadora Soledad Nicolás expone que en Latinoamérica no hay una leyenda o personaje semejante, además “ella prefiere aparecerse en grandes sanatorios públicos, y antiguos, tal vez porque ahí es donde más se necesitan sus cuidados o porque ahí ha encontrado personas a quienes todavía le sorprende el misterio”.

Cuando entró a la escuela de enfermería en los años 60 a Julia Domínguez le advirtieron que no había vuelta atrás: debían cumplir con su deber porque La Planchada estaría atenta. El castigo no tendría fin. Soledad Nicolás explica que el personaje persuade a las enfermeras, el deber ser y la culpa por incumplir se vuelven parte de su identidad a través de la narración: “reproduce las creencias, actitudes, ideologías, normas o valores del grupo profesional”.

“Decían que le ayudaba a la gente floja”, afirma Julia, quien fue enfermera durante 30 años. Aunque ya se retiró de los sanatorios aún viste pulcramente y sus palabras son tan firmes como una mano sabia que pone una inyección sin dolor: “yo no le tuve nunca miedo, ni respeto ni nada”.

Recuerda los desconciertos de algunas de sus compañeras: cuando regresaban de cenar los medicamentos pendientes ya habían sido suministrados. Los pacientes aseveraban que una “señorita bien arregladita” los había atendido, les confundía su vestir antiguo y su amabilidad, a veces la escuchaban caminar o la veían a lo lejos, no tenía pies: flotaba.

“Ay, ¡cómo no se me aparece La Planchada para que me ayude!”, exclamaba Julia en las madrugadas, comenzaba las guardias extenuada, después de cuidar a sus hijos y encargarse del quehacer de la casa durante el día. Nunca se presentó.

Antonio Corona sí vio algo extraño hace 38 años, cuando cuidaba a su bebé enfermo en el hospital. En medio de la ilusión del descanso de quién vigila una vida agonizante, una presencia forastera lo hizo abrir los ojos. Encontró un alguien frente a la cama. “Yo digo que era mujer porque traía el vestido de enfermera… no se le veían rasgos de la cara, como si estuviera en blanco por completo su cara…no tanto que se viera como que caminaba, sino que se hubiera desplazado”. Supo después que en ese lugar llamaban a ese ser La Blanca.

Esa fue la primera vez que experimentó algo así. “Son estados emocionales alterados”, explica Antonio, como psicólogo le atribuye la experiencia a varios factores: el aspecto corporal (fatiga, tensión, culpa), seguido de fenómenos psíquicos y mentales, así como algo inexplicable. También hay personas más susceptibles y es significativa la existencia de antecedentes, como conocer la historia, pues esto predispone al individuo.

Viridiana Galicia ha escuchado todo tipo de historias en sus cuatro años como enfermera, piensa que trabajar de noche es complicado en todos los sentidos, requiere mucha responsabilidad y precisión, aunque para ella lo más pesado es el silencio palpitante, hasta el más inofensivo sonido avanza por los diminutos pasillos, se cuela pesadamente entre las escasas luces amarillentas, moribundas.