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“Nada está normal”, dice la oposición en Nicaragua

IMPULSO/Agencia SUN

Nicaragua

Al recorrer por tierra durante una hora unos 90 kilómetros entre Masaya y Managua, cualquiera observará un panorama de aparente total tranquilidad. A primera vista, nadie sospechará que esas vías de la zona sur de Nicaragua y otras calles del resto del país se convirtieron, desde el pasado 18 de abril, en un sangriento y mortal campo de batalla política que enfrentó al movimiento opositor antigubernamental con tropas policiales y paramilitares oficialistas.

Frente a una supuesta normalidad, ¿puede pensarse que el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, ganó la pelea callejera y que la lucha por sacarlo del poder se desactivó indefinidamente y quedó solo como un triste recuerdo de muerte y desolación, mientras el país recuperó el orden y el gobierno triunfó con armas, balas, ostentación de fuerza y despliegue de violencia?

“Aquí nada está normal”, replicó la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, que aglutina a los opositores y que convocó para este sábado a una marcha para demostrar que la realidad es que el país está atrapado en una aguda anormalidad. “Vamos ganando”, garantizó.

“Ortega quiere la paz pero la de los cementerios”, acusó el nicaragüense Marcos Carmona, director ejecutivo de la no estatal Comisión Permanente de Derechos Humanos de Nicaragua (CPDH). “No quiere paz social ni la habrá con más de 300 muertos en la represión a las protestas, 120 desaparecidos, más de 3 mil heridos, 137 presos políticos y 60 periodistas bajo amenaza del oficialismo”, dijo.

“La persecución continúa. Retrocedimos al tiempo del salvaje oeste en Estados Unidos. Aquí dan recompensa por atacar a los opositores”, agregó, en entrevista con EL UNIVERSAL.

Nicaragua entró a principios de este mes a una aparente tranquilidad cotidiana tras las masivas protestas callejeras que se prolongaron con intensidad hasta finales de julio, para rechazar inicialmente una reforma de Ortega a la seguridad social, y detonaron un movimiento para exigir democracia y el final de lo que los opositores calificaron como dictadura dinástica.

En medio del más grave conflicto interno desde 1990, la economía nacional agudizó su crisis con los disturbios. Por eso, y ante la supuesta normalidad, es frecuente escuchar a los nicaragüenses —de cualquier bando— aducir que necesitan trabajar, porque “nadie come política” ni vive de las protestas o de lanzar piedras a la policía.

Pedido. En una misiva que esta semana envió a Ortega, la Alianza pidió el cese de toda forma de violencia y la reapertura de un diálogo, con mediación de la jerarquía católica y con testigos y garantes internacionales, para acordar el anticipo de las elecciones generales de 2021 a 2019, liberar a los prisioneros políticos, ubicar a los desaparecidos, terminar con la represión, las tomas de tierras y el acoso a opositores y desarmar a los paramilitares.

En respuesta a esas y otras solicitudes previas similares, el mandatario ya descartó su renuncia y la de su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, rechazó adelantar los comicios y negó que sus fuerzas hayan reprimido.

Con énfasis, Ortega —electo en 2006, gobernante desde 2007 y reelecto en 2011 y 2016 en cuestionados procesos electorales para gobernar al menos hasta 2022— catalogó a los opositores como un sector derechista, golpista y terrorista que se alió al gobierno de Estados Unidos para romper el orden constitucional y derrocarlo.

En una campaña para reforzar la imagen de normalidad, Murillo proclamó este viernes que “seguiremos restaurando el amor, la convivencia y las rutas de trabajo honrado para consolidar justicia, la paz”.

“Sabemos que la verdad va a vencer a la mentira”, insistió, al destacar que “hoy por hoy Nicaragua se reanima, se recupera, restaura su rumbo, buenos rumbos, en cristianismo, en familia, en socialismo, en solidaridad”. Al mismo tiempo, convocó a los simpatizantes del gobierno a marchar en la capital, en coincidencia con la manifestación opositora.

Con o sin normalidad, y como pueblo apasionado por el beisbol, los nicaragüenses oficialistas y opositores apelaron a una máxima deportiva sobre el desenlace de la crisis: “Esto no se acaba hasta que se acaba”.

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