Noviembre 23, 2024
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Penal de Santiaguito, un infierno para los internos

IMPULSO/ Redacción
Toluca
: Según datos del Órgano Desconcentrado de Prevención y Readaptación Social, el sistema carcelario del EDOMEX ocupa el segundo lugar a nivel nacional en sobrepoblación.

: Este hacinamiento provoca que las cárceles mexiquenses se conviertan en trinchera de mafias y cárteles de la droga.

Las filas detrás de las rejas verdes del acceso a Santiaguito son siempre largas y, mientras avanza la mañana, crecen aún más. Llegan sobre todo mujeres jóvenes con bolsas repletas de ropa, zapatos, agua y comida, ataviadas en rebozos, cobijas y chamarras gruesas para sortear el frío de la madrugada de cada sábado, asimismo, llevan dinero para sortear la corrupción. Las visitas al penal estatal son siempre así. Las horas de espera comienzan antes de las seis de la mañana, antes de que se asome el sol.
Este fin de semana fue especialmente frío; en las filas, la gente apenas dejaba ver la mitad de su rostro para evitar el frío físico, aunque el del alma se mantiene. Las pláticas entre desconocidas son permanentes, es el mejor remedio para la espera.
En esas filas están Gabriela, Claudia y Francisca, separadas por edades y lugares de origen, pero unidas por el encierro de sus hijos y esposo.
Durante su última visita, Gabriela tomó el taxi de su casa a las 4:30 am para llegar a tiempo a la terminal de Observatorio, en la Ciudad de México, para arribar a Almoloya y llegar antes de las 7:00 a Santiaguito; busca ingresar en el primer turno, desde hace un mes cambió su vida y ésa es su rutina de cada fin de semana.
“Mi esposo fue ingresado hace un mes y cada sábado vengo a verlo, es tardado, por eso, salgo en la madrugada de mi casa para entrar en el primer turno, pero esta vez no se pudo, tengo que esperar hasta el siguiente”, explica la joven, quien revela que son muchas horas de espera en las filas, así como en los filtros de los custodios, quienes remueven hasta la sopa.
Su esposo fue detenido por una supuesta falsificación de documentos, pero asegura que no le han probado nada. Confía en que pronto se acaben las esperas en las filas de acceso a Santiaguito y en poder continuar con el matrimonio que apenas iniciaba.
— Ya casi va a salir porque no hizo nada -confirma Gaby mientras se frota el vientre de sus pocos meses de embarazo.
En la misma fila de la ventanilla de Trabajo Social está Claudia, ella es originaria de Amatitán, Jalisco, lleva dos años en esto que llama “un suplicio”. Este sábado fue especial porque su hijo Jonathan cumplió 23 años, hijo que detuvieron a los 21 en un retén de Toluca cuando se dirigía a la Basílica de Guadalupe a llevar una manda.
“Vengo cada cinco meses, cada siete meses, según alcance el dinero porque está largo el tramo, hasta que juntamos lo necesario”, platica Claudia con su tono del Bajío que le permite ser clara y firme.
Revela que el dinero que junta cada cinco o seis meses –unos cinco mil pesos- se escurre como agua en una visita a Santiaguito, pues hay que pagar pasajes con boletos de ida y vuelta para ella y su esposo, comida, ropa y zapatos para Jonathan y guardar unos quinientos que entrega a su hijo para vivir al interior del penal.
— ¿Todo eso lo ocupa su hijo adentro?
— La verdad no, es para pagar la extorsión -denuncia Claudia.
La difusión, hecha por la agencia de noticias MVT en octubre del 2017, de una serie de videos sobre tortura al interior del Penal de Neza Bordo desnudó la corrupción, extorsión y tortura de las mafias a los reos.
La banda de “El Tatos”, Luis Alberto González Nieto, un criminal de 31 años de edad que ha pisado 12 cárceles mexicanas, es una de las dedicadas a cobrar rentas, protección y ejecutar torturas a los presos.
Esas historias las conocen Claudia y Gabriela, el temor se revela en sus rostros mientras charlan.
“Cuando quieren los custodios, nos dejan pasar todo, pero a veces hay que dar unos billetes para que accedan; no les conviene que metamos todo para que uno consuma en las tiendas del penal, todo se mueve con dinero, es lo único que compra una porción de igualdad”, comenta Claudia acerca de los pequeños monopolios de las tiendas de Santiaguito.
El cumpleaños de Jonathan lo celebraron con unas gorditas de elote, unos frijoles refritos y tamales de Jalisco que Claudia preparó especialmente, más un refresco de cola tamaño familiar.
La libertad esperada como regalo de cumpleaños no llegó para Jonathan, en cambio, la sorpresa para su hijo fue un pequeño pastel que le compró en Toluca, por lo menos para ahuyentar la tristeza y desesperanza por la ausencia de justicia, que tendría que haber llegado en septiembre pasado, cuando saldría libre, pero revocaron la sentencia.
“Se han ensañado con él, ya no tiene ni abogado, está una abogada de oficio, pero no ha resuelto nada, los policías que lo detuvieron no vienen a testificar y ya no hay para cuándo salga mi hijo”, fustiga pensando en el encierro de su hijo desde el 19 de noviembre de 2015.
Poco a poco, el mal clima da tregua a los que esperan del otro lado de los muros. A las 9:00, aparecen los primeros rayos de sol y las mujeres se van desprendiendo de las cobijas y rebozos, pero la espera continúa.
Los primeros filtros inician al mostrar la credencial de familiar que concede el penal, después, a ocupar el lugar en las filas, recargados en las frías paredes frontales de Santiaguito. Claudia y Gabriela se despiden, se apresuran a formarse.
El acceso es un ir y venir de mujeres, esposas, madres e hijas, sobre todo ellas, las más fieles; se ven pocos hombres. Con niños en brazos, las jóvenes (la mayoría), antes del ingreso, se delinean un poco los labios y se acomodan el cabello para verse presentables, sonríen con una mueca discreta para evitar ingresar la tristeza.
Junto a un morral cargado de comida y una maleta con ropa, Francisca espera. Las grietas del rostro muestran a una mujer de más edad que la que tiene. Ella llega cada sábado desde San Mateo Atenco a ver a su hijo detenido hace un año y ocho meses. Tuvo la mala fortuna de trabajar de mesero en un bar donde se hizo un operativo una noche por una supuesta venta de drogas.
“Esta vez le traje su chilito verde con pollo, un poco de pan y lo que le antoje se lo traemos porque adentro la comida es muy fea”, nos cuenta. Sabe que hay privaciones de alimento en los penales y que su hijo no comería si ella no se lo llevara.
— ¿Y siempre puede pasar todo?
— No, a veces no pasa y lo regresan, sobre todo la fruta -dice la mujer de la tercera edad sobre esos azares para ingresar alimentos al penal.
Entre los artículos que enlistan las familias como inaccesibles están la fruta –sobre todo las que tienen hueso–, libros, discos y ciertos alimentos. No todo es lo que marca la norma, sino la ley de la oferta y demanda de las tiendas internas.
Junto a las filas en las que siempre se ven bolsas tipo costal harinero repletas, Francisca explica que, en su mayoría, llevan cada semana ropa para lavar, pues el uso de los lavaderos para reos es costoso, una de las cuotas difíciles de pagar.
“Todo es dinero acá adentro [en Santiaguito], a mi hijo le dejo para sus gastos porque siempre se anda enfermando del estómago”, revela Francisca como reproche de lo que ocurre en el sistema carcelario mexicano.
Las convivencias al interior son hasta las 16:30 horas, cuando la mayoría de familias comienzan a retomar las filas para salir del penal. Las horas se van rápido, coinciden Francisca, Gabriela y Claudia.
— ¿Y en qué ocupan las horas de visita?
La respuesta es obvia y la pregunta parece no tener sentido, pero se les hace para comprender esas horas de convivencia que tienen las tres mujeres con sus familiares.
Francisca aprovecha para conversar con su hijo sobre cómo va el proceso y, de paso, darle ánimos, abrazos y servirle su pollo y otras tortillas, para hablarle de sus hermanos y qué novedades hay en el pueblo.
Claudia deja correr las horas con abrazos a su hijo por su cumpleaños número 23, también en medio cantarle con su tono sureño las mañanitas e imaginar por un momento que está con él en Amatitlán.
Mientras que Gabriela ocupa el tiempo en charlar con su esposo de los planes a futuro y del próximo nacimiento de su primer bebé, en contarle sobre las consultas con el médico y los dolores que se sienten cada vez con más frecuencia. La joven pareja tiene esperanza en que sus planes se cumplirán.
A las afueras de Santiaguito, cada sábado, todo se asemeja a un tianguis, a un ir y venir de marchantes. Al caer la tarde, cuando las familias se van, todo vuelve a la normalidad.
Sólo sobresalen nuevamente las torres de la cárcel y ese silencio amargo que permanece detrás de sus bardas, a la espera de otro día de visita.
El infierno de la soprepoblación
En el territorio mexiquense existen 21 penales estatales, los cuales fueron planeados para albergar a sólo nueve mil 964 reos, pero hasta 2017 tenían 27 mil reclusos, lo que refleja un 169 por ciento de sobrepoblación, un infierno de cuerpos humanos tras las rejas.
Según los datos del Órgano Administrativo Desconcentrado de Prevención y Reapdaptación Social (OADPRS), el sistema carcelario del Estado de México ocupa el segundo lugar a nivel nacional en sobrepoblación.
Entre los penales con más problemas están los de Ecatepec, Tlalnepantla, Nezahualcóyotl, Chalco y el de Santiaguito, ubicado en Almoloya de Juárez.
Este hacinamiento provoca que las cárceles mexiquenses se conviertan en trinchera de mafias y cárteles de droga.
Las mismas condiciones generan falta de atención médica, que abarca 12 por ciento de las quejas que se reciben al año en la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México (CODHEM).
Datos
Veintiún penales del Estado de México albergan 27 mil reclusos.

Hasta cuatro horas puede esperar un familiar para ingresar.

Falta de atención médica, tardanza en trámites, problemas para visitas familiares o conyugales, mala calidad y poca cantidad de alimentos.

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