Julio 16, 2024
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Cuentos para presidentes

IMPULSO/Rodrigo Sandoval Almazán

La derrota

Había una vez un alcalde que perdió la reelección, no habían pasado sino unas horas de declarar su derrota para que hiciera la primera llamada a su tesorero: “¿Ya tienes todas las cuentas listas? ¿Están bien hechos todos los pagos que recibimos? No va a haber ningún error ¿verdad?” El pobre tesorero le dijo que no se preocupara, que todo estaba correcto, pero sabía que no era así. Después, llamó a otras personas, nada más para asegurarse, aquí algunos fragmentos de dichas conversaciones.

— Te pido por favor que no dejes nada en las computadoras. Borra los discos duros y toda la información que hemos generado. Saca copias solamente de lo importante para nosotros y nos la llevamos.

— Sí, señor como usted ordene -respondió el joven de tecnologías de información encargado del soporte técnico.

— Compadre, ya te he dicho que liberes todas las autorizaciones, permisos y obras con su respectivo 30%. Si no lo pagan, no liberes.

— Sí, compadre, pero ahora que pasaron las elecciones ya no quieren dar nada, dicen que lo verán con el que sigue.

— Entonces que no se quejen, vamos a detener todo y nos les des nada. Los que ya están en trámite detenlos un par de semanas para que se les quite que no me apoyaron en la candidatura.

— Sí compadre, así lo haré.

— Y si te dicen algo, me los pasas, sea quien sea, ¿entendido?

— Sí compadre.

— Señor Smith, buenas tardes, ¿ya recibió mi depósito en la cuenta de Suiza?… sí… es poquito, un par de millones apenas, pero si lo junta con el resto de los depósitos, ya podemos integrar un fondo de inversión ¿No?

— Sí, claro, yo sé que su banco es muy discreto y que no tendremos problemas en el futuro… me manda los documentos y las tarjetas.

— Claro, encantado de hacer negocios con usted.

Había una vez un candidato a senador que perdió las elecciones, se retiró a su hacienda al día siguiente a llorar su derrota. Sólo lo acompaña su esposa y algunos amigos cercanos, sus hijos se encontraban en el extranjero cuidando los negocios que tiene por allá, además de protegerlos del secuestro y del narcotráfico, dice él.

En una tarde lluviosa, viendo cómo las gotas caían rápidamente en su lago artificial, tomaba café y le contaba a su esposa.

— Querida, no sé como perdimos si las encuestas nos decían que íbamos tan bien. Yo tenía un buen discurso, una gran propuesta para llegar a la Cámara… tenía tantas ganas de hacer algo por el país. No es justo que los ciudadanos nos hayan dado la espalda con tanto que hicimos.

— Mi amor, responde ella, siempre te engañaron, yo te lo dije. Lo escuchaba en el súper con mis amigas, en la clase de cocina que tengo, hasta el chofer, don Fernando, me dijo que él veía cómo todo se perfilaba para la derrota. No eres tú, son los nuevos tiempos del país, las cosas cambian, las personas también, en el partido no vieron esto, se volvieron ciegos ante una caída inminente, no te preocupes, ya habrá otra oportunidad.

— ¿Otra oportunidad? -dijo exaltado, casi tira el café-, no habrá otra oportunidad, el partido se acabó, las estructuras están desechas, no tenemos para donde irnos: ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿De qué vamos a vivir cuando nos saquen del poder? No habrá más oportunidades al menos por una década; su triunfo fue tan contundente que tardará tiempo que podamos sacarlos del poder y, mientras eso ocurre, nuestro partido se irá a la tumba política.

— Bueno, entonces hay que crear otro partido. Nuestros amigos, con el tiempo que llevamos de líder, todas las personas que te han apoyado en el pasado seguramente no están contentas con los resultados y te apoyarán. Piénsalo, no te desesperes, tómate estos días para recargar baterías y ya veremos qué dice el futuro.

La lluvia seguía atacando al lago con dureza, el café se enfriaba. El ceño de aquél hombre seguía fruncido, rostro desencajado, la tristeza, el coraje, el odio, todo junto se le veía de lejos. Mientras, la esposa lo miraba y se preguntaba cómo van a resolver esto en los próximos días, meses y años.

Había una vez un candidato a presidente que fue derrotado, él lo sabía de antemano, pero tantas voces le dijeron lo contrario que se había hecho la ilusión, por las noches soñaba cómo le ponían la banda presidencial y quiénes serían sus futuros colaboradores. De seguro, el jefe quedaría encantado y lo felicitaría como en tantas ocasiones anteriores, pero el sueño se vino abajo cuando conoció los resultados. Oh, noche aciaga, ¿para qué llegó a mi vida? -se preguntaba.

A la distancia, semanas después de aquél hecho desafortunado, todavía se despierta por las noches agitado, temeroso porque no sabe qué pueda ocurrirle, no tiene certeza de su futuro, de su seguridad personal y de la de su familia. Tanto conocimiento del viejo régimen, tantos trucos, tantas cosas que podrían hacerle algo.

“Por eso tengo que ir a ver al ganador, para negociar con él mi seguridad” -se dijo así mismo una madrugada en vela-. “Debo rendirme humildemente, como se hacía antaño, tal vez hasta pedir disculpas y desearle el mejor gobierno”. “Porque yo me quiero distanciar de todo esto, salir adelante pues, no importa el partido político, sino mi pericia como funcionario, tengo las credenciales y la experiencia, sí, eso es lo que voy a ofrecer: consejo, apoyo, ayuda desinteresada, con eso me ganaré su amistad y garantizaré mi futuro”. Se vuelve a dormir, confiado en que ahora sí tiene una solución para su futuro.