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Austeridad: el absurdo consenso

IMPULSO/Federico Novelo y Urdanivia

Artículo

En la trascendente obra de George Orwell, “1984”, el autor acuña un término de complicada traducción: “Crimestop”, que habrá de entenderse como estupidez protectora, según propone Barbara W. Tuchman (“La era de la locura”, 1989, FCE). Es la capacidad del gobernante para proteger a los gobernados de la peligrosa tentación de pensar, después que buena parte de los gobiernos de los países desarrollados salvaron a la banca de los perniciosos efectos de la Gran Recesión, desde 2008, ese uso de recursos fiscales y, muy especialmente, de deuda, propició que donde debiera trazarse el camino a la recuperación de crecimiento, inversión, empleo y salarios se colocara la exigente voz de alarma: ¡austeridad!

El término disfruta de una notable ambigüedad, por cuanto puede aludir a lo no ostentoso, a lo sobrio, a lo apegado a la moral, a… lo correcto. En el cambio de rumbo que impuso el neoliberalismo, la austeridad ha significado: menor tamaño, presencia y facultades del Estado, intensificación de la precarización del trabajo, profundización de la desigualdad, evaporación —donde lo había— del Estado de Bienestar, pérdida de sentido de la noción de progreso (los hijos ya no vivirán mejor que los padres) y mayor dolor proveniente de la ignorancia sobre el porvenir.

En el ánimo de sumar voluntades, el próximo Presidente de México ha anunciado una suerte de paraíso terrenal que nos será obsequiado por la austeridad. No habrá reforma fiscal, la autonomía del Banco de México está garantizada, no crecerán las deudas interna y externa, el empleo, los salarios, la inversión pública, las transferencias por exceso, y también por falta de edad, todo crecerá bíblicamente y será financiado por la erradicación de la corrupción y de los corruptos en todo el territorio y por la reducción de los ingresos de los servidores públicos más caros, comenzando por el Presidente. Si las cuentas no cuadran, será otro asunto. O no tuvimos suficientes corruptos o no robaron lo suficiente para, puesto en las manos correctas, lograr el financiamiento del programa o la reducción de los ingresos de la alta burocracia se quedó corta.

En una sociedad llena de necesidades ¿un programa austero, apegado a la agenda neoliberal, es una solución plausible para cerrar la llamadas brechas (desigualdades) diversas? Evidentemente no. Una parte considerable de valedores y valedoras del Gobierno por venir pregunta con visible hostilidad ¿por qué no se le exigió un programa con aliento progresista a los gobiernos previos y ahora sí a Andrés Manuel? Mi respuesta es muy sencilla: pertenezco a una generación que cumplirá medio siglo de esperar por un programa de izquierda, promotor de un país más democrático, menos pobre y desigual, mejor servido por un Gobierno con solvencia fiscal, intolerante con la corrupción y la indigencia, regulado con firmeza a los más propensos a la especulación. Me parece redundante la discusión respecto a si Morena y López Obrador son de izquierda, por supuesto que lo son, sin alcanzar, como no puede alcanzarlo ningún grupo humano la condición de monedita de oro y con independencia de caernos bien a todos. El problema verdaderamente serio es que el programa de gobierno y la política anunciada no son de izquierda. La ruina global de la Socialdemocracia, al menos en una parte muy significativa, se explica porque no presentaron ni desarrollaron programas socialdemócratas y le engordaron el caldo al neoliberalismo: Rodríguez Zapatero fue un caso emblemático en España, pero se encuentra muy lejos de ser el único.

Nos podríamos esperanzar con la eventual sorpresa que inventó el presidente Franklin D. Roosevelt de realizar una campaña exaltadora de la disciplina fiscal e incurrir en un déficit para financiar las obras e instituciones del New Deal. Es una cosa que puede pasar si alguien le recuerda al inminente gobernante mexicano el cuerpo de razones por las que la austeridad mata. (El costo humano de las políticas de recorte, 2013, Taurus). Si se nos va a proporcionar un manto protector, mejor que no sea un “Crimestop” nacionalizado.