Diciembre 22, 2024
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Revueltas electorales y frustración acumulada

IMPULSO/Mauricio Meschoulam
En Canadá, se reúnen los líderes del G7. Ahí estarán dirigentes de corte tradicional como Merkel, May o Abe, que tendrán que conversar los temas que más importan al planeta con Trump y con Giuseppe Conte, el flamante premier italiano que emerge de una especie de revuelta del electorado en contra del sistema.

Mientras todo esto ocurre, el mundo es también testigo de protestas masivas en sitios tan distintos como Jordania o Georgia, y antes en Armenia, protestas que han ocasionado renuncias de primeros ministros o que están removiendo las mismas entrañas de sus sistemas políticos. Años atrás, los protagonistas de protestas similares eran sitios como Grecia, España, Turquía o los países árabes. Y si bien cada caso es una historia diferente, hay también un relato paralelo que quizás les hermana.

Permítame empezar por el final: los desenlaces. Y lo hago porque son justamente esos finales los que pueden obscurecer el panorama. Efectivamente, el gran océano que hay entre aquellos 18 países que vivieron la Primavera Árabe, y países como los europeos, es que estos últimos han venido encontrando mecanismos para canalizar el descontento de manera democrática y procesar institucionalmente la enorme frustración y desconfianza social. Los desenlaces en países no democráticos han sido, por supuesto, muy distintos. Algunas renuncias, concesiones, o cambios cosméticos. Y en otros, cuando el sistema termina por quebrarse, el desenlace ha sido la guerra.

A pesar de esos muy diferentes finales, sin embargo, hay varios factores comunes: (a) Factores económicos como las tasas de desempleo y en especial, la desocupación juvenil, que golpean a determinados países principalmente tras la crisis del 2008. Otros países sufren efectos por la globalización o por los avances tecnológicos. Sean cuales sean los componentes o causas, al final lo que prevalece en muchos es un sentimiento de exclusión; (b) Factores políticos: el divorcio entre las élites gobernantes, con todas sus instituciones, y la gente de la calle.

Estas élites son percibidas como distantes y despreocupadas de lo que le pasa al ciudadano común, o bien, como corruptas e ineficaces; (c) Flujos de migrantes y refugiados. Estos flujos generan, en determinados sectores, la sensación de que esas personas vienen a “arrebatar” las de por sí escasas oportunidades existentes, y en otros, un sentimiento de miedo o repulsión; (d) Frustración acumulada y desesperanza.

El sentimiento de que esa serie de condiciones no va a ser resuelta por los sistemas tradicionales ni de las formas tradicionales; (e) Un discurso convincente capaz de recoger ese cúmulo de sentimientos de enojo, desilusión, miedo, frustración y desconfianza de lo tradicional, para activar movimientos políticos y protestas masivas.

Y claro, a partir de ese punto, cada historia se cuenta por separado. En unos casos esos factores resultan en Trump, en Podemos o en Cinco Estrellas. En otros, solo hay renuncias o cambios superficiales. En otros, el resultado es mucho más violento. Pero en el fondo, lo que tenemos que entender es que ya son demasiadas las señales que nos indican que varios componentes del sistema no están funcionando y que es mucha la gente que no se siente representada, escuchada, y que no tiene la más mínima esperanza de que sus circunstancias puedan mejorar.

Esto, evidentemente, no está ocurriendo en un solo país, por lo que atribuir las causas y las posibles soluciones exclusivamente a medidas locales, es dejar de prestar atención a las múltiples campanas que repican en paralelo.
Twitter: @maurimm

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