En las democracias con instituciones con bajos niveles de profesionalización, la confianza en las autoridades suele ser baja
Luis Herrera-Lasso
Uno de los principales indicadores de la calidad de un gobierno es la relación que existe entre autoridades y ciudadanos. En este ámbito la relación del ciudadano con sus policías es un claro indicador de la confianza.
En los regímenes autoritarios las fuerzas del orden suelen contar con amplios márgenes de discrecionalidad: ellos deciden quien se encuentra dentro o fuera de la ley.
El ciudadano cuenta con escasos recursos de apelación y no existen instancias que vigilen que sus derechos sean respetados.
En los regímenes democráticos los ciudadanos cuentan con recursos formales para denunciar y con instancias de apoyo para hacer valer sus derechos.
En países y ciudades con policías profesionales, cultura de la legalidad e instancias efectivas de defensa de derechos ciudadanos, la confianza de la población en sus autoridades suele ser alta.
En las democracias con instituciones poco robustas y bajos niveles de profesionalización, la confianza en las autoridades suele ser baja. El ciudadano prefiere evitar a la policía a tener que tratar con ella.
Pero vayamos a otro espacio de interacción: el trámite en ventanilla. Y refiero una experiencia personal. Hace unos días, en mi afán por no utilizar el auto, en medio de los apretujamientos en el Metrobús un habilidoso ratero se llevó mi cartera.
Cuando me di cuenta era demasiado tarde. No traía dinero, pero sí todos mis documentos. A cancelar tarjetas bancarias e iniciar la peregrinación para recuperar documentos oficiales.
Al día siguiente la emprendí a la reposición de la licencia de conducir. La oficina que estaba en Taxqueña ya había desaparecido.
Los inquilinos de los locales vecinos me mandaron al centro comercial Oasis. También esa oficina había desaparecido. Me acerqué entonces al negocio de un amigo a buscar por internet. Aparecían dos opciones: Gran Sur y Xochimilco. Opté por la primera.
Después de muchas vueltas por el centro comercial encontré “la oficina”. Una unidad móvil en el último rincón del estacionamiento “expedición de licencias de conducir y trámites vehiculares”.
Me formé en la cola y empezó a llover. Mientras unos apartábamos lugar otros compraban paraguas. Estábamos a la intemperie. Sólo había abiertas dos ventanillas.
Hice cola durante una hora 50 minutos y, al llegar mi turno, me dice la dependiente con cara de pocos amigos “hoy no damos licencias porque se descompuso la impresora, vaya a la tesorería”.
Llegué a la Tesorería de la CDMX con Brenda, una simpática estudiante de maestría cuyo buen ánimo me había hecho más llevadera la espera. Efectivamente ahí también expedían licencias. La cola pintaba para dos horas.
Le expliqué a una de las funcionarias la situación y le pedí nos pasara sin hacer otra cola. Me explicó que ellos eran de la Secretaria de Finanzas y los otros de la Secretaria de Movilidad, que eran oficinas distintas. Sin derecho a réplica.
Que en mi caso, por la edad, me podía dar trato preferencial. Pero Brenda, a la cola. Y claro, si me peleaba seguramente ni Brenda ni yo salíamos con licencia, somos ciudadanos cautivos.
En total me llevó cinco horas sacar mi reposición y sólo por seis meses, la vigencia de mi documento. No hubo forma de sacar una nueva, aunque la reposición tiene el mismo costo.
A la fecha Brenda sigue sin licencia: se cayó el sistema.
En la primera espera el tiempo me dio para preguntar a los otros aspirantes a trámite por quien votarían en las próximas elecciones.
Mi educación no me permite reproducir las respuestas. La conclusión general: mucha política, poco gobierno y el ciudadano les vale madres. Correo: [email protected]