Diciembre 25, 2024
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La línea es muy delgada

IMPULSO/Paola Félix Díaz

Un fenómeno creciente en nuestros días es la cosificación de los seres humanos, particularmente de las mujeres, a quienes se las ve como producto o mercancía suceptible de venta o subasta “al mejor postor”.

La deshumanización de la sociedad, en particular por parte de la dinastía masculina, para la que el poder económico, político y social insiste en imponer una cultura de supremacía de unos seres humanos sobre otros, ha dado paso a toda clase de crímenes aberrantes como los feminicidios y la trata de personas en sus diferentes modalidades.

No es casual que en México la trata de personas sea el segundo ilícito más lucrativo para la delincuencia, ni tampoco que en 2017 se hayan cometido más de mil 736 feminicidios en el país.

Es preciso trabajar mucho en y con la sociedad, sobre todo con las nuevas generaciones de los diversos sectores y estratos poblacionales para introyectar el postulado básico de la Declaración Universal de Derechos Humanos hasta lograr hacerlo un ideal verdaderamente común: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

Tenemos que explicar, difundir y analizar dentro de la escuela, la familia y la sociedad el verdadero significado de victimario, violador y cliente para realmente entender que en muchos casos no existe diferencia y si la hay, la línea es muy delgada.

Una sociedad moderna, libre y globalizada no tendría por qué seguir transitando con doble moral, esconder palabras y andarse con medias tintas. Estamos obligados a discutir y reflexionar sobre la prostitución, más allá de frases rancias y prácticamente putrefactas que se usaron en el pasado para desgracia de la humanidad, por ejemplo: “que es un mal necesario; o que es el oficio más viejo del mundo”, etcétera.

Tenemos que asumir que a las prostitutas se les cosifica, se les degrada, se les usa y se les abusa. Es una falacia producto las “buenas conciencias”, tratar de distinguir ente prostitución libre y forzada, porque no puede entenderse por consentimiento libre ningún acto cuando hay atrás de él miedo, hambre, necesidad y/o falta de oportunidades.

Tampoco deberíamos llamar cliente, sino abusador, a quien alquila cuerpos y compra personas para su satisfacción sexual, sobre todo porque para nadie es ajeno que quienes ejercen la prostitución siempre se encuentran en situación de desigualdad, exclusión y vulnerabilidad. Usar a otro ser humano, aprovechándose de sus necesidades, carencias e infortunios es violencia, en este caso violencia sexual.

La prostitución sólo es la cara pública de un mundo de delincuencia bien organizado, cuyos principales responsables son los “clientes”. Esos abusadores y violadores que se han creído la falsa historia de que tienen necesidades carnales que satisfacer.

Una historia contada a través de los tiempos que también los ha cosificado y deshumanizado hasta convertirlos en machos descarnados y cómplices de tráfico, extorsión, corrupción, sangre, dolor y de diversas bajezas humanas.

Al final del camino, la línea es muy delgada, “cliente” y “prostituta” tienen que disociarse, separar el cuerpo de la mente para poder soportar el trauma, ellos, de saberse repudiados hasta el punto del asco, ellas para tolerar la violación de su ser. Ambos van perdiendo el alma, mientras la delincuencia nacional y trasnacional aumenta sus ganancias. @LaraPaola1

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