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Legalizar la militarización

IMPULSO/Jorge Luis Sierra

Hace unos años, en el fragor de la guerra contra el narcotráfico que había lanzado el presidente Felipe Calderón, en la Secretaría de la Defensa Nacional se discutía una idea que intentaba resolver la condición ilegal que vivían las tropas desplegadas en las calles: un proyecto de ley de seguridad interior que diera fundamento jurídico a los elementos de las fuerzas armadas para salir de los cuarteles, patrullar calles, instalar retenes, investigar estructuras delictivas y detener criminales.

Para lograr el plan, Calderón acariciaba la idea de nombrar a otro general del Ejército como procurador de la República, tal y como había hecho el presidente Vicente Fox con el general Rafael Macedo de la Concha un sexenio atrás. Hasta ese momento, el general José Luis Chávez García, entonces procurador de Justicia Militar, estaba encaminado a convertirse en el segundo general nombrado procurador general de la República en la historia reciente del país.

El general Chávez era un militar con una reputación muy elevada dentro y fuera de las fuerzas armadas. En 1997, él había denunciado el intento de otro general, Alfredo Navarro Lara, para comprar su protección al cartel de los Arellano Félix a cambio de un millón de dólares. Un general “incorruptible” como el general Chávez era el personaje ideal para encabezar la procuración general de justicia y sería una condición favorable al intento de crear una ley de seguridad interior.

Sin embargo, un incidente trágico en Tamaulipas afectó las aspiraciones del general Chávez, minó el prestigio del Ejército y postergó el intento de aprobar y promulgar ese proyecto de ley. El tres de abril de 2010, dos menores de edad que regresaban con su familia después de vacaciones murieron a tiros en un retén militar en Ciudad Mier, conocida como una de las zonas de operación de Los Zetas, el grupo criminal creado por desertores del Ejército.

La Procuraduría de Justicia Militar investigó y dijo que la muerte de los niños había ocurrido en un enfrentamiento de soldados con un grupo criminal y que el vehículo en el que viajaban los niños fue alcanzado por un proyectil que no usaban las fuerzas armadas. En una investigación propia, la Comisión Nacional de Derechos Humanos determinó que los soldados apostados en el retén habían disparado contra el vehículo donde viajaban los niños.

El general Chávez fue reemplazado en la Procuraduría de Justicia Militar y el proyecto de impulsar una ley que le diera respaldo jurídico al uso de la fuerza militar en la seguridad pública quedó archivado en las comisiones legislativas.Siete años después del incidente de 2010, el proyecto de ley de seguridad interior fue rescatado, discutido y aprobado en el Congreso y convertido en ley el 21 de diciembre.

Con esa aprobación quedó claro que la militarización de la seguridad pública era una política de Estado y no sólo de partido.

No importaron las quejas privadas de los militares, ni las recomendaciones de Naciones Unidas, ni las críticas de la sociedad civil y de las organizaciones de víctimas del conflicto armado mexicano: los legisladores y el Poder Ejecutivo siguieron adelante y, juntos, aprobaron la Ley de Seguridad Interior, que abre los caminos para una militarización apoyada por la ley. Lamentablemente para todos, en la ley no hay ninguna alusión a las vías diferentes a la fuerza militar, que México puede seguir para solucionar sus problemas internos y reducir la violencia.

Ahora, el único camino en el corto plazo para reducir el impacto de esa ley sobre una militarización más grave y aguda en el país es esperar que la Suprema Corte de Justicia determine si la ley es constitucional o no. Si la razón no fue escuchada en el Legislativo y el Ejecutivo, quizá el Poder Judicial sea la única instancia del Estado mexicano para proteger a la población de una ley que defenderá a los militares en las circunstancias de éxito, fracaso o abuso.

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