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La huella de Japón en la Revolución Mexicana

IMPULSO/ Aarón Barrera
Ciudad de México

De acuerdo al historiador Sergio Hernández Galindo, la participación de los japoneses en la Revolución fue resultado, en primera instancia, del desarrollo industrial durante el régimen porfirista.

La Revolución Mexicana constituye un importante periodo para la constitución de lo que sería el México moderno del siglo XX, pero, más allá de la imagen generalizada que existe al respecto, significó también una reconfiguración que daba algunos indicios de la muy posterior globalización, tal fue el caso de los inmigrantes japoneses que participaron en aquel momento fundacional de nuestro país.

De acuerdo al historiador Sergio Hernández Galindo, investigador de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH), la participación de los japoneses en la Revolución fue resultado, en primera instancia, del desarrollo industrial durante el régimen porfirista.

Aunque llegaban bajo un contrato y salario prometido, éstos no se cumplían, por lo que muchos huían para buscar oportunidades en la industria ferroviaria: las vías que iban de Colima a Guadalajara, desde Cananea y Sonora o desde Mexicali fueron construidas en gran medida por trabajadores japoneses.

Cuando comenzaron los movimientos armados en 1910, las condiciones de explotación y de violencia en las revueltas fueron documentadas por el Gobierno asiático, por ello, Sotoku Baba, diplomático japonés que laboraba en Chicago, fue elegido para iniciar negociaciones con Pancho Villa a fin de resguardar a las comunidades japonesas de las hostilidades y saqueos en Chihuahua.

Con las beligerancias ya extendidas, muchos japoneses en México fueron reclutados a la fuerza para participar en el frente de batalla, esto por vivir en zonas de conflicto y especialmente por contar con previa instrucción militar, así como con otro tipo de aptitudes específicas.

Entre los interesados por las aptitudes de los inmigrantes japoneses estuvieron figuras trascendentales de la época. Pancho Villa, por ejemplo, encontró a Tsuruo Nishino en uno de sus viajes y lo invitó a que fuera cocinero en su equipo, gracias a su capacidad para leer, escribir, trabajar con números y hacerse cargo de las compras de enseres.

Hernández también explica que el general Porfirio Díaz sentía un profundo respeto por la cultura nipona, consideraba a Japón como un país que había crecido en términos económicos y militares, por lo que solicitó al Gobierno nipón su apoyo con un instructor de judo para que fuera parte de sus milicias.

“Al finalizar la Revolución, las comunidades japonesas trataron de reagruparse, encontrar las redes perdidas con la guerra. La mayoría estableció pequeños y muy diversos negocios; fue hasta después de los años 20, en la relativa estabilidad económica mexicana, que aquella primera oleada comenzó a expandirse”, señala el investigador Sergio Hernández Galindo.

“La historia de México es multiétnica, la riqueza de nuestra cultura viene de una población donde se hablan más de 50 lenguas indígenas y la migración debe ser reconocida como una fuente de grandes aportaciones”, Sergio Hernández Galindo, Historiador.

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