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El Cervantes me prueba que crear era mi destino

IMPULSO/ Yanet Aguilar Sosa
Ciudad de México

Este 16 de noviembre, Sergio Ramírez recibió una llamada que le dio otro vuelco a su vida, se ha convertido en el Premio Cervantes 2017, el primero que tiene su patria, Nicaragua.

A los 14 años, en su natal Masatepe, Sergio Ramírez vio por vez primera su nombre escrito en un periódico, le habían publicado su primer cuento. 61 años después de ese hecho, el escritor nicaragüense volvió a sentir la emoción de aquel chiquillo que ya se sabía un contador de historias en 1956. Este 16 de noviembre, una llamada le dio otro vuelco a su vida, se ha convertido en el Premio Cervantes 2017, el primero que tiene su patria, Nicaragua, y el primero que tiene Centroamérica.
“El premio Cervantes reconoce a Nicaragua, reconoce a Centroamérica, a nuestra cultura, a nuestra identidad cultural centroamericana, reconoce a mi país, a la cultura de mi país, a sus poetas, desde Rubén Darío hasta Ernesto Cardenal. Reconoce lo que hemos sido como pueblo”, dijo en entrevista el narrador, abogado, periodista y político de 75 años de edad.
Como en cascada, a Ramírez se le vinieron las imágenes de su tierra, de su gente, de sus años juveniles cuando estudiaba Derecho, ayudaba a su tío en el cine del pueblo y devoraba libros. “Desde mi adolescencia, escribir ha sido una necesidad que la imaginación transforma en palabras”, comenta.
El autor de “Margarita, está linda la mar” y “Adiós muchachos” estuvo en la resistencia cívica contra la dictadura de Somoza y fue vicepresidente de su país durante la gestión de Daniel Ortega. En 2014, recibió el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español y dentro de unos días será uno de los protagonistas de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
El escritor habla de su pasión por contar historias, de su dolor por Centroamérica y adelanta que en su discurso de recepción del Premio Cervantes, cuya ceremonia se realizará el 23 de abril próximo, le gustaría enlazar a Cervantes y Rubén Darío, quienes, junto con Garcilaso, fueron los renovadores de la lengua castellana. “Por supuesto hablaré de los dolores de América Latina que yo los padezco como propios”, agregó.
— ¿El niño de 14 años que fue supo que su vida era la literatura?
— La literatura ha sido mi vida desde la adolescencia y ahora que tantos años han pasado yo sé que este premio me prueba que no me aparté de mi camino, que crear era mi destino, que escribir era mi necesidad vital y lo he probado a lo largo de más de 50 años de escritura.
— ¿Supo pronto que tenía una necesidad de contar?
— Sí, desde el principio sentí esta necesidad, que confirmé leyendo una entrevista que le hicieron a Isaac Bashevis Singer, donde él hablaba de esto que yo sentía antes: que la escritura proviene de una necesidad de contarle a otros lo que uno está seguro que no saben y tienen necesidad de saber. Esa pasión y necesidad compartida es lo que hace la escritura. La vida de uno está sazonada de historias de la infancia y el escritor tiene ese don profundo de observación, que es un don que le da Dios, que le da la naturaleza, que otros no tienen; como los músicos que tienen el oído que otros no tienen; o sea, los escritores tenemos esa capacidad de ver, de observar los detalles, esa curiosidad que nunca debe perderse, no hay literatura sin curiosidad, sin observación de los detalles, sin las percepciones de la vida diaria, esas son las armas con las cuales uno viene preparado para dar esta batalla diaria de la escritura que es imaginación más trabajo, porque no se trata sólo de imaginar sino de traspasar lo imaginado a la letra escrita, es ahí donde está la gran dificultad de escribir, de corregir, nunca estar satisfechos con la frase tal como queda, y en buscar esa perfección huidiza que la verdad es que nunca se consigue.
— ¿Nunca llega a la obra perfecta?
— Uno nunca consigue el total de lo que quiere, hay un desenfoque siempre entre lo que uno tiene en la cabeza y lo que queda plasmado en el papel.
— ¿Qué significa este premio para quien ha logrado tanto?
— Es una especie de corona que uno recibe sobre las sienes, para un joven es distinto, pero no tan distinto porque no es que yo diga “bueno, ya me dieron el Cervantes, ya me siento, no voy a escribir más”, al contrario, yo, al igual que un joven, sigo escribiendo, no abandono mi oficio porque en la escritura no hay tercera edad, uno no se retira de escribir, uno escribe hasta el último momento mientras tengas tu cabeza sobre los hombros. Yo creo que me quedan muchos libros mientras Dios me dé vida.
— ¿Sigue pulsando la necesidad de escribir?
— Sí, claro, y no perder mi disciplina. Es sentarme en mi estudio a las 8 de la mañana cada día para escribir cinco horas, hacer mi tarea como cualquier mecanógrafo y no abandonar el oficio porque si uno abandona el oficio deja de ser escritor.
— ¿La escritura es un oficio o una profesión?
— Yo la llamaría oficio, me gusta más el término, es un oficio, uno hace un trabajo como de artesano, eso de sentarse frente a las teclas de la máquina es como el zapatero que se sienta a trabajar en el zapato, o el sastre que hace un traje; la escritura es un trabajo artesanal al fin y al cabo, lo demás está en la cabeza.
— ¿Tiene usted muchas historias pendientes?
— Las historias que tengo en la cabeza superan mi término de vida, necesitaría varias vidas para contar lo que yo quisiera, pero bueno, vamos a hacer lo posible por agotar lo más que pueda ese reservorio que tengo de ideas imaginativas y se van reproduciendo cada día mientras uno se sienta ante la máquina, ante la computadora, las ideas imaginativas se van multiplicando siempre.
— ¿Cómo renovar los temas básicos de la literatura, el amor, la muerte, el poder, la locura?
— Lo que hacemos son como variaciones del mismo tema, como en la música, hay variaciones sobre el mismo tema. Lo que escribió Sófocles, después lo repitió Shakespeare, después lo repitió O´Neill en el teatro; lo que escribió Homero, después lo repitió Joyce, son temas fundamentales pero que siempre dependerán de cómo se les aborda desde la perspectiva del lenguaje; la literatura al fin y al cabo es lenguaje y estructura, uno puede contar la misma historia pero nunca nos vamos a apartar de esos temas fundamentales enraizados en la condición humana.
— ¿Usted es su pueblo?
— En mi literatura están las raíces profundas que uno tiene desde la infancia, el lenguaje oral que uno escucha, yo vengo de un pueblo mestizo que también era a la vez indígena, con muchas palabras del náhuatl, eso está siempre resonando allá en lo profundo de mi oído, es el lenguaje oral que después uno va transformando en lenguaje escrito, le va dando un ritmo, una cadencia, una melodía.

El premio Cervantes reconoce a Nicaragua, reconoce a Centroamérica, a nuestra cultura, a nuestra identidad cultural centroamericana, reconoce a mi país, a la cultura de mi país, a sus poetas, desde Rubén Darío hasta Ernesto Cardenal, reconoce lo que hemos sido como pueblo” Sergio Ramírez, Escritor.

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