Noviembre 23, 2024
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Opinión

IMPULSO/ Hernán Gómez Bruera
¿Dinero privado para los partidos políticos?
: Demagogia pura, que nadie llame a engaño, si no es el crimen organizado, serán las grandes corporaciones las que financien a los partidos.
La propuesta de suprimir la totalidad del financiamiento público a los partidos políticos —demagogia pura sin pies ni cabeza— va a contrapelo de los debates internacionales en la materia y de lo que ocurre en buena parte de los países más desarrollados del mundo (con excepciones como Gran Bretaña y Estados Unidos).
Hasta dos tercios de los países financian en mayor o menor proporción a sus partidos políticos y 39 restringen las donaciones empresariales. En América Latina sólo dos naciones —Venezuela y Bolivia— tienen un modelo de financiamiento enteramente privado, mientras todos los demás cuentan con esquemas mixtos, que contemplan el subsidio público a los partidos.
En Brasil, por ejemplo, el debate apunta en sentido inverso al de privilegiar el financiamiento privado. Hoy se busca imponer límites a los donativos de personas físicas y morales, e incluso la izquierda ha propuesto una iniciativa para prohibir todo tipo de financiamiento privado. Su objetivo explícito es que las campañas sean financiadas enteramente con recursos públicos para evitar tratos oscuros entre empresarios y políticos.
El planteamiento no es casual: casi todos los grandes casos de corrupción que se han ventilado en Brasil en los últimos años —Odebrecht el más conocido de ellos— tienen que ver precisamente con donativos de campaña.
Por ello, en 2015 el Tribunal Superior de Justicia de ese país declaró inconstitucional el financiamiento empresarial de las campañas electorales, al considerar que “desequilibra la disputa política y la torna ilegítima”.
Pensar que los partidos políticos y sus campañas serían financiadas por sus militantes y simpatizantes —quizás lo deseable en un mundo ideal— es una enorme ingenuidad.
En ningún país, el militante de a pie representa una fuente considerable de ingresos para los partidos de hoy, mucho menos para sufragar campañas electorales, que son cada vez más costosas.
Que nadie se llame a engaño, si no es el crimen organizado serán los intereses de las grandes corporaciones y unos cuantos magnates los que financien a los partidos y a sus candidatos. Naturalmente, nadie da dinero de forma desinteresada: pasarán a cobrar factura a los políticos cuando estos ocupen puestos de responsabilidad.
En Estados Unidos, donde reina el financiamiento privado, en la elección de 2000 95% de los donativos vinieron del 1% más rico de la población. ¿De qué le sirve al pueblo estadounidense un sistema donde es casi imposible convertirse en legislador sin el financiamiento de las grandes fortunas? De que la política energética se condicione a los intereses de Enron —el gran financiador de la campaña de George W. Bush en 2000—, que se frenen las políticas para combatir el cambio climático; se ofrezca un trato especial a las corporaciones y las reglas se hagan en su beneficio; de que los impuestos a los excesivamente ricos sean excesivamente bajos o de que la crisis financiera internacional la hayan pagado las clases subalternas, en lugar de quienes la generaron.
El mejor ejemplo de la enorme perversión de este sistema es la poderosa influencia que ejerce la Asociación Nacional del Rie en EU, al financiar las campañas electorales de un gran número de congresistas. Es bien sabido que esa es una de las principales razones por las cuales siguen muriendo miles de víctimas inocentes, como acabamos de verlo en Las Vegas.
Aunque el dinero siempre sabrá colarse en las decisiones políticas, el financiamiento público limita —o cuando menos atempera— su influencia; permite que la desigualdad económica no se traduzca automáticamente en desigualdad política.
El financiamiento público a los partidos tiene problemas, no es ninguna panacea y es claro que no puede seguir siendo exorbitante. Pero un régimen de partidos enteramente financiado por el capital privado nos alejaría más de la democracia para acercarnos a la oligarquía, sino es que a la narcoplutocracia.

P.D. Echaré mucho de menos al enorme Leonardo Curzio en su espacio radiofónico de la mañana. Y ahora, ¿quién podrá defendernos de la ignorancia y la vulgaridad?