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IMPULSO/ Carlos Sánchez
¿Es una revuelta?, lo que hay en Cataluña es una revolución

La pregunta se la han hecho muchos historiadores, ¿Por qué EE.UU., con un territorio inmenso -veinte veces la superficie de España-, continúa siendo un único Estado dos siglos largos después de su independencia? La respuesta que dan los especialistas en historia norteamericana es algo más que razonable.
EE.UU. ahogó las tentaciones secesionistas con flexibilidad política, algo que le permitió acometer complejos procesos sociales como fue la inmigración masiva o la ocupación de nuevos territorios a partir de las trece colonias originales, ello sin generar graves convulsiones secesionistas. En todo caso, fueron sofocadas tras la cruenta guerra civil, que a la postre se convirtió en una vacuna para mantener unido el vasto territorio.
Fueron esas ideologías flexibles, dicen los historiadores, las que han permitido al país adaptarse eficazmente a los cambios sociales y políticos propiciados por la inmigración y por el nuevo papel de EE.UU., que a partir de la Gran Guerra se convirtió en una potencia mundial.
La flexibilidad política es lo que explica, igualmente, el éxito de la construcción europea. Enemigos irreconciliables fueron capaces de pactar tras las dos devastaciones horrorosas del siglo XX. Y la propia Constitución española de 1978 caminó en la misma dirección.
Una lectura de los debates constituyentes –que pueden leerse en la página web del Congreso– da idea de cómo el cruce de argumentos hizo posible el mayor periodo de prosperidad de la historia de España. Probablemente, porque los constituyentes hicieron caso al presidente de la Comisión Constitucional, el venerable Emilio Attard, quien pidió a los constituyentes que hicieran su trabajo “sin dramatismos” y “sin parlamentarismos castelarinos”, pero que fueran conscientes de que iban a escribir “una página histórica”.
El nacionalista Miquel Roca representó entonces –hay que decirlo– ese espíritu constructivo, y haciendo suyo un célebre discurso de Cambó, que se había solidarizado con un polémico editorial publicado por el diario ‘El Sol’ (el periódico más liberal y regeneracionista de la época), dijo a los constituyentes: “Debemos llegar a un acuerdo para plantear y resolver un problema sustantivo, que no es una fachada, que no es una etiqueta, que es una realidad compuesta de piezas que podemos discutir y analizar. Y tengo la seguridad de que en su discusión podrán chocar los pareceres, pero no chocarán los sentimientos”.

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