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IMPULSO/ Octavio Raziel

Acuse de recibo / El testamento de María

A María madre la vemos en su papel de mujer -¡siempre joven!- sumisa, contemplativa. Nunca rebelde ante el crimen que se cometió en su hijo.

 

El escritor irlandés Colm Toibín, en su novela El Testamento de María (*) le da voz a la mujer que asistió a la escena imborrable de su hijo en la cruz. 

Según la entrevista que le hizo el diario británico The Guardian, Toibín se inspira en dos cuadros: La asunción de la virgen, de Tiziano, y en La crucifixión de Cristo, de Tintoretto. En el segundo lienzo, María aparece como la mujer indefensa, contemplativa, al pie de la cruz, sin consciencia de estar convirtiendo ese acto en la futura doctrina cristiana.

Además de la The Guardian, se publicó una muy profesional reseña del libro elaborada por Adriana Díaz Enciso, en el prestigiado suplemento del grupo Milenio Laberinto (N° 511) De ambos trabajos, y de otros comentarios ingleses, se coligen algunos detalles insertos u obviados por Toibín.

En el monólogo de María sobresale el profundo desprecio hacia los apóstoles (Juan y Pablo, especialmente) que la visitan en su vejez empecinados en obtener una versión a modo de los hechos. Ella coincide con María Magdalena en el sentido de que Pablo es un arribista, perseguidor de cristianos y verdugo del primer mártir (Esteban) Lo muestra como un misógino incorregible, soldadote sin cultura. 

Los evangelistas –se lamenta- la confrontan; quieren cambiarle la memoria, obligarla a adaptar el recuerdo de eso que presenció -que le volvió salvaje- hacia una historia de redención que –le dicen- transformará al mundo. “Si me preguntan si algo cambió, les diré que nada” dice ella.

Sobre esa caterva lastimosa de perdedores, María comenta que “su hijo se reunía con esos inadaptados, aunque él, pese a todo, no lo era”. Luego afirma: “Yo no soy uno de sus seguidores”.

En su testamento, María se rebela contra el acto de sacrificio de su hijo. Manifiesta, horrorizada, cómo nadie de los que decían amarlo se quedaron para bajarlo de la cruz, a limpiarle las heridas, a prepararlo para la tumba, a enterrarlo, a esperar su resurrección. Huyen, abandonando a Cristo a su suerte; le dan la espalda.

La resurrección se da junto con el brotar de un manantial –según Toibín- María, acompañada de su nuera María Magdalena, describe los momentos en que lo ungen con agua que brota de la tierra. “Él regresó a nosotras; estaba ascendiendo con el agua. Estaba desnudo y los lugares donde había sido herido, incluyendo sus manos, sus pies, las piernas rotas, la frente donde habían estado las espinas, tenían marcas azules alrededor y estaban abiertas, hendidas. El resto de su cuerpo era blanco. Mientras María  (Magdalena) lo sostenía y lo colocaba en mi regazo, le lavábamos con el agua del pozo”.

“No le hablábamos. Lo abrazábamos simplemente y parecía estar vivo… Algo en él [pasó], entonces, empezó a sonreír y dijo que siempre había sabido que sucedería esto; que era parte de lo que había sido predicho. Nos hizo contarlo todo, detalladamente, repetirlo, y cuando lo hubimos hecho varias veces y parecía habérselo aprendido de memoria, dijo que estábamos a salvo, que algo más sucedería, que nos guiaría hacia donde quiera quisiéramos ir”.

María madre acompaña a su hijo al monasterio, en Egipto, donde había sido instruido durante su juventud y parte de su adultez. De ahí continuaron a Cachemira donde, se dice, están enterrados los dos. La princesa María Magdalena, esposa del príncipe Jesús, de la familia de David, recibe la responsabilidad de ser la continuadora de sus enseñanzas. Pero Pedro y otros apóstoles no quieren dejar pasar la oportunidad de ser los protagónicos, los sucesores. La Magdala huye a Francia de la persecución “apostólica” con su hija Sara Tamar y el que lleva en su vientre, Yeshua David.

: El monólogo tuvo buena aceptación, no obstante que Toibín olvida a la Magdalena acompañando a María en el descendimiento de la cruz.

 

 

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