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El Filósofo de Güémez

IMPULSO/ Ramón Durón Ruíz (†)
Hágase tu voluntad

Por el oficio de la palabra, el hombre se conoce, ella nos hace a unos y a otros, hablar es construir, celebrar, cimentar, erigir, luchar, vivir, encontrarse con uno mismo… amar. La palabra, lo mismo es vidrio frágil que ventana amplia en la que se trasluce nuestro espíritu, ahí está nuestra historia y la fortuna de sabernos dignos de ella, por ella sé saludable, digno, suficiente, firme; ella te anima a luchar, a seguir adelante; por ella nos expresamos usted, yo, y más de trescientos millones de seres humanos.

La palabra es un arma, un apoyo insustituible, una herramienta primordial y necesaria para abrir las más amplias perspectivas de tu vida, por ella creces o menguas en función de la comunicación adecuada, juega con ella a sumar, nunca a restar, apuéstale a su alza, jamás a la baja, sal todos los días en defensa de la palabra, de su fortaleza, de su cultivo, que se fundamente su auge, vigila porque tenga permanente vigencia.

La palabra es la más eficaz de todas las estrategias y la más rentable de todas las inversiones, éste es el momento, éste es el lugar en el que derrotes al silencio con el imperio de la palabra. El Filósofo de Güémez sabe que nunca como HOY ha sido tan grande su poder, la humanidad entró al siglo XXI bajo su imperio, potenciándola, nuestro mundo parece la inmensa torre con tantas palabras, con tanto alcance, con tanta autoridad y con tanto albedrío.

Qué hermoso es cabalgar como el Quijote impulsado por la palabra, cantarla, contarla, soltarla al aire, conversar, analizar, sólo sé que debes soltarla a los cuatro vientos al nivel exacto del hombre para preservarla, conservarla, acrecentarla y recrearla con el amplio caudal de las expresiones de nuestros regionalismos y localismos que propicia que desde nuestras regiones aportes una visión humanista y llena de pueblo a nuestro lenguaje… la palabra hace universal al hombre.

“A mis 12 años estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta…”, mencionó García Márquez en el Primer Congreso Internacional de la Lengua Española, “un cura que pasaba me salvó con un grito:

––¡Cuidado! –el ciclista cayó a tierra.

El señor cura, sin detenerse, me dijo:

––¿Ya vio lo qué es el poder de la palabra?

Ese día lo supe”.

El Filósofo de Güémez entiende el valor de la palabra, por eso, su lenguaje es coloquial, directo, campirano, accesible, sin el oropel imaginario –que le resta eficiencia–, así era el padre Chuyo, quien en cierta ocasión pedía “aventón” a la orilla de la carretera –el “transporte Martínez” se había descompuesto–, hasta que por fin se detuvo el director de la primaria en un pequeño VW.

Sus ocupantes lo saludaron y muy amablemente el “Profe” bajó para hacerlo entrar en el asiento trasero, entre su suegra –una dama gorda y de carácter desagradable– a la derecha, y a su izquierda una joven y bella muchacha, que en su corta vestimenta traslucía su sexualidad a flor de piel.

Entre curvas y baches, el carro se zangoloteaba horrorosamente, haciendo que el padre bailara como aceituna en plato de borracho, de un lado para otro; cuando la inercia lo mandaba hacia el lado de la suegra del “Profe”, el padre Chuyo rezaba:

–– “No me dejes caer en tentación”, pero cuando iba hacia el lado de la joven rezaba: “¡hágase, señor, tu santa y bendita voluntad!”. [email protected]

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