Agosto 14, 2024
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Pirámide de metro Pino Suarez recuperará su esplendor

IMPULSO/Agencia SUN
Ciudad de México
El arqueólogo Raúl Arana todavía recuerda con pavor el momento en que la mano de chango de un tractor que removía la tierra durante la construcción de la estación Pino Suárez de la Línea 2 del metro (entre 1967 y 1968) comenzó a llevarse entre los escombros fragmentos de muros prehispánicos. La maquinaria iba destruyendo todo lo que hallaba a su paso.

“La máquina dio el trancazo y cuando jaló empezaron a caer clavos arquitectónicos, algunos con símbolos; vimos que estaban destruyendo un monumento. Inmediatamente logramos que se parara la excavación…”, recuerda en entrevista. Lo que se asomaba entre esos escombros eran los vestigios de un centro ceremonial dedicado al dios Ehécatl que, en tiempos prehispánicos, funcionaba como entrada a la ciudad de Tenochtitlán y cuyo único vestigio que sobrevive hasta ahora es el adoratorio de pequeñas dimensiones que se ubica en los andenes que conectan a la Línea 1 y la 2 del metro.

50 años después, el arqueólogo encabeza los trabajos de mantenimiento que se realizan en esa pirámide, como parte de los trabajos de rehabilitación que el gobierno de la Ciudad de México realiza en la estación y en la plaza Pino Suárez. Aunque el mantenimiento a esta estructura prehispánica debería ser constante, la última vez que se intervino fue hace cinco años, por lo que, según el arqueólogo, ya necesitaba ser atendida.

Los trabajos, que comenzarán esta semana, consistirán en limpiar su superficie para retirar la vegetación, la grasa y el polvo que ha acumulado por su exposición al medio ambiente. “Está negra, tiene mucha grasa. Nomás pasamos el dedo y se nos viene toda la grasa”, describe el investigador de la Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH, quien precisa que no se trata de retirar ninguna pátina, sino de remover las impurezas que ha adquirido con el paso del tiempo.

El proceso durará una semana y también incluye resanar algunas grietas y faltantes. Finalmente, explica, aplicarán cal natural sobre la superficie para impermeabilizar. “Usamos cal y baba de nopal como aglutinante, que es una técnica prehispánica que utilizaron los mismos indígenas para hacer que la cal se fijara a las paredes de los edificios”, comenta.

A la par de los trabajos de conservación que los arqueólogos realizarán en la pirámide, el gobierno de la Ciudad de México ha comenzado a sustituir el piso de tezontle que rodea a la construcción, además de que colocará nuevas cédulas informativas sobre este singular espacio que es considerado como la zona arqueológica más pequeña, pero la más vista en México.

Este adoratorio, destaca el arqueólogo, es la única evidencia que se conserva de ese centro ceremonial que funcionaba como una garita, en la entrada sur de la antigua ciudad de Tenochtitlán y que conectaba a la calzada de Iztapalapa con la principal ciudad mexica. “La pirámide es un monumento que estuvo rodeado de por lo menos seis u ocho monumentos con escalinatas a los lados. Era como una gran plaza, en donde cuyo centro estaba esta pirámide”, describe.

Explica que la estructura está conformada por seis etapas constructivas. La que está a la vista del público corresponde a la última: “Tenemos como mínimo seis pirámides, una sobre otra, la que se ve es la última. Esto es algo normal en las estructuras prehispánicas, ya que iba en función del crecimiento de la ciudad”.

“La pirámide es preciosa en el sentido de que es el vestigio de ese acceso que funcionó como una aduana. Estaba en los límites de la ciudad, fuera de la ciudad delimitada por el lago”, explica el arqueólogo. “La pirámide estaba afuera de la isla. Para entrar a Tenochtitlán había un gran canal donde tenían que cruzar en canoas”, añade.

Durante los trabajos de salvamento arqueológico por la construcción del Sistema de Transporte Colectivo, alrededor de la pirámide se rescataron también algunas piezas depositadas como ofrendas, entre ellos una famosa figura conocida como “La monita”, que se exhibe en el Museo Nacional de Arqueología. Se trata de una escultura labrada y policromada en rojo y negro, que representa la figura de un mono que porta la máscara bucal de Ehécatl, el dios mexica del viento.